Con estas parashot del libro de Bereshit asistimos a la pregunta por la continuidad y la sucesión. Veele Toldot… ésta es la genealogía, la línea sucesoria de Itzjak, hijo de Abraham. Y con esta formulación toda una gran incógnita de lo que significa legar a la generación siguiente una idea, una fe, un motivo que hizo que la historia de la humanidad cambie.
Ya no es más Abraham, como el iniciador.
No es Itzjak, quien quedó único en la línea sucesoria, porque su medio hermano Ishmael fue confinado a iniciar otro relato; lejos de su padre.
Ahora están por nacer dos juntos, de la misma madre. Los hijos de Itzjak, mellizos ellos, naciendo juntos, desafiando la línea sucesoria que se replicaba de a uno. Y aquí la complejidad; una nueva generación y en quién se deposita la confianza de la transmisión de un mensaje.
Dos. No se puede elegir. Ni por línea materna, ni por decisión divina sobre el que amerita ser el heredero. Son dos que nacen juntos: Iaakov y Esav. Y la gran pregunta: ¿quién es el que sigue? Y en esta pregunta visualizo la trampa: en un mundo que sigue funcionando en líneas individuales, exclusivistas, excluyentes. Si es uno, no puede ser el otro. Aquí comenzó una tragedia.
Cada uno de los hijos de Itzjak y Rivká tiene sus características; sus fortalezas, sus puntos más vulnerables, casi complementarios: uno adentro de casa, otro afuera; uno fuerte físicamente, el otro fuerte espiritualmente; uno más cercano a su padre y otro a su madre.
Desde entonces estamos peleando por la elección, por la titularidad y la exclusividad. Desde entonces no comprendemos la metáfora de lo “mellizo”, no por idénticos sino por juntos. Y vamos pariendo generaciones que no comprendieron, que después del episodio de la Akedá- del fracasado sacrificio de Itzjak y – si se me permite- la “borradura” de Ishmael del relato, venían los mellizos a enseñarnos que quizás el proyecto humano insiste en lo diverso y lo plural.
¿Qué caso tendría una humanidad toda Iaakov- un hombre íntegro que habita en sus tiendas- que como lo presenta el Midrash, cultivaba el estudio y la sabiduría?
¿Y qué caso tendría una humanidad toda Esav- un hombre rudo, a cargo de la provisión de alimentos para su casa- que como lo presenta el Midrash, se sometía a peligros y riesgos?
En la generación de Iaakov- la tercera desde aquél Lej Lejá de nuestro patriarca Abraham- tampoco se comprendió que el éxito no es de los exclusivos sino de los hombres libres.
Los que sostienen el paradigma de la exclusividad dejan de ser libres porque están atados a la lucha por ocupar todos los lugares, por borrar las diferencias y por callar las voces de los otros.
Hanna Arendt en La vida del espíritu escribió: «No el Hombre, sino los hombres habitan este planeta. La pluralidad es la ley de la Tierra»
La pluralidad es la ley de la Tierra. Y no lo entendimos. Volvimos a manchar la posibilidad de construir una humanidad más potente y más justa, en el momento en el que Iaakov compró una primogenitura, mintió a un padre y destronó a un hermano…
Y desde entonces, esta oportunidad de hacernos pares, de descubrir lo valioso de diferentes lenguajes, roles, tradiciones y pensamientos, la seguimos perdiendo mientras parimos generaciones que aprenden que “no hay lugar para todos”, que gana el más fuerte, el más rico o el supuestamente elegido.
Simbólicamente seguimos naciendo juntos y vivimos toda la vida pretendiendo ser únicos y solos.
Debemos decir que Itzjak, el padre, es una víctima que no puede librarse de las cadenas que esta exclusividad representa. Es víctima porque en carne propia él vio a su padre echando a su hermano Ishmael junto con su madre Hagar. Porque Sará, su propia madre, creyó que sólo uno debía heredar. Y ése debía ser su hijo. Itzjak vio el destierro de su hermano y la pelea de su madre para que él heredara la exclusividad.
También Abraham creyó en el camino de la exclusividad, cuando para pasar a la historia no renunció a sacrificar a su hijo, porque supuestamente su Dios se lo pedía.
Con esos antecedentes: los de una madre que no puede ver a los hermanos compartir y un padre que no puede compartir la santidad de su fe con la santidad de un hijo, crece Itzjak. Y de esta historia nacen sus hijos. Con una oportunidad de reparar y continuar un relato juntos.
Y podríamos afirmar con cierta tristeza que el mundo, desde la primera familia, ha fracasado en vivir de otro modo. Podríamos complejizar la frase de Hanna Arendt diciendo:
«No el Hombre, sino los hombres habitan este planeta. La pluralidad es la ley de la Tierra»
No el hijo, sino los hijos habitan tu casa. La pluralidad es la ley del hogar.
No el alumno, sino los alumnos habitan tu escuela. La pluralidad es la ley de la educación.
No el español, sino todos los ciudadanos, habitan tu país. La pluralidad es la ley de la sociedad.
Distintos, diferentes, complementarios, con coincidencias y disidencias, con sueños diferentes, horizontes disímiles, desarrollos quizás antagónicos, modos de temer y de amar diferentes, todos distintos, todos iguales en la posibilidad que deberíamos tener de tener lugar, sin necesidad de robarle la primogenitura a nadie por un miserable guiso de lentejas.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen