PARASHAT JUKAT: El sentido de la legalidad

Rabí  Itzjak, cuenta Rashi, en el comienzo mismo de su comentario a la Torá se hace una pregunta interesantísima:

Rabí Itzjak dijo: La Torá debería haber comenzado con «Este mes será para vosotros el primero de los meses» [Shmot 12: 1], que es el primer mandamiento dado a Israel. ¿Por qué entonces se comienza con la creación?

Rabí Itzjak se pregunta (y nos hace pensar a nosotros), ¿por qué era necesario que la Torá mencionara el hecho de que Dios creó el universo? Era más lógico quizás pensar que la Torá debería haber comenzado con el duodécimo capítulo del libro de Shmot. ¿Qué necesidad de tener a Bereshit que narra la vida de los patriarcas y el nacimiento del pueblo de Israel? De hecho los primeros once capítulos Shmot, con el relato de los sufrimientos de los hebreo en Egipto, la elección de Moshé, las plagas y todo lo que pasó en la salida, tampoco aportan al corpus de leyes, que es lo que nos definiría como pueblo.

La pregunta del Rabí Itzjak es provocativa. Nos hace volver a pensar en los textos que nos hicieron pueblo ¿qué clase de libro es la Torá? ¿A qué género literario pertenece?

La ley judía, me atrevería a decir, no es ley dura, conminativa y sometedora per se. La ley judía se superpone a otros sistemas de legalidades que debemos cumplir en tanto ciudadanos de un país, en tanto sujetos de derecho.

El judaísmo jamás planteó la obediencia ciega: obediencia, sí, pero, a ciegas, no. Porque la ley tiene sus raíces en la historia, en las historias, en la vida, en el orden del cosmos. Anteriores a cualquier legalidad vino el universo, las familias y los intercambios…

Para entender la ley es bueno conocer cuál es la historia que está detrás de ella. La Torá no trata de crear una sociedad en torno al hecho desnudo de una orden divina.

Tenemos que saber no sólo qué hacer, sino por qué hacerlo. Halajá- la ley y agadá- la narrativa: obedecer y comprender.

Así se constituyó nuestro pueblo, en pueblo. A veces con una tierra en común, después no, a veces con un santuario en el centro, después no, a veces con sacerdotes, otras con maestros, a veces en paz, otras perseguidos, a veces ligados a más religiosidad, otras no…en ese balanceo entre la obediencia y la comprensión, entre la ley y las historias de vida. Y cuando se necesitó repensar la ley a partir de los sucesos vividos, se lo hizo. Y cuando hubo que permitir lo que estaba prohibido por una emergencia, se lo hizo. Y cuando la ciencia avanzó se volvió a pensar el canon ético con el que se relaciona lo judío con ese descubrimiento.

La ley y la vida, la norma y la narrativa, la letra y las personas van juntas a la hora de hablar de lo que somos: un pueblo con una legalidad devenida de la vida.

La ley de Dios habla de la condición humana. Surge de la historia misma.

Dios no es un tirano, aunque a muchos les convenga, y Su objetivo no es la rutina autómata sino nuestras relaciones, nuestras decisiones y nuestra ética.

El legislador es también el Creador. Por lo tanto, la ley viene con la semilla de la creación. En ninguna parte se establece esto con mayor claridad que en esta parashá: Jukat.

Comienza con la ley de la vaca roja. Su nombre se deriva de la frase, «Este es el decreto [Jukat] de la Torá.» El judaísmo vio tradicionalmente el ritual de la vaca roja como el ejemplo supremo de un jok, es decir, un decreto que no tiene razón u otra lógica que el hecho de que fue mandado por Dios.

Luego la parashá continúa con una serie de narrativas establecidas hacia el final de cuarenta años de los israelitas en el desierto. En primer lugar Miriam muere. El pueblo se rebela porque no había agua. Moshé y Aharón pierden los estribos con la gente. El agua aparece. Por este pecado están condenados a no entrar en la tierra prometida. Aharón muere, y el pueblo llora. Moshé también sabe que sus días están contados. No vivirá para cruzar el Jordán. Sólo podrá ver la tierra desde lejos sin poner un pie en ella.

Pareciera ser que entre la ley – el jok de la vaca roja, y la narrativa de las muertes de Miriam y Aharón y la condena a Moshé, no hay relación alguna. Pero sí que la hay. Más que cualquier otro pasaje de los textos del desierto.

Jukat  trata sobre la mortalidad. El ritual de la vaca roja se hacía para purificar a aquellos que habían tenido contacto con una persona muerta.

Y por otro lado, el relato del fin de la historia de los 3 líderes que llevaron al pueblo de Israel de la esclavitud a la libertad.

La narrativa de la muerte de líderes tan queridos es precedida por la ley de la vaca roja, cuyo propósito es purificar a todos aquellos que han entrado en contacto con la muerte.

Y esto tiene una explicación: La vaca es matada y quemada y reducida a cenizas. Las cenizas se mezclan con madera de cedro quemado, ramas de hisopo e hilo carmesí. Toda esta ceniza se disuelve en «agua viva» que es rociada sobre la persona que ha sido contaminada por el contacto con, o cerca de un cadáver humano.

Morimos, pero la vida sigue; es la declaración simbólica del rito de la Vaca Roja. Todo lo que vive con el tiempo se convierte en polvo (y en el caso de la vaca roja, en ceniza), pero la vida continúa fluyendo como una corriente interminable.

De manera significativa, la palabra hebrea para «herencia», najalá, se relaciona con la palabra najal, arroyo, río… lo que fluye. Como el polvo se disuelve en agua viva, por lo que la muerte se disuelve en la corriente de la vida misma.

Lejos de ser ininteligible, la ley de la vaca roja es una poderosa declaración sobre la vida y la muerte, el dolor y consuelo, lo efímero y lo eterno.

Y lejos de estar desconectada con la narración que sigue, está íntimamente relacionada con ella, y una es comentario de la otra. Juntas forman el significado. Antes de que estemos expuestos a la muerte de Miriam y Aharón y el decreto de muerte en contra de Moshé, la Torá nos proporciona un profundo consuelo. Murieron, pero lo que vivieron no muere. Estamos destinados a llorar la muerte de las personas cercanas a nosotros, pero con el tiempo volvemos a conectar con el agua de la vida. Éste fue solo un ejemplo.

Ojalá podamos descubrir cuándo nos fanatizamos con una lectura de la ley desconectada de la historia y de nosotros mismos. Y ojalá que podamos cultivar la mirada piadosa, la acción bondadosa que seguramente reforzará el sentido de una ley que bajó del cielo para hacernos mejores, y no para dividirnos entre nosotros.

Shabat shalóm,

Rabina Silvina Chemen