Debería empezar mi comentario con una reflexión (una más) del atentado antisemita en Sidney. Seguimos llorando pérdidas, miedos e incertidumbres. Seguimos sin entender la saña contra la identidad, en este caso del pueblo judío, aunque creo que esta tendencia viene a amedrentar cualquier otra identidad. Al día siguiente del atentado, mientras sepultaban con dolor infinito e inexpresable, la comunidad judía de Sidney junto con muchas personas no judías que defienden la libertad religiosa y de expresión, volvieron a reunirse en la playa Bondi para encender una nueva vela de la festividad. Y creo que ese fue el gesto más contundente que tenemos como pueblo: resistir a la oscuridad con luz, combatir el miedo con el orgullo de un mensaje: un pequeño haz de luz puede con toda la oscuridad. Quizás por eso fue el mandamiento de tener una luz perpetua, primero en la Menorá del Templo (que fue partícipe del milagro de Janucá) como después en cada sinagoga con la luz del Ner Taamid, para que jamás nos rindamos ente la oscuridad.
El Talmud explica cómo se encienden las luces de Janucá:( Shabat 21b- paréntesis agregados para comprender el texto)
“Los Sabios enseñaron: La (mitsvá básica) de Janucá (es que cada día) una persona, (encienda) una luz para sí mismo y su familia.
Y los mehadrin, (es decir, aquellos que son meticulosos en el cumplimiento de los mitzvot, encienden) una luz para todos y cada uno (de los miembros de la casa.)
Y los mehadrin min hamehadrin , (que son aún más meticulosos, ajustan el número de velas diariamente. Beit Shammai y Beit Hillel discrepan en cuanto a la naturaleza de dicho ajuste.) Beit Shammai dice: El primer día se encienden ocho velas y, a partir de ahí, se disminuye gradualmente (el número hasta que, el último día de Janucá, se enciende una.) Y Beit Hillel dice: El primer día se enciende una vela y, a partir de ahí, se aumenta gradualmente (el número hasta que, el último día, se encienden ocho velas.)
Como verán hay discrepancias (y bienvenidas sean) para regular el tema de la luz. El precepto básico es que haya una luz en cada casa por ocho días y luego vinieron otras posturas hasta que la de Beit Hillel ganó la compulsa y nosotros prendemos un montón de velas aumentando conforme pasan los días y volviendo a encender también las de los días anteriores. Este encendido es de algún modo cómo vivimos nuestras vidas. Si con el correr del tiempo estamos preocupados por cuán poco nos falta, como proponía Beit Shamai, de comenzar con el candelabro completo e ir disminuyendo por día o si vivimos cada día como una oportunidad de agregar luz a nuestra historia de vida. Por suerte la tradición se quedó con esta opción.
El Talmud también se preguntan hasta qué hora se puede prender nuestra januquiá y miren qué hermoso lo que explica: (Shabat 21b)
“… La mitsvá (de encender las velas de Janucá) es desde el atardecer hasta que cesa el tráfico peatonal en el mercado…” “… y la Guemará pregunta: ¿Hasta cuándo exactamente es este momento ? Rabá bar bar Hana dijo que Rabí Yohanan dijo: «Hasta que cese el tráfico peatonal de la gente de Tadmor [ tarmoda’ei ] ».”
¿Quién es la gente de Tadmor?
Rashi (siglo XI) lo explica (Rashi en Shabat 21b:4:1):
“El tránsito peatonal de los tarmodaei – Recogían leña y permanecían en el mercado hasta que los trabajadores del mercado volvían a casa después de que oscurecía y entonces encendían [fuego] en sus casas y cuando necesitaban leña salían [de nuevo] y compraban a los tarmodaei.”
Los tarmodaei son aquellos que aún esperan que alguien salga de sus casas a comprar leña. Son quienes, a pesar de tener los materiales para estar llenos de luz, se mantienen en la incomodidad de la noche para ponerse al servicio del que necesita luz.
Esta explicación a mí me emociona. Son los últimos en volver a casa en la oscuridad más cerrada. Y hasta que ellos no pasan por el frente de las casas, la noche no ha terminado, su pueden seguir encendiendo las luces de la festividad.
“Mi suegro reportó esta conversación con su propio padre, el Rebe Sholom Dov-Ber, entonces Rebe de Lubavitch:
“ El jasid preguntó: Rebe, ¿qué es un jasid (un hombre piadoso)?
El Rebe respondió: Un jasid es un encendedor de farolas.
Antiguamente, había una persona en cada pueblo que encendía las farolas de gas con una luz que llevaba en el extremo de un palo largo. En las esquinas, las lámparas estaban listas, esperando ser encendidas. Un encendedor de farolas tiene un palo con fuego. Él sabe que el fuego no es suyo, y va encendiendo todas las lámparas en su ruta”.
Hoy, las lámparas están ahí, pero necesitan ser encendidas.” El Rabino Menachem Mendel Schneerson, el Rebe de Lubavitch (1902-1994)
Me gusta pensarnos como encendedores de farolas. Y no es una metáfora banal. De ningún modo. Estamos viviendo momentos de tinieblas extremas. Y el riesgo es guardarnos en nuestro dolor y pavor; masticar la bronca y ahogarnos en el estupor. Tenemos una luz preciosa que hay que llevar fuera de nosotros para encender algo de claridad. El fuego no es nuestro como explica el Rebe. Pero lo portamos. Es el fuego de nuestra tradición, del pacto de Abraham, de las tablas de Moshé, de los aprendizajes en el desierto y de la historia de nuestra tierra, es la música de George Gershwin, la matemática de Einstein, el diálogo de Martin Buber y los sueños de Hertzl. Tenemos el fuego de la vida en comunidad que nos sostiene, de las mitsvot que cumplimos para aliviar el dolor del prójimo. Tenemos la luz de una lengua ancestral que no dejamos morir. Tenemos un Dios cercano que siempre nos espera y perdona y un calendario que nos permite vivir todos los climas del alma; celebrar la libertad, llorar la destrucción, comprometernos con el pacto del Sinai, revisar nuestras acciones, perdonar y perdonarnos y hacernos uno con aquellos que viven siempre en situación de extrema vulnerabilidad. Y así podría seguir nombrando los componentes de este fuego que tanto me identifican y emocionan.
¡Qué gran luz que tenemos para encender farolas que esperan que alguien venga con el fuego!
Hannah Arendt en su libro “Hombres en tiempos de oscuridad” escribía:
“…incluso en los tiempos más oscuros tenemos derecho a esperar algo de iluminación, y que dicha iluminación bien puede provenir menos de teorías y conceptos que de la luz incierta, vacilante y a menudo débil que algunos hombres y mujeres, en sus vidas y obras, encenderán en casi todas las circunstancias y derramarán a lo largo del tiempo que les fue dado en la tierra…”
Que todas estas luces que llenan nuestras casas sean inspiración para abrir las puertas y salir con ellas como estandarte, con nuestras vidas y nuestras obras. Hoy más que nunca. Algunos festejan Janucá como el triunfo bélico de unos pocos sobre el poderío de muchos. Sin embargo, este año, más que nunca, creo que nuestra mejor “arma” es la luz que podemos ofrecer, -a pesar del miedo y las ganas de encerrarnos para que no nos lastimen-, en cada espacio de vida que habitemos, en nuestros trabajos, con nuestros amigos, en nuestros espacios de estudio… “Una lámpara en guerra contra la oscuridad”, como titulé este comentario gracias a la poetisa polaca.
Confiemos y apostemos a la luz, la luz del encuentro, del diálogo, de la convivencia.
Yo sigo creyendo que aún estamos a tiempo, porque los que venden la leña aún no volvieron, ellos esperan que alguien necesite luz. Y nosotros podemos ofrecerla.
Rabina Silvina Chemen
