Si se me permite, tomaré algunos versículos de esta parashá y los pondré uno tras el otro, para intentar descubrir un significado profundo.
Estamos preparándonos para entrar a la tierra de Israel.
Somos aquellos autorizados a ingresar. Venimos de un lugar complejo y fácil a la vez, como lo fue la tierra de Egipto. Complejo y doloroso por la opresión. Fácil- si se puede decirlo de ese modo- porque no esperaban nada ni podían intervenir en una realidad que estaba totalmente dispuesta: qué comían, qué debían construir, cómo vivían… Esclavitudes a las que a veces uno se acostumbra con tal de no pensar.
Por otro lado, venimos de una realidad hostil y cómoda a la vez: el desierto con sus incertidumbres y desafíos, y la vez la comodidad del pan del cielo, alimento que no es fruto del trabajo sino de la providencia divina.
La realidad a la que vamos a ingresar es maravillosa y temida a la vez. Deseada, anhelada, soñada, pero al mismo tiempo, sin pan del cielo, sin sometimiento a rutinas opresivas, sino con lo que la libertad trae consigo: responsabilidades, logros y fracasos, iniciativa propia, resultados acordes a nuestra labor, a nuestros aciertos o errores. Un gran desafío. Nos puede ir bien, nos puede ir mal.
Para prepararnos Moshé nos brinda algunos fundamentos para aprender a vivir esta vida, en nuestra tierra y absolutamente libres, pero sin milagros para nuestra subsistencia:
Por un lado nos dice: “Deberás comer y saciarte y bendecir al Señor por la buena tierra que te ha dado.” (Devarím 8:10)
Tres acciones que van juntas: Comer: alimentarnos, nutrirnos de lo que necesitamos.
Saciarnos: disfrutar de lo que producimos, darnos todo lo que queremos, no escatimarnos.
Bendecir: agradecer, reconocer, no perder la conciencia de los nutrientes y del disfrute. No perder la vara de la medición, que no es sólo la saciedad de la materia sino la oportunidad de ver en cada acto cotidiano una posibilidad de conexión con lo trascendente.
Luego Moshé continúa con su consejo: «No sea que cuando comas y te sacies, cuando edifiques buenas casas y las habites, cuando se multipliquen tus vacas y tus ovejas, cuando se multipliquen la plata y el oro, y cuando se multiplique todo lo que tienes, entonces se llegue a engrandecer tu corazón y te olvides del Eterno tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud… No sea que digas en tu corazón: ‘Mi fuerza y el poder de mi mano me han traído esta prosperidad.’ (Devarím 8:12-17)
Una advertencia que puede ser para aquellos tiempos tanto como para los nuestros: tenemos derecho a tener lo que queramos, a obtener con nuestro trabajo todo lo que nos permita saciarnos y disfrutar de la vida: propiedades, comida, bienes… pero hay un riesgo: la soberbia, la omnipotencia, y la insatisfacción permanente. No pierdan la humildad, una vez que sean grandes materialmente, está tratando de decir Moshé. No se crean autosuficientes sólo porque cuentan con más cabezas de ganado. “No se la crean”, coloquialmente, conserven la capacidad de asombro, de descubrimiento, de agradecimiento. Somos lo que tenemos y también cómo disfrutamos de lo que tenemos. Somos materia y conciencia y ambas nos garantizarán la promesa de cualquier tierra.
Y por último: “Cuídate a ti mismo para que tu corazón no sea seducido y te alejes y adores a otros dioses.” (Devarím 11:16)
Todas estas indicaciones son una medida del cuidado. Cuidarnos y cuidar nuestro corazón para que no sean seducidos por realidades que tantos idolatran. Cuidarnos del desagradecimiento, del descreimiento, de dar por obvio lo que nos sucede y de lo que vamos logrando. Cuidarnos de no saber reconocer, de no empobrecer nuestros relatos sobre lo que somos, de no vaciarnos de sentido, de acortar nuestras posibilidades a lo que vamos acopiando. Cuidarnos hasta de nosotros mismos, cuando “nos perdemos de vista”. Y volver una y otra vez a bendecir por la buena tierra que cada uno habita. Porque más allá de las vicisitudes y los sucesos de dolor que nos toquen vivir, cada uno de nosotros tiene una buena tierra, una parte de la promesa cumplida. Quizás mucho más cerca de lo que pensamos.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.