PARASHAT BEMIDBAR: El elogio del desierto

Comenzamos esta semana un nuevo libro de la Torá: Bemidbar, cuyo significado literal es “En el desierto”. Un libro que nos hará recorrer las historias que el pueblo de Israel vivió durante su extensa travesía en el desierto. Interesante que el nombre del libro y de la parashá aludan a la hostilidad de una geografía que parece no aportar demasiado a la trama de los acontecimientos. Y no sólo eso sino que si se fijan con detenimiento, no se llama “Desierto”, sino “En el desierto”. No es el espacio en sí mismo sino la experiencia de estar “en” él, dentro de él, la que al parecer es significativa para el relator bíblico.

Me tomé el atrevimiento de pedirle prestado a Ignacio Izuzquiza, Profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y en la Universidad de Valencia el título de este comentario que él utiliza en la introducción a su libro: Filosofía de la tensión: realidad, silencio y claroscuro”.Así escribe este autor:

El desierto es luz abrasadora, silencio creador, fuente de espejismos, monotonía que crea infinitas variaciones, sequedad de muerte que es contexto de vida desbordante, contraste extremado infinita melodía de soledad y silencio.

El desierto es ausencia y vaciedad esencial, que sin embargo genera presencias radiantes e incontrolables multitudes. Es fuente de fascinantes paradojas.

No es extraño que sea un ámbito propicio para la creación de grandes culturas, relevantes pensamientos y radicales transformaciones. El desierto parece ser una quietud que engendra la mayor inquietud, pero ante todo es un estado y un modo de ser.”

En unas pocas frases, ¡cuánto para comprender y analizar! Un espacio que en apariencia se presenta yermo y estéril es el más propicio para generar una nueva civilización.

La experiencia del desierto genera una transformación del modo de entender la libertad. Y resignifica la soledad, que en el aturdimiento de la vida cotidiana está disfrazada de compañías virtuales o presentes y a la vez, ausentes. Es un espacio de ausencias cargado de presencias. Es un observatorio privilegiado en donde se puede analizar la constitución de todas las presencias.

Quizás sea el momento para preguntarnos: ¿Con quiénes contamos? ¿Cuán solos estamos a pesar de las compañías? ¿Cuántas presencias nos dejan solos? ¿Cómo elegimos a los que escribirán la historia por nosotros o con nosotros? ¿A quiénes dejamos solos con el pretexto de que estábamos ocupados?

A su vez, el silencio es una de las características de este desierto: En el desierto es donde puede entenderse el silencio, que es todo menos muerte: es la verdad del ruido y del sonido. Y por supuesto, un importante requisito para poder emplear el lenguaje.

Es donde se pone de manifiesto la conciencia que tenemos al elegir las palabras. La responsabilidad que tenemos por lo que decimos. La discreción o la indiscreción de nuestra información. ¿Cuánto sabemos callar? ¿Cuánto soportamos callar? ¿Cuánta oportunidad de silencio nos damos para decir cosas realmente pertinentes? ¿Cuántas veces nos llenamos de ruido para no oír ni decir lo que necesitamos? ¿Cuántas veces nos escondemos detrás de las cataratas de palabras que usamos de máscaras? ¿Mentimos? ¿Nos mentimos? ¿Fabulamos? ¿Delatamos? El silencio del desierto es el mejor instrumento para poder evaluarlo.

Un desierto, es sabido, es un espacio de tentaciones y espejismos, que son considerados como huidas de la presión a la que somete el desierto: ilusorias compañías, luces equívocas, aparentes seguridades que quieren salvar del abismo. Plenitudes falsas, y placeres de imitación.

Tenemos que evaluar la realidad de nuestras realidades. Los inventos de nosotros mismos. Lo que decimos de nuestros mundos que no es real, o las vidas que vivimos que no son las que queremos sino la que la sociedad nos impone como mandato. El riesgo del espejismo es la comprobación de nuestra propia incapacidad de sobrevivir con lo que somos y lo que tenemos.

El desierto no ahorra nunca momentos de desánimo, frustración, pérdida, agotamiento.

Los provoca, los crea; situaciones límites donde aparece la debilidad con toda su fuerza. Mejor dicho los limites de la debilidad, y allí la debilidad se convierte en riqueza extrema. Permite la transformación. Allí la vida triunfa sobre la muerte.

Es un espacio de verdad, para reconocer lo que nos duele, lo que nos agobia y salir al encuentro de lo que nos sana. Sabernos débiles no es una debilidad, es el comienzo de la reparación, es el mapa de la ruta que debemos elegir para ser quiénes queremos ser. Esta sociedad nos impone mostrarnos fuertes y satisfechos maníacamente. El desierto nos invita a disfrutar de nuestra debilidad para abrazar nuestras necesidades.

Es tiempo de entrar en él. Con coraje, sin tapujos. Descubriremos lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Pero no hay promesa sin atravesarlo. No hay horizonte si no hay marcha. Vamos a recorrer las historias del pueblo de Israel en el desierto durante los próximos meses… me atrevo, irreverentemente, a creer, que el texto bíblico nos invita a que recorramos las nuestras, comprometidos con la geografía que nos contiene.

Para finalizar un pequeño pasaje de Borges, que nos dejará pensando:

A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: Estoy modificando el Sahara.” Jorge Luis Borges- del libro «Atlas» (1984)

Que las inmensidades, que creemos que nos rodean, no nos coarten la convicción de saber que está en nuestras manos y en nuestros pasos poder llegar a nuestras metas.

Shabat shalóm.

Rabina Silvina Chemen