PARASHAT VAETJANÁN 2024 – SHABAT NAJAMÚ: la imperiosa necesidad de consuelo

«El consuelo es al mismo tiempo un proceso consciente, por el que buscamos el sentido de nuestras pérdidas, y una inmersión inconsciente en los recovecos de nuestras almas, en la que recuperamos la esperanza. Es el trabajo más arduo, pero también el más gratificante que hacemos, y no podemos evitarlo. No podemos vivir en la esperanza sin tener que contar con la muerte, o con la pérdida y el fracaso». ‘En busca de consuelo: un viaje a la esperanza’ de Michael Ignatieff- politólogo canadiense.

Dejamos atrás las tres semanas de las angosturas. Hemos cumplimentado con las plegarias, lecturas y lamentos de Tishá beAv, este año más triste y actual que ningún otro. Y llega este Shabat de consuelo, Shabat Najamú en el que comenzamos las siete semanas que nos preparan para Rosh Hashaná. Semanas en las que leeremos profecías que nos permitirán, como dice la cita del comienzo, buscar sentido a la pérdida y recuperar la esperanza.

Proceso imprescindible para resistir ante la resignación o la desesperación. Saber que el péndulo del calendario nos lleva a volver a respirar aires de posibilidad.

Insisto. Este año, más que nunca, hemos esperado este tiempo. Para escucharlo al profeta que nos diga: “Najamú, najamú amí- consuélese, consuélese mi pueblo” (Yeshaiáhu – Isaías 40:1), una haftará que leeremos después de parashat Vaetjanán.

El relato de Moshé, con sus propias palabras, cuando comparte con su pueblo cómo él rogó a Dios que revirtiera su designio de no dejarlo entrar a la tierra. Una historia inconclusa la de Moshé, que no pudo concretar el objetivo de toda una vida dedicada a llegar a la tierra de promesa. Y de ese rogar y no poder conseguirlo, pasamos a la invitación al consuelo.

Nuestros sabios se percatan que las haftarot elegidas para estas siete semanas nos indican el proceso del consuelo; que no es de una sola vez, que no se puede aspirar a cambios rotundos. Los modos que tenemos de salir de las tragedias son lentos, inciertos a veces; lo importante es no abandonar la meta.

Las haftarot de consolación están dispuestas en orden ascendente. La de esta semana nos pide que nos dejemos consolar, “Najamú, najamú amí” mientras que la última- que corresponderá a las parashiot Nitzavim – Vaielej comenzará con las palabras “Sos asis – alegrar habrás de alegrarte» (Yeshaiáhu- Isaías 61:10).

De permitirnos el consuelo a la alegría plena hay un largo trecho. Será importante saber -aun cuando no lo experimentemos-, que hacia allá nos dirigimos.

Lo cierto es que, si bien Dios nos invitará a vivir esta experiencia, nada sucederá si no movilizamos esa fuerza interior que nos permita recuperar la fe en la redención. ¡Najamú, najamú! es casi un ruego a las almas cansadas por el dolor, el duelo y la sin salida.

Ibn Ezra (s. XII) va a explicar la duplicación del siguiente modo:

“Dios se dirige a su profeta o a los jefes del pueblo. La repetición de las palabras “Consolaos, consolaos” es para indicar que el consuelo debe administrarse repetidamente.”

Las almas rotas por el dolor no pueden comprender a veces que algo mejor puede llegar a suceder. “Najamú, najamú”; repetidamente, todo lo que sea necesario para recuperar la confianza en que la turbulenta realidad puede encaminarse a tiempos de calma.

Consuélese, consuélese pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalem…” (Yeshaiáhu – Isaías 40:1-2)

Ibn Ezra continúa explicando: “Hablad al corazón. La expresión דבר על לב Hablad al corazón significa siempre hablar con amabilidad, para eliminar el dolor por cosas que ya han pasado.” Ocuparse del consuelo tiene que ver con reparar acariciar, vendar, curar los corazones debilitados por la tragedia, por el miedo, por la injusticia, por la desazón. Hablar al corazón que de tanto estruendo cree que ya no volverá a escuchar palabras de amabilidad, de amor y por qué no, de la alegría.

Mientras leía en voz alta en la sinagoga el capítulo 3 de Meguilat Eijá – el libro de las Lamentaciones, sentía -como nunca lo había percibido- que estaba leyendo una descarnada descripción de lo que vivimos como pueblo este año trágico. Se me cortaba la voz, todo remitía a la virulencia de las imágenes que tenemos tatuadas en nuestras retinas. Y a su vez, el terrible descubrimiento de que estaba leyendo un texto que remitía a la destrucción de nuestro Templo hace 2600 años… como si fuera lo que sucedió hace 10 meses…

No puedo quedarme sentada en ese suelo frío leyendo Lamentaciones sin creer que el consuelo es lo que viene. Despacio, incierto, desconfiado, débil y temeroso. Pero viene.

«Los que creen tener resuelto su último problema, el de todos -escribe Miguel de Unamuno en Recuerdos e intimidades-, el de la mecha que se consume y apaga cuando la cera toda se ha disipado, esos suelen ser los pesimistas, los escépticos, los descorazonados de la vida civil e histórica, de la lucha política, mientras nosotros, los que llevamos en el alma la luz de las agonías de las velas de nuestras mocedades, nos adentramos llenos de ardor en los combates de la historia».

Estamos llevando en el alma la luz de las agonías. Y con ese destello, mínimo y casi imperceptible volveremos a arder calor, color y vida. Consuelo es no dejarse tentar por los agoreros del escepticismo y elegir, siempre elegir adentrarnos en los combates de la historia. Que no es la guerra, de ningún modo, sino la posibilidad de creer y crear la paz. De una vez por todas.

Najamú, najamú amí. Qué encontremos consuelo. Y nos encaminemos a volver a creer en la alegría.

Rabina Silvina Chemen.