PÉSAJ: El seder nos ayuda a saber de dónde venimos

El seder, que en muchas familias es lectura y estudio, puede funcionar como tal en una comunidad de estudiosos. Un espacio en el que cada uno educa y aprende. Aprende enseñando. Sin mentiras, ni impostaciones, sin falsificaciones ni mensajes dobles. Como nos imaginamos a la escuela ideal.

Comunidad de aprendices, realimentándonos al mismo tiempo, bajo un mismo techo. Donde alumnos aprenden y enseñan, al igual que los maestros y los directores y los padres y las comisiones directivas, y el personal administrativo y el sheliaj. El primer alumno es el director, del cual se irradian las conductas que adoptarán los maestros y los alumnos. Un espacio en el que cada uno puede hablar con el otro sobre cada actividad, en el que uno observa al otro en sus actividades, en el que se comparten el conocimiento y los descubrimientos y se ayudan para mejorar sus habilidades. Un lugar donde hay un clima de amistad, en el que adultos y jóvenes comparten los textos y la experiencia, y en el que cada uno contribuye al desarrollo del otro. Un lugar riesgoso, donde cada uno puede proponer cambios que amenacen la estabilidad que permite lo adquirido previamente, en búsqueda de la verdad. Donde recostados en almohadones, se pregunte con libertad por los cambios que se realizan pese al temor que implican las modificaciones por pequeñas que sean. En un espacio donde la pregunta es espontánea y nadie se siente amenazado por ella y las respuestas se buscan en conjunto, aún a altas horas de la madrugada, cuando se oye la voz del gallo. Donde no se mira el reloj para salir corriendo a los recreos ni donde se festejan los puentes de los feriados sino que se lamentan al faltar la experiencia del crecimiento.

Donde se modifican las comidas y los menús, donde se ingieren las hierbas amargas porque de ellas se puede aprender y el pan de pobreza, donde hay ciertas actitudes que sólo se hacen para estimular la curiosidad y el conocimiento.

Una mesa con copas de vino y con comidas con forma de argamasa en la que se mezclaron creativamente varios tipos de frutas molidas, siguiendo viejas recetas de las abuelas. En una mesa con huevo duro en la misma noche en la que también acaecerá la del 9 de av, que recuerda el dolor de la destrucción y el inicio de exilios que contradicen la idea libertaria. Donde se cambian los horarios. En el que no existen problemas para innovar con algún método, o aplicar con humor algún encuentro con sus alumnos o maestros. En el que se usan reglas mnemotécnicas y se cantan en coro canciones cuya música permanecerá en la memoria.

Donde no hay prédicas ni predicadores, sólo discusión de fuentes y recreación de la memoria histórica, pero por todos quienes están en la misma altura, sin sueños de superioridad ni necesidad de hacer sentir al otro inferior. Sin mensajes salvadores de superficiales dueños de la verdad. Sólo con alegría, la que provoca la búsqueda del conocimiento que desconecta a los relojes de sus enchufes.

Cuando hay alegría, se puede desarrollar un programa de liderazgo sin necesidad de crear escuelas especiales para ese objetivo para alumnos que fueron mutilados en la creatividad y acostumbrados a la verticalidad de una autoridad impuesta en la que no se cree ni confía, pero se la obedece por la fuerza. El liderazgo se hace en las sesiones del seder, cuando se vive con igualdad el Éxodo de la nada y de los egiptos que llevamos dentro.

Ninguna escuela podrá enseñar a los alumnos mutilados, lo que se les quitó de la vida. No hay inspiración en una constelación de mando jerárquica de la que se desprende que el Faraón que está en su cúspide tiene toda la razón. Y cuando ese faraón exige obediencia ilimitada. En la mesa de Pesaj hay orden en el desorden, establecido a través de los siglos, con señales y recordatorios, con estímulos y disparadores, con textos que viven como si fueran escritos hoy, porque en todas las generaciones, hay quienes se levantan y desean lograr nuestra destrucción, pero son derrotados porque nadie pudo apagar la sed por la libertad.