Parashat Koraj se inscribe en una saga de retrocesos y rebeliones: parashat Behaalotjá – con las kivrot hataava, las tumbas de la codicia; luego Shlaj leja – y el castigo por la desconfianza, y ahora Koraj quien propiciará una actitud destituyente de la autoridad de Moshé y Aharón, sumiendo al pueblo nuevamente en un sinsabor que traerá nefastas consecuencias. Historias del desierto que retroceden e involucionan los incipientes pasos de libertad que se intentan dar.
Más que enojarse con este pueblo y con algunos de sus personajes como Koraj, o los exploradores, uno debería comprender que estamos ante un fenómeno de miedo a la libertad, como lo marca en su libro Erich Fromm. Sí. La libertad, aunque bien preciado, anhelado y supremo, da miedo.
Pero antes de ir a Fromm y su tesis respecto de este miedo que produce reacciones siempre equívocas y destructoras, quiero comenzar con una frase de Hanna Arendt: “El hombre es libre porque es un comienzo”.
La facultad para la libertad es “esta capacidad para comenzar, la cual anima e inspira todas las actividades humanas y es la fuente oculta de la producción de todas las cosas grandiosas y bellas.”
Ser libre, nos explica esta autora, es asumir los comienzos.
“El hombre es libre porque es un comienzo.”
Y lo que no podía hacer el pueblo de Israel, a pesar de no tener más los grilletes en sus muñecas y sus tobillos, era animarse a comenzar. Porque comenzar implica una responsabilidad sobre los actos, las decisiones y los pasos a seguir.
La salida de Egipto fue el final de una historia.
Esto no implica que haya comenzado otra.
No podían comenzar, animarse a inaugurar, crear su nueva y propia realidad. No.
Tenían casi la pulsión de volver a lo conocido- aunque insoportable. Se adherían a consignas autoritarias, se alineaban con líderes extremos que proponían soluciones categóricas, catastróficas, o volver a Egipto en el caso de los exploradores, o de destituir a Moshé y ponerse un títere a su imagen que los lidere…
Y entonces volví a Erich Fromm psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista del s. XX y su libro “El miedo a la Libertad”.
Fromm escribe su libro en una lectura de la sociedad alemana y sus reacciones con el surgimiento del nazismo. Él se preguntaba no exactamente cómo fue posible que Hitler pensara lo que sostenía sino qué factores operaron en los diferentes sectores de la sociedad para que adhirieran o al menos no se opusieran contundentemente a las propuestas del nazismo. Realiza encuestas a diferentes grupos poblacionales para intentar una respuesta.
Una de las conclusiones que saca es que el concepto opuesto de libertad es el poder. Cuanto más poder se ejerce sobre otros, menos capacidad de conseguir ser libre, pensar libremente, mirar libremente la realidad que habitas.
Por lo tanto, dice Fromm, la manera de conseguir la libertad es la individualización, y para esto es imprescindible la educación. Para que cada uno pueda reforzar sus opiniones y pensamientos. Hablamos de libertad, pero no sé si todos estamos dispuestos a educar para la libertad. O liderar para la libertad.
La libertad es una manera de enfrentarse al mundo, si uno decide, dejar de permanecer ligado a vínculos primarios. No estoy hablando de una edad determinada. Para muchos es funcional pensar como otros te dicen que pienses. Creer que elegís lo que otros deciden por vos. Es más protector ser parte de una gran masa- en general disconforme, repetitiva de slogans de derrotismo y caos, aparentemente protegida por líderes salvadores.
Es curioso que en el libro de Bemidbar, hay tres parashot con nombre propio! Y ¿qué recuerdan esos nombres? Líderes autoritarios con intenciones aparentemente salvificas.
Koraj atenta contra el liderazgo de Moshé y Aharón en su ansia de poder, arrastrando con él unas 250 personas que se embanderan en una gesta destituyente. Pero no sólo eso, sino, la angustia que provocan en todo el pueblo. La confusión que producen al argumentar contra Moshé… y la tragedia de un final que dejará una huella imborrable en todos.
Balak, un rey de otro pueblo, que quiere aniquilar al pueblo de Israel y borrarlo del mapa, con la ayuda de la magia y la superchería.
Y Pinjás, un sacerdote fanático, celoso, enfermo que atribuyéndose poderes va a matar a dos personas con su propia lanza en nombre de la pureza del pueblo y de Dios.
Pareciera ser que esos nombres quedan en la historia: Los de los que se enarbolan tras una causa aparentemente justa y nos enseñan a tenerle miedo a la libertad.
Por eso los hijos de Israel clamaban a gritos volver… porque no soportaban tener ese sentimiento. No podían sentir miedo de estar libres, impotencia, angustia y frustración por la vida. Preferían ponerse bajo el mando de Faraones con otros nombres que les digan lo que tienen que hacer, pensar y decir, como si fueran esclavos, pero con otros nombres.
Ante tanta desazón, Erich Fromm comprueba que el mecanismo para evadirse de este miedo es la conformidad automática, a tal punto de perder la personalidad.
Las personas que se creyeron libres por haberse liberado de las ataduras externas se refugiaron entre las masas para no sentirse desplazados ni inseguros, con lo cual al final, dice Fromm, son capaces de aceptar cualquier ideología. Es la única manera que tenemos de entender al pueblo de Israel cuando quería linchar a Moshé y conseguirse otro que los devuelva a la esclavitud. O tantos otros casos, en diferentes momentos de la historia, que la inseguridad y el miedo a la soledad hacen que las personas hipotequen su libertad con tal de no estar en riesgo. Finalmente la destructividad pareciera ser una forma de huir de un insoportable sentimiento de impotencia, y a su vez de una responsabilidad, que a veces, se torna también insoportable. En esta mezcla de sensaciones todo parece una amenaza. Hasta la misma tierra prometida. Hasta la misma presencia de Dios.
Y hoy en día muchos vivimos bajo la ilusión de saber lo que queremos cuando, en realidad, deseamos únicamente lo que se supone (socialmente) que debemos desear.
Y es verdad, en algún punto: saber lo que uno realmente quiere no es tan fácil como algunos creen, sino que representa uno de los problemas más complejos que enfrentan al ser humano.
Como dice Erich Fromm: “El hombre moderno está dispuesto a enfrentar graves peligros para lograr los propósitos que se supone son suyos, pero teme profundamente asumir el riesgo y la responsabilidad de forjarse sus propios fines”.
Pero… Si no soy otra cosa que lo que creo que los otros suponen que yo debo ser… ¿Quién soy yo realmente?
Al adaptarnos a las expectativas de los demás, al tratar de no ser diferentes, logramos acallar aquellas dudas acerca de nuestra identidad y ganamos así cierto grado de seguridad. Sin embargo, el precio de todo esto es alto. La consecuencia de este abandono de la espontaneidad y de la individualidad es la pérdida de la libertad.
Nos queda todavía un largo trecho en el Midbar- en el libro de Bemidbar. Un desierto que sigue siendo para mí la mejor metáfora de la libertad, porque es siempre pura posibilidad de comienzo:
Comenzar a mirarse a uno mismo
A escucharse
A escudriñar emociones y pensamientos.
Comenzar a animarnos a caminar sin cadenas
Ni en los pies ni en la mente.
Comenzar a defender nuestros ideales y juntarnos sin vergüenza con quienes nos hacen bien mucho más que con quienes nos brindan aparente seguridad.
Comenzar a soñar más allá de las hostilidades.
Comenzar a confiar.
A decir
A amar
A luchar por una promesa, que nunca dejó de estar delante de nuestros ojos.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.