Volvemos al ciclo regular de la lectura de la Torá.Parshat Sheminí.
Estamos transitando el día después de la festividad de Pésaj. Un Pésaj único, que tuvimos que celebrar cada uno en su casa y que nos permitió un abanico tan diferente de reflexiones y descubrimientos…
Y en la Torá es el día después de la inauguración del Mishkán.
Sheminí, el día octavo luego de los siete días de inauguración, Aharón y sus hijos comienzan su labor como kohanim (sacerdotes).
El Santuario debe empezar a funcionar.
Y ¿qué es lo primero que nos cuenta la Torá? Que los dos hijos mayores de Aharón, Nadav y Avihú ofrecieron “un fuego extraño frente a Dios, que Él no les mandó” y murieron en el Santuario. Y que la reacción de Aharón fue el silencio.
En esta misma parashá, la del día después, nos dan todas las leyes de kashrut – lo que podemos consumir, los animales que tenemos derecho a comer y los que no.
Y además, el día después, recibimos las leyes de pureza ritual; cómo son los rituales por los cuales nuestro tránsito por aguas y manantiales nos permiten diferenciar lo puro de lo impuro.
Pésaj, Santuario y Pandemia y la pregunta sobre el día después…
No puedo dejar de buscar mensajes en nuestro texto sagrado para atravesar este tiempo de tanto desafío. Y la sucesión de relatos de esta parashá una vez inaugurado el Mishkán me hacen pensar qué sentido tiene todo lo que estamos viviendo; qué riesgos hay de no saber comprender la oportunidad de esta situación que nos atraviesa como humanidad, y tirar todo por la borda, una vez más, el día después.
Pésaj, la epopeya de libertad; la celebración con el pan de la pobreza, que se hizo pan de libertad porque fue pan de fe y confianza. Matzá que se hizo tangible cuando tuvimos que celebrar con lo que había en cada, con lo que pudimos y entender que el festejo no era la opulencia sino el tiempo sagrado…
Mishkán, Santuario, totalmente construido con lo que cada uno dio de su corazón, y el detalle amoroso de cada centímetro, pero cuyo propósito era alojar la palabra- aseret hadevarim y entender que no es el Mikdash (el edificio) el que nos sostiene sino una normativa que nos hace responsables de cada uno de nuestros actos.
Y ¿qué pasó el día después, justamente el día después de haber terminado la obra más maravillosa en la hostilidad del desierto? Los hijos del Sumo Sacerdote ofrecen un fuego extraño, y se consumen en él. Los primeros sacerdotes, aquellos que supuestamente estaban preparados para guiar la ritualidad de un pueblo entero, ellos mismos son consumidos por el fuego de la codicia, supongo; de la inconciencia, quizás… un fuego del descuido y la ostentación de su función de poder.
La reacción de Aharón el padre nos deja atónitos “Y se calló Aharón”, tema en el que hoy no entraremos, pero si lo leemos en clave del “día después”, el riesgo es volver a callarnos ante el abuso y la iniquidad…
Y luego, las leyes de cashrut. El día después nos enseñan que somos parte de la naturaleza y que nos podemos alimentar de ella. Pero no tenemos autorización de fagocitarnos todo lo que a nuestro antojo se nos cruce. Hay una responsabilidad por lo que consumimos, hay un compromiso con el planeta, y hay un trabajo sobre nuestra omnipotencia; no podemos ni debemos explotarlo todo según nuestras apetencias.
Y por último, lo que en tiempos bíblicos eran las leyes de pureza e impureza ritual, momentos de la vida y de las corporalidades en los que las personas quedaban imposibilitadas de realizar ciertos rituales, se sanaban con el paso por aguas vivas, claras, limpias, aguas que purifican. Y el día después deberemos hacer un compromiso también con esas aguas que al regresar a la vida cotidiana, puedan seguir siendo vivas, claras y limpias, para no enfermarnos más.
Todo esto que estamos viviendo se va a poner a prueba el día después. Porque la verdadera construcción se puede llevar a cabo recién el día después del estremecimiento y la conmoción.
Los eventos que nos golpean, tanto en las mejores de las emociones como en las tragedias, se hacen parte de nosotros de acuerdo a cómo decidamos significarlos, vivirlos y transformarlos en enseñanza para el presente.
El día después de los acontecimientos es aquél en el que uno decide comenzar a construir. O no. En el que uno asiste a la convocatoria. O no.
“No podemos presumir – nos enseñaba nuestro maestro el rabino Marshall Meyer- que sabemos cuál es la voluntad de Dios. Pero si podemos ponernos de acuerdo en lo que creemos NO puede ser la voluntad de Dios. No puede ser a destrucción de Su creación. No puede ser el odio y el fanatismo que a menudo gobierna las relaciones. No puede ser la dominación de una nación sobre otra, ni la ausencia de libertad y justicia.”
Es hoy, es este tiempo, aún con fecha de salida incierta, que tenemos que empezar a pensar nuestro día después.
Y el mundo será un santuario como el Mishkán, cuando alojemos palabras que nos construyan como una humanidad más sabia y más igualitaria, en el que cada uno pueda aportar la mejor versión de sí mismo, para hacer de esta tierra un espacio sagrado.
Cuando aprendamos que nosotros, los seres humanos somos socios de cada porción de este planeta y que no servirá volver a arrasarlo para satisfacer nuestras apetencias. Tendremos que volver a la kashrut del planeta y cuidarlo y cuidarnos.
Así podremos recuperar la conciencia de nuestras purezas e impurezas; y elegiremos el agua clara y limpia, para sanarnos.
Y entonces, el día después nadie será consumido por su codicia ni su hambre de poder porque habremos aprendido la lección; qe nadie se salva solo, se ilumina solo ni tiene éxito solo.
Y entonces dejaremos de callarnos ante el dolor y la injusticia porque habremos comprendido que nos necesitamos unos a otros.
Y entonces este Pésaj habrá tenido sentido. En cada generación debemos vernos como habiendo salido de Egipto. En esta generación, cuando salgamos de nuestros aislamientos, volveremos a vernos las caras y nos comprometernos a construir una humanidad y un mundo redimido y liberado.
Algunos creerán que soy inocente. Que nada de esto va a pasar.
Yo apelo a las inocencias, como la de aquel hijo simple de nuestra Hagadá. Es a partir de la simpleza y a un nuevo orden de prioridades, que llegaremos a la sabiduría.
Recordemos que el malvado, el segundo hijo de la Hagadá, se excluyó de la comunidad. Yo quiero estar adentro de la sociedad y del mundo. Y por eso cada día cuando me levanto me pregunto: ¿Qué nos está pasando a nosotros?
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.