«El cumpleaños» (1915). Marc Chagal

En esta composición, ocupando el eje central del cuadro, creando una especie de remolino y dividiéndolo en dos partes iguales, aparecen representados dos personajes, uno masculino a la derecha, Chagall, autor del cuadro, y a la izquierda otro femenino, Bella, esposa del artista.
Se trata de una escena de amor, con Marc envolviendo en su vuelo a la joven Bella, a la que se acerca y murmura algo al oído. Acaba de recibir de su joven amante un ramo de flores, él se lo ha regalado por su cumpleaños.
Pocos objetos llenan la estancia aunque encontramos infinidad de detalles que hacen que la vista vaya y venga del cuadro continuamente:

"El cumpleaños"

 Oleo sobre tela, 81×98 cm.
Nueva York, Museum of Modern Art, Lillie P. Bliss Fund.

Sobre la mesa roja y con tapete azul, el bolsito de Bella, un plato y un vaso, y el pastel listo para ser cortado. No tiene velas, obedeciendo este detalle a la falta de tradición en Vitebsk, pueblo ruso natal de la pareja, de no ponerlas en las tartas de cumpleaños.
Dos mantones de Bella colgados por la pared, salpicados de motivos geométricos y pequeñas flores. Observamos también parte de un cuadro, una mesa baja cubierta por un alargado tapete rameado y una pequeña banqueta circular tapizada en negro.
Detrás de la mesa se abre una ventana, adornada con una pequeña cortina, desde la que se ve una calle del pueblo con una iglesia, la parte derecha tiene una apertura para poder airear la habitación. En la otra ventana, la que podemos observar sobre el mantón izquierdo, vemos una escalera de emergencia. Cada una de las aberturas al exterior muestran diferentes momentos de luz, en la que hay sobre la mesa es casi de noche, mientras que la otra nos ciega con su luz, pero esto no importa a Chagall, es su forma de expresar cómo el tiempo, en este instante de felicidad, no existe ni tan siquiera lo ven pasar. Obedece también a un deseo de representar el mundo en movimiento, al que no quiere inmovilizar con su pintura.
«El cumpleaños» de Chagall es una obra poética y llena de símbolos, en la que destaca su profundo conocimiento expresivo del color, denso y con fuerza, como un aura mágica. El color organiza las ideas, formas y, en definitiva, el mensaje del cuadro. No atiende a estilo alguno, son utilizados según su propio interés. Es por su contenido, näif y surrealista; por la elección de los signos, simbolista; por la técnica de ejecución, expresionista. Desordena, modifica la realidad, dispersándola en todas direcciones. Para expresar su amor y cariño, pinta besos, abrazos y ramos de flores. Para expresar lo que es alegre y lo que llega de repente, pinta sus figuras volando. Para expresar sus pensamientos, organiza una serie de formas y figuras que surgen desde cualquier sitio.
Chagall evidentemente es un pintor de estados de ánimo. Aquí nos trae uno de los grandes temas de la vida, el amor, pintado desde lo cotidiano, sintetizando en formas y colores la incontenible felicidad de la pareja, un mundo que parece iluminarse con su amor. Se trata, en definitiva, de un brindis a lo que se dice cuando se es feliz: “creo enloquecer”, “me parece estar volando”, “estar en el cielo”…
A propósito de esta pintura, recuerda Bella: “Tú te arrojas sobre la tela, que tiembla entre tus manos, coges el pincel, aplastas los tubos de pintura (…) de pronto me alzas del suelo (…) tú saltas hacia arriba, te extiendes en toda tu longitud y vuelas hacia el techo (…) Te acercas a mi oído y me murmuras algo (…) Las paredes, adornadas con mis chales variopintos, ondean a nuestro alrededor y hacen que la cabeza nos dé vueltas”.
Autora: Francisca Zurita Corbacho