PARASHAT TZAV: entre la integridad y la hipocresía

Un nene me preguntó al finalizar el acto que hicimos en la escuela sobre el atentado a la embajada de Israel: Y a vos ¿quién te dijo eso que nos dijiste?

¿Quién me dice lo que tengo que decir?

Vivimos el desafío de entrar cada semana al laberinto de la travesía que supone la lectura año a año del texto de la Torá, y la sensación que tengo que muchas veces no puedo trazar líneas rectas o utilitarias.

Si de verdad nos pasa algo más allá del relato apacible del texto escrito nos daremos cuenta que nos atraen mucho más lo que no se ha dicho, las grietas por donde se me deja ver que quizás no sea tal como mi mente intenta acomodar su significado…

El texto de la Torá, en particular en esta parashá, no me brindó una lectura fluida y allí donde más me atasco, más creo que debo profundizar porque hacia allí me llama, a lo que aparentemente no está siendo dicho.

Y es aquí donde me quedo: en esta aparente contradicción entre parashát Tzav y la haftará del libro de Irmiahu.

Nuestra parashá vuelve a detallar todas y cada una de las ofrendas:

«Tales son los rituales de la ofrenda quemada (olá), la ofrenda de la comida (minjá), la ofrenda de purificación (Jatat), la ofrenda por la culpa (Asham), la ofrenda de la ordenación (miluim), y el sacrificio por el bienestar (zevaj hashlamim), que el Señor ha mandado a Moshé en el Monte Sinaí, cuando ordenó que los israelitas presenten sus ofrendas al Señor, en el desierto de Sinaí «(Vaikrá 7: 37-38).

Dos veces en un versículo 38 hace hincapié en que Dios ordenó directamente el sistema de sacrificios.

La idea central de este versículo, es la afirmación de que, ya en el desierto de Sinaí, los israelitas adoraron a Dios con sacrificios.

Pero al leer al profeta Jeremías, escuchamos lo siguiente:

Porque no hablé yo con vuestros padres, ni nada les mandé acerca de holocaustos y de víctimas el día que los saqué de la tierra de Egipto. Sino que esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz, y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien. (Irmiahu 7:22).

En la superficie, por lo menos, Irmiahu parece contradecir llanamente las palabras de la Torá.

Entonces, ¿cuál es el sentido de poner la lectura de esta parashá en Vaikrá ligada a estos capítulos del profeta Irmiahu, en la haftará?

¿Dios le ordenó a Israel ofrecer sacrificios o no?

En (aparentemente) repudio a los sacrificios, el profeta le dice a la gente lo que Dios quiere:

Sino que esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz, y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien.

¿Cómo debemos entender esto? ¿Debemos suponer que Irmiahu piensa que la obediencia a Dios es lo que se quiere, en lugar de los rituales?

El profeta está haciendo foco en la motivación con la que nos acercamos a los rituales, a fin de tener integridad. El ritual debe surgir de un amplio compromiso con todo lo que tenemos y todo lo que somos.

Sacrificio sin integridad no es sólo una religiosidad sin sentido, Irmiahu afirma; en realidad es aberrante en los ojos de Dios.

La integridad, la conciencia, el conocimiento, la profundidad, es lo que hace al ritual coherente y significativo.

Desde el primer versículo de la Haftará, de lo que habla Irmiahu es del desprecio por el culto hipócrita.

Así el profeta se pregunta:

Hurtando, matando, adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis, He aquí, vosotros confiáis en palabras de mentira, que no aprovechan.  ¿Vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: estamos a salvo; para seguir haciendo todas estas abominaciones?  (7: 8-9)

Irmiahu quiere sacudir a las personas de su descarada impunidad que creen que con sólo cumplir se liberan de la responsabilidad de sus acciones. Irmiahu no se opone al sistema de sacrificios establecido en la parashá, o al ritual en general. Está intensamente preocupado de que el sacrificio y el ritual se utilicen hipócritamente,

La religión es una espada de doble filo.

Buber, en su libro: “El mensaje jasídico” llama a la religión “el peligro primigenio del hombre”.

“Dios”, -dice Buber-, la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna otra está tan manchada y tan dilacerada… Las generaciones humanas han cargado el peso de su vida angustiada sobre esta palabra y la han dejado por los suelos; yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas con sus disensos religiosos han dilacerado esta palabra; han matado y se han dejado matar por ella; esa palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre… Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra “Dios”; se asesinan unos a otros y dicen hacerlo en nombre de Dios… Debemos respetar a aquellos que evitan este nombre, porque es un modo de rebelarse contra la injusticia y la corrupción, que suelen escudarse en la autoridad de Dios.

¿Habrá sido ésta la intención de nuestros sabios cuando decidieron el calendario de lecturas rituales en los servicios religiosos? Quizás sí, quizás no. Hoy, la posibilidad de comprenderlo de este modo me interpela, me provoca y me hace pensar en el lugar de los rituales en nuestra vida.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.