Se termina el libro de Vaikrá. Se termina la interminable lista de rituales, especificaciones, ofrendas. Se termina la descripción de una religiosidad basada en el acto concreto.
Pero sea cual fuere el método, el objetivo es sólo uno, entonces y ahora: la santidad.
Tema que vuelve cada tanto a nuestras conversaciones, quizás porque aún no hemos comprendido su profundo significado.
En esta parashá se describen los valores, es decir, el proceso a través del cual el individuo puede hacer un voto para dar como ofrenda el valor monetario equivalente a una persona, un animal o una propiedad. El verbo utilizado para esta acción es «lehakdish», consagrar, hacer algo kadosh.
Una situación lejana para nosotros, pero sería algo así como: -hago un voto y ofrendo el valor monetario equivalente a mi casa como garantía del cumplimiento de mi voto. Consagro mi casa según mi propósito.
Si buscamos en la Torá figura así:
וְאִישׁ, כִּי-יַקְדִּשׁ אֶת-בֵּיתוֹ קֹדֶשׁ לַיהוָה
«Cuando alguien consagre su casa como cosa sagrada al Eterno…» Vaikrá / Levítico 27:14
Y allí quedé. En la pregunta más amplia que este procedimiento legal-ritual: ¿qué significa consagrar la casa además de ponerle un valor que demuestra mi voluntad de cumplimiento? ¿Qué es una casa sagrada/consagrada? ¿Qué requiere de nosotros nuestra casa, nuestro hogar y quienes habitan en ella para hacer del edificio y de la convivencia una experiencia de santidad?
La mente evoca situaciones de valor absoluto a la hora de hablar de santidad. Y nuestros sabios a través de los siglos ensayaron diversas y a veces muy hermosas maneras de definirla.
Hoy comparto con Uds. una de ellas, la de Rabí Moshé Jaim Luzatto, un rabino cabalista italiano del siglo XVIII: Él dice que a la kedushá- la santidad se llega, cuando una persona “incluso en medio de realizar los actos físicos necesarios para sustentar su cuerpo, nunca se desvía de la más elevada intimidad”.
De acuerdo con esta definición podríamos decir que algo es sagrado o algo se consagra cuando no hay distracciones.
Pareciera ser una acepción de kedushá bastante vulgar o pequeña, sin embargo, tengo la impresión que es la manera más didáctica de explicar la santidad.
Volvamos al versículo que elegimos: «Cuando alguien consagre su casa como cosa sagrada…»
Nosotros consagramos una casa, entonces, de acuerdo con esta visión, cuando no hay distracciones y lo que pasa en ella queda íntimamente ligado a nosotros.
Cuando los padres que habitan la casa, se distraen con las banalidades cotidianas, con peleas superfluas o con la victoria del desgano dejando de poner en el centro a sus hijos, a sus miradas y necesidades; no están pudiendo consagrar la casa.
Cuando la pareja se funda en la dis-tracción en lugar de en construir la a-tracción, y se dejan llevar por las modas de turno, la apatía o la indiferencia; no están pudiendo consagrar la casa.
Cuando nos hacemos los distraídos y justificados por el apremio de la vida laboral, las obligaciones y los reclamos, no llamamos a nuestros viejos, no los incluimos en nuestras conversaciones ni los invitamos a nuestros espacios; no estamos pudiendo consagrar la casa.
Y así vamos, «haciéndonos los distraídos», como si nadie reparara en nuestras omisiones- casi siempre correctamente justificadas- armando una vida con poco sedimento; con poca solidaridad, poca generosidad, poca entrega al otro, poca escucha, poca dedicación…
Los cultores de lo profano son los indiferentes.
Los cultores de lo sagrado son los implicados con lo y los que tienen alrededor.
Cada espacio, cada persona, tiene la posibilidad de ser consagrada: pero no como medida valorativa de un pago, en nombre de cierta ofrenda. Sino como valor en sí misma. Y cuando le damos valor a los espacios que habitamos, y a las personas con quienes convivimos, estamos haciendo un voto de valor por nosotros mismos.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.