PARASHAT KEDOSHÍM: reflexiones sobre el amor y el odio

… Dios dijo
Dios dijo:
Ama a tu prójimo como a ti mismo.
En mi país
el que ama a su prójimo
se juega la vida.

Gioconda Belli- poeta nicaragüense- “Cómo pesa el amor” (fragmento)

La literatura universal pivota entre estas dos palabras.

El mundo, su política, la humanidad y su organización social, las comunidades de fe, las familias y su red de vínculos son habitadas, inspiradas, traccionadas por estas dos palabras.

Y digo palabras, porque definirlas como mero sentimiento, emocionalidad irracional, separadas de lo que nosotros mismos con nuestro lenguaje hemos decidido llamar razón, mente… es insuficiente y todos lo sabemos.

El amor mueve al mundo.

El odio también.

Y no sé si son antónimos, no sé si son categorías lingüísticas, o un modo de justificar nuestro accionar en la vida.

Las acciones de odio y terror se fundamentan en un supuesto amor a lo propio que está siendo atacado. Un binomio que se vuelve inmanejable, que no resiste fundamentaciones, y que oculta lo que no se puede decir.

Esta parashá, parashat Kedoshim, habla de estas dos dimensiones. Y corremos el riesgo de leerlas casi superficialmente, porque hemos perdido hasta la sensibilidad para creer que aún estamos a tiempo de tomárnoslas en serio y aportar algo, para que la sinrazón en la que estamos inmersos como humanidad pueda reencauzarse.

לֹא-תִשְׂנָא אֶת-אָחִיךָ, בִּלְבָבֶךָ; הוֹכֵחַ תּוֹכִיחַ אֶת-עֲמִיתֶךָ, וְלֹא-תִשָּׂא עָלָיו חֵטְא

לֹא-תִקֹּם וְלֹא-תִטֹּר אֶת-בְּנֵי עַמֶּךָ, וְאָהַבְתָּ לְרֵעֲךָ כָּמוֹךָ:  אֲנִי, יְהוָה.

“No odiarás a tu hermano en tu corazón; ciertamente reprenderás a tu prójimo, para que no lleves pecado por su causa. No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo  como a ti mismo; Yo soy el Eterno” Vaikrá 19: 17-18

Paradójico lugar el del corazón que es capaz de alojar el odio y el amor…

A propósito escribe Luigino Bruni- escritor italiano- comentando el libro de profeta Iejezkel (Ezequiel):

“Leb (o Lebab) aparece unas mil veces en la Biblia, más de ochocientas veces en el Antiguo Testamento. Es una palabra que, como todas las palabras enormes, lleva consigo de pies a cabeza una radical ambivalencia. El corazón bíblico no hace ninguna concesión al sentimentalismo. Aunque sea imagen de los sentimientos, no deja de ser una palabra seria y sobria, como la vida que tan bien simboliza. La primera vez que aparece, lo hace en un contexto muy trágico, engarzada entre Caín y Noé, en el centro de la primera noche oscura de la humanidad, que culminará en el diluvio: «El Señor vio… que todos los pensamientos que ideaba en su corazón eran puro mal de continuo» (Génesis 6,5)

En el Éxodo, el corazón es también el lugar donde Dios infunde la inspiración, donde nace la creatividad del arte: «En el corazón de todos los artistas he puesto sabiduría» (Éxodo 31,6). 

Toda la Ley de Moisés es cuestión de corazón: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Deuteronomio 6,5).»

El corazón es habitado por pulsiones del mal, en un caso, y al mismo tiempo quienes son elegidos para construir el Santuario- la morada divina- son inspirados por la sabiduría de su corazón, y debemos amar a Dios con todo nuestro corazón.

Lo que uno decide “decir” que anida en su corazón, no es independiente de lo que uno decide hacer en su vínculo con el otro- otro que siempre es prójimo, nos guste o no. Prójimo, porque está cerca: es nuestro vecino, nuestro compatriota, nuestra pareja, nuestro maestro, nuestra alumna. Siempre estamos cerca. Nos guste o no. Y con esa cercanía tenemos que tomar decisiones. Y no le podemos echar más la culpa al corazón, que pareciera que flota casi independientemente de nosotros y nos hace hacer lo que hacemos.

El corazón como lugar de decisión es una responsabilidad que deberemos asumir y que no podremos delegar más. No odies a tu hermano en tu corazón y ama a tu prójimo y amate a ti mismo… es un mandato que está siempre ligado a lo que elegimos hacer con otros y, por tanto, con el relato de nuestra historia. Otros que nos confirman quienes somos, qué sabemos de nosotros y todo lo que aún nos resta por saber.

Esconderse tras los supuestos sentimientos que afloran de nuestro corazón, es una manera superficial de no hacernos cargo. De desentendernos de nuestro rol en la historia. Amar es accionar en pos de la igualdad, la justicia, el entendimiento, la paz. Odiar es la mejor manera de decir de nuestra imposibilidad de construir, de nuestra desgana; es una trinchera para dar rienda suelta a nuestras ganas de romper, de borrar, de anular todo lo que no sabemos procesar.

Si fueran sólo expresiones de nuestro “sistema emocional”, desligados de la voluntad, no habría sido posible formular preceptos ligados a ellos.

¿Cómo ordenar no odiar?, ¿cómo ordenar amar?

Porque la prescripción es sobre los actos que justificamos por amor o por odio. Y la ecuación no es lineal. Muchas veces “por amor” hacemos mucho daño.

En mi país
el que ama a su prójimo
se juega la vida
, dice el poema. Es hora de pensar por quiénes nos jugamos. Es la única manera de ganar el partido de la vida.

Shabat Shalóm,

Rabina Silvina Chemen.