PARASHÁ KI TISÁ: Trascender nuestra imagen

Y Adonai habló a Moshé diciendo: –Haz una pileta de cobre, con un pedestal también de cobre, y colócalo entre la Tienda de Reunión y el altar. Échale agua, pues con ella deben lavarse Aarón y sus hijos las manos y los pies. Siempre que entren en la Tienda de reunión, o cuando se acerquen al altar y presenten a Adonai alguna ofrenda por fuego, deberán lavarse con agua las manos y los pies para que no mueran. Esta será una ley perpetua para Aarón y sus descendientes por todas las generaciones.” Shemot-Exodo 30:17-21

Siempre intrigaron los párrafos del texto bíblico que se dedican en detalle a algo aparentemente secundario. Como en esta parashá en la que leemos acerca de la construcción de los objetos del Mishkán –del Santuario–, entre otros temas. Unos versículos atrás aprendíamos acerca de la creación del altar, todo cubierto de oro… quizás el objeto más majestuoso dentro de la Tienda de Reunión. Y de pronto, este párrafo, en el que nos indican con detalle la construcción de un “recipiente” para que Aharón y los kohanim –los sacerdotes– se laven sus manos y sus pies antes de hacer las ofrendas. 
Este detalle, en apariencia poco relevante, debe encerrar un misterio.

¿Por qué no comenzaron con los objetos de menos importancia? ¿Por qué no utilizaron el oro que estaban fundiendo para el altar para bañar también la pileta de la entrada de la tienda? ¿Por qué tanta insistencia con el cobre?

En la próxima parashá nos van a dar detalles de esta pileta de cobre. Todos los objetos fueron construidos con las donaciones comunes del pueblo de Israel, pero el kior- la pileta, tiene especificado exactamente de dónde deberían venir los materiales.

E hizo el kior de cobre y su base de cobre, de los espejos de las que se reúnen, que se reunieron a la entrada de la Tienda de Reunión” Shemot-Éxodo 38:8

El cobre fue tomado de los espejos de las mujeres de Israel. Hay hermosos midrashim respecto del rol de las mujeres tanto en Egipto como en algunos episodios en el desierto, pero hoy nos detenemos en la singularidad del cobre y de los espejos. Porque allí está el comienzo del ovillo que desentrañará nuestras dudas.

Estamos hablando de un elemento que estará en la puerta del Tabernáculo. Es la primera acción que deberán realizar aquellos que se dediquen al culto sagrado, que ingresen al espacio en donde la Torá misma indica que Dios reside. Y para entrar a la santidad del espacio y del tiempo, los kohanim deberán lavarse las manos y los pies.

Sabemos que este lavado es ritual, no higiénico y que encierra un símbolo: Para estar preparados para la elevación espiritual, hay que despojarse, antes de entrar. Algunos lo llaman, el lavado de purificación. ¿Purificarse de qué?

Aquí podemos comprender el por qué del material de la pileta: para conectarte con el espíritu, para elevar el alma, para acercarte al origen de la vida, para ofrendar lo mejor que tenemos, deberemos dejar de lado la vanidad y la soberbia que los espejos representan. Por eso hay que lavarse las manos y los pies allí, para caminar y actuar en una dimensión de humildad, de recato, inclusive, diría yo, de verdad, hacia lo trascendente.

Trascender las imágenes que tenemos de nosotros, o que construimos más allá de lo que nosotros somos, porque Avodat Hakódesh, el trabajo de la santidad, requiere que nos presentemos nosotros mismos, sin máscaras ni disfraces, purificados de las imposturas, de las falsificaciones.

Cada uno de nosotros tiene santuarios, tiendas de reunión, en las que se presenta: son nuestras casas, nuestros hijos, nuestros proyectos, nuestros sueños, nuestras apuestas, nuestra vida comunitaria, nuestra vida ciudadana. A cada una de estas tiendas somos convocados a hacer un trabajo de santidad. Tengamos en nuestras mentes y nuestros corazones este texto de la parashá: antes de pretender llegar al altar de oro, deberemos pasar por la pileta de cobre: dejar allí las imágenes de todos nuestros espejos y ser nosotros mismos, despojados de espejismos y falsedades, despojados de las formas para recuperar la esencia.