Esta semana terminamos el libro de Shmot, con sus últimas dos parashot: Vayakhel y Pekudei.
Pekudei, en sus dos capítulos y medio resume las instrucciones sobre la construcción del Tabernáculo.
Y así termina este libro que cuenta la epopeya de libertad que más nos marcó en nuestra historia como pueblo.
Leemos en Shmot 40: 33-38:
כִּי עֲנַן יְהוָה עַל–הַמִּשְׁכָּן, יוֹמָם, וְאֵשׁ, תִּהְיֶה לַיְלָה בּוֹ—לְעֵינֵי כָל–בֵּית–יִשְׂרָאֵל, בְּכָל–מַסְעֵיהֶם.
… Porque durante el día, la nube del Señor estaba sobre el Tabernáculo, y durante la noche, un fuego brillaba en ella, a la vista de toda la casa de Israel en todos sus viajes.
Así termina este libro.
Con una nube que, cuando se posaba sobre el Mishkán, indicaba que allí deberían quedarse.
Y con la misma nube que cuando se elevaba, allí seguirían caminando hasta instalarse en otro lugar.
Volvamos a esta última frase. Creo que nos regala algo interesante para pensar:
…a la vista de toda la casa de Israel en todos sus viajes. Bejol maseihem.
Desde que salimos de Egipto, estamos de viaje.
Caminamos.
Buscando un destino de promesa.
Y no es solamente una definición geográfica.
Casi como una visión profética, nacimos como pueblo, acunados por un movimiento que va de un lado al otro y seguimos siempre en búsqueda de la promesa.
Quizás – y aventuro una hipótesis – quizás estamos aún vivos porque no renunciamos a estar movimiento.
Porque concebimos nuestra existencia, nuestra pertenencia, como los viajeros- preparados siempre para el mejor camino que nos lleve a aquel lugar que tenga algo valioso por lo cual asentarnos en él.
Es cierto. No siempre salimos de viaje porque lo elegimos.
La historia judía está colmada de expulsiones, exilios, persecuciones… y así y todo, contra todo pronóstico sociológico y demográfico, volvimos a empacar con lo que nos quedaba o los que quedábamos… para intentar alcanzar una tierra que nos prometa un espacio de calma para seguir siendo nosotros mismos.
Pero volvamos a la parashá:
Se levanta un Tabernáculo con mucho esfuerzo y dedicación. Era un lugar que recordaba que ese vínculo que se estableció en Sinai estaba vivo.
No nos olvidemos que se estaban alejando de esa experiencia conmovedora, los truenos, las voces, la palabra…
La función del Tabernáculo era crear un Sinai portátil, un lugar para mantener una vía continua de comunicación con Dios.
A medida que las personas se alejaban del monte de la revelación, necesitaban un símbolo visible y tangible de la Presencia eterna de Dios entre ellos.
Un lugar, cuando ellos no tenían ningún lugar… parece una contradicción.
En pleno movimiento e incertidumbre, en lo inhóspito del desierto… se levantó el lugar más sagrado…
En plena caminata, en pleno tránsito, se levanta un espacio. En el no- espacio que es el desierto.
Acá hay algo que tenemos que volver a revisar.
Rashi queda fijado en la última palabra del libro de Shmot. Maseihem («sus viajes»),
… a la vista de toda la casa de Israel a lo largo de sus viajes «[Ex. 40:38]
Masá en la Torá se usa de dos maneras distintas
Vayamos por un instante al libro de Bemidbar- Números; el 4to libro de la Torá:
אֵלֶּה מַסְעֵי בְנֵי–יִשְׂרָאֵל, אֲשֶׁר יָצְאוּ מֵאֶרֶץ מִצְרַיִם—לְצִבְאֹתָם
Éstas son las estancias o las paradas de los hijos de Israel,
En Parashat Masei, vamos a leer dentro de unos meses una larga lista de lugares donde el pueblo de Israel se detuvo y armó sus campamentos. A eso- dice Rashi- se lo llama masá.
Y en nuestra parashá, Masá- maseihem– refiere a sus viajes.
… en la vista de toda la casa de Israel a lo largo de sus viajes «[Ex. 40:38]
Rashi se pregunta por qué la misma palabra designa dos acciones tan opuestas: emprender el viaje y acampar. Moverse y quedarse. Y así lo responde:
Porque desde el lugar del campamento siempre se emprende un nuevo viaje, por eso todas las diferentes etapas de sus viajes (incluidos los lugares donde acamparon) se llaman masaot. (Rashi en Shmot 40:38)
Rashi nos enseña que hay dos lados significativos en un viaje- y yo diría en las sociedades y en la vida misma de cada uno-: el movimiento, la búsqueda, la inestabilidad por un lado y por otro el establecerse, el detenimiento, la calma, la contemplación.
Ambos necesarios.
Nada nuevo puede surgir – dice Rashi – si uno no se detiene en algún lugar para mirar donde se está, qué quiere, quién es, si es allí donde quería llegar y con quién…
No hay viaje nuevo si vivimos en constante frenesí yendo de un lado al otro porque nos hicieron creer que hay que estar siempre inquieto, hay que superarse, llegar más rápido, y si es solo, mejor…
No hay viaje nuevo, búsqueda nueva ni aprendizaje posible si no nos hacemos de ese lugar sagrado, de ese Sinaí, como experiencia de profundidad y de vínculo con lo trascendente…
Y por el contrario, tampoco es viable lo otro… Cuando nos instalamos, nos aplomamos y nos conformamos con un lugar que a veces ni siquiera nos convence, y casi sin motivaciones creemos que la vida es eso: haber llegado a cierto espacio, haber construido lo poco o lo mucho que se pudo y sentarnos a esperar… porque ya no estamos para seguir moviéndonos.
A lo largo de todos sus viajes… implica saber continuar la marcha y a su vez, tener la fortaleza de frenar la marcha y observar y disfrutar, por qué no, de lo que ya tenemos…
Edmond Jabes, escritor egipcio, judío, radicado en Francia, a quien lo obsesionaba la metáfora del desierto para hablar del pueblo judío y del libro… escribía:
Tenía un poco de arena en cada mano: «De un lado, las preguntas; del otro, las respuestas. Ambas tienen el mismo peso de polvo”.
Ambas tienen el mismo peso. Las preguntas y las respuestas.
A veces estamos tan aturdidos por la pérdida del reposo y las exigencias de este monstruo llamado progreso que no nos detenemos a medir las consecuencias de no detenernos, de no conformarnos, y ni siquiera poder conocernos acabadamente.
Como si el mandato de nuestras vidas fuera buscar una superación que termina siendo casi vacía, y muchas veces sólo mecánica y en general lineal y cuantitativa.
Si dibujáramos en un mapa el camino de los 40 años en el desierto veríamos una infinidad de vueltas, marchas y contramarchas. Para nada fue una línea. Porque linealmente no se llega a ninguna promesa.
La continuidad y el crecimiento necesitan momentos de campamento, de encuentro de familia, de tribu, de comunidad, de pueblo.
Y fíjense. Comenzamos el primer versículo del primer capítulo del libro que estamos terminando diciendo: Ele Shmot: estos son los nombres de cada uno de los que bajó a Egipto.
Y terminamos diciendo Bejol maseihem– en todos sus viajes.
De nombres aislados a una historia en movimiento.
A proyecto. A porvenires… porque concebimos el tiempo como esa oportunidad en la que siempre hay algo por venir. Pero necesitamos acampar juntos y definir nuestros espacios sagrados; esos a los que les dedicamos la mejor versión de nosotros mismos.
Ohel Moed – la tienda del encuentro, así se lo denominaba al Tabernáculo, es la mejor manera de decir que la santidad se produce cuando uno decide hacer una opción por el encuentro: Encontrarse a sí mismo; Con sus amores; Con sus ideales; Con sus metas; Con sus necesidades; Y con Dios.
Sólo así nuestra caminata tendrá verdadero sentido.
Shabat Shalóm,
Rabina Silvina Chemen
PD: Escribo esto cuando un virus nos deja a todos en casa. Cuando nos enseña que parte del viaje es poder parar y mirar qué hacemos con nuestros tránsitos. Sólo la responsabilidad por nosotros y por los demás hará que el libro de los nombres de la humanidad no se termine. Ningún viaje tendrá sentido si olvidamos el verdadero rumbo.