PARASHAT HAAZINU: Hay que animarse a traspasar…

Parashat Haazinu nos llega después de esta maratón del alma que fueron estos Yamím Noraím: introspección, emociones, días de descubrimientos y decisiones.

Y cuando necesitarías palabras de bálsamo para acariciar todo lo oscuro recorrido en estos días, Haazinu nos deja un sabor amargo. Porque de verdad, nuestras vidas son minúsculas al lado de la grandeza de Moshé y sin embargo a él le toca dar su último discurso, antes de morir, injustamente, sin entrar a la tierra por la que tanto luchó. No va a traspasar el límite, no va a acompañar a esta nueva generación que nació libre, no va a ver el fruto de su esfuerzo y su sueño.

Una gran parte de Haazinu consiste en una «canción» de 70 versos dicha por Moshé al pueblo de Israel en el último día de su vida.

Él llama al cielo y a la tierra como testigos, y le canta al pueblo «Recuerda los días de antaño / Considera los años de muchas generaciones / Pregunta a tu padre, y él te relatará / A tus ancianos, y ellos te dirán» (32:7), cómo fueron encontrados en una tierra desierta, cómo Dios los hizo un pueblo, para legarles un hermoso destino.

La parashá termina con la instrucción de Dios hacia el Monte Nevó, desde donde podrá mirar la Tierra Prometida antes de morir allí. Por tanto, sólo de lejos verás la tierra, pero allí no entrarás, a la tierra que doy a los hijos de Israel. (Devarím 32:52)

Acabamos de implorar a la justicia divina en este Kipur que acaba de concluir y estamos leyendo una de las mayores injusticias de toda la Torá. Moshé no entrará a la tierra de la promesa. Un tiempo atrás en Parashat Vaetjanán, Moshé rogó que sea modificado su destino. Dios accedió sólo en parte. Le permitió ver la tierra, aunque no entrar en ella.

Nada podremos hacer con el ciclo de lecturas de la Torá, y Parashat Haazinu va a ser siempre leída en estos días con este clima en el alma. Nos quedará por tanto volver a pensar un significado que trascienda la historia personal de Moshé y que nos pueda atravesar a nosotros, ayudándonos e inspirándonos en este tiempo.

«El trabajo de Moshé está realmente hecho– escribe Patrick Miller en “Moisés Mi Servidor” – La gente tiene ahora la palabra de [Dios], que enseñó a Moshé y que será su guía en la tierra que [Dios] ha prometido. Israel vivirá ahora por la Torá que Moshé ha enseñado y en un sentido muy real, no necesita a Moshé».

Y más allá de parecer que esta postura es cruel con Moshé, probablemente sea la que nos haga entender que un grupo de gente liderado por la potencia y autoridad de Moshé, guiados por una sola persona, con comunicación directa con el Creador, quien fuera instrumento para realizar los milagros del cielo, no hubiera podido jamás transformarse en pueblo.

Moshé va a morir para que la gente corra del centro a la persona y la reemplace por el texto. Más allá de que luego vendrán otros líderes como Yehoshúa, los Jueces, los Reyes, los Profetas, los ancianos… La centralidad de Moshé será reemplazada, para siempre, por el texto. El vínculo del pueblo con Dios no será a través de un emisario, como lo había sido hasta entonces, sino a través de un texto que se lee y se relee, generación tras generación y más aún, año a año.

Y ahora sí podemos decir que esta parashá más allá de la aparentemente frustrada situación de Moshé nos habla de fortalecer nuestras capacidades de tomar decisiones.

Porque todo el trabajo espiritual al que fuimos llamados estos días tuvo que ver con volver a centrarnos en nosotros mismos, en nuestra propia y renovada lectura de nuestras vidas, asumiendo todas las responsabilidades, porque no hay más un Moshé al que obedecer y a través del cual conectarnos con el cielo. No está más allá de uno, ni tan alto, ni tan lejos, como decía Parashat Nitzavim semanas atrás. Sino que el ejercicio no tiene a nadie más que a nosotros mismos como destinatarios e incluso líderes del devenir de nuestras vidas.

Moshé no podía traspasar el límite. Porque si no, nadie hubiera aprendido que somos nosotros, son nuestros pies, nuestras convicciones, nuestras decisiones las que nos van a llevar del otro lado del río, hacia la promesa. No “nos llevan”, no “somos decididos” por otros, ni por el destino, ni por nadie- por más estima y respeto reverencial que le tengamos.

Somos nosotros mismos los que deberemos empacar nuestros bienes (y lo digo en el doble sentido de la palabra) y encarar un camino que nadie hará por nosotros.

A horas de salir a habitar una sucá que, como techo nos pondrá el cielo, nos deseo a todos que nos animemos a traspasar el límite que nos separa de nuestras propias tierras de promesa.

Seguramente del otro lado, algo precioso nos está esperando.

Sólo es cuestión de salir a caminarlo.

Shabat Shalom y ¡Jag Sukot Sameaj!

Rabina Silvina Chemen.