“Y Nadav y Avihú, los hijos de Aharón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron fuego en él, y pusieron incienso sobre él, y ofrecieron fuego extraño delante de Adonai, que Él no les había mandado. (2) Y salió fuego de delante de Adonai, y los consumió, y murieron delante de Adonai. (3) Entonces Moshé dijo a Aharón: ‘Esto es lo que habló el Señor, diciendo: En los que están cerca de mí seré santificado, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado.’ Y Aharón calló.” Vaikrá 10:1-3
Mucha exégesis se ha escrito acerca del motivo de la muerte de los dos hijos de Aharón; Nadav y Avihú. La Torá sólo explica que ofrecieron un fuego extraño delante de Adonai y que fueron consumidos por él. ¿Una ofrenda fuera de lugar? ¿Una demostración de poder? ¿Una desobediencia ritual? Nada justifica, al menos en nuestras concepciones actuales, semejante desenlace trágico.
Hoy quisiera concentrarme en el final de este episodio; el silencio de su padre Aharón.
“Y Aharón calló”.
Sabiendo que ningún concepto es univalente podríamos investigar las aristas de este silencio para comprender su contenido o al menos su complejidad.
Rashi, (s.XI) va a explicar lo siguiente: “וידם אהרן Y Aharon se silenció — Recibió una recompensa por su silencio. ¿Y cuál fue la recompensa que recibió? Que el mensaje divino subsiguiente se dirigió solo a él y no a Moshé.
“Y Adonai habló a Aarón, diciendo: Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis; estatuto perpetuo será para vuestras generaciones, para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Adonai les ha dicho por medio de Moshé.’ v. 8-11”
El silencio ante la tragedia es la imposibilidad de significar el dolor con la limitada herramienta del lenguaje. ¿Qué decir ante la pérdida? ¿Qué gritar? ¿A quién reclamar? Rashi lo entiende como un gesto de fortaleza del hombre de fe que luego fue recompensada.
Necesito deslizar una pregunta incómoda. En el lugar del custodio de la fe y el ritual, ¿hubiera tenido derecho a decir algo que pudiera ser escuchado como una afrenta a Dios y a sus designios? La aceptación o la resignación, tendrían recompensa según este exégeta.
Vayamos a buscar más explicaciones.
Itzjak ben Judá Abravanel (s. XV) escribe: “Y Aharón se calló -Su corazón se convirtió en piedra sin vida (domem – mineral)-, y no lloró ni se lamentó como un padre afligido, ni aceptó el consuelo de Moshé porque su alma lo había abandonado y se quedó sin palabras.”
Acá el contenido del silencio es otro. Es el shock de lo indescifrable e inconcebible ante el escándalo que supone la muerte. Es la necesidad de meterse para adentro porque no hay nadie ni nada que consuele. El dolor bloquea toda lógica y cuando el alma duele, las palabras se quedan sin sustento.
Ramban (s-XIII) lo comprende de este modo: “Vaidom Aharón- Y Aharón se calló- Esto significa que había llorado en voz alta, pero luego se quedó en silencio. Esto es como en el versículo, “no cesen las niñas (tidom) de tus ojos” Lamentaciones 2:18. Aquí entonces el significado sería: “y Aharón cesó de derramar lágrimas”.”
Encontrando en otro pasaje del texto bíblico la utilización del mismo verbo para hablar de cuando los ojos dejan de llorar, Najmánides comprende que los ojos de Aharón cesaron de llorar, se secaron de tanto sufrimiento y que en el algún momento termina apareciendo el silencio agotado después de tanta descarga.
Podría seguir recorriendo párrafos con visiones diversas sobre el silencio ante la tragedia. Esto fundamenta lo que quiero decir: cuando hablamos de las víctimas y sus familiares, las necesidades de silencio o palabra, de acción o aislamiento son parte de procesos intimísimos a respetar y proteger.
Pero hay otros actores que se llaman a silencio cuando la tragedia se ciñe sobre una sociedad y dejan en soledad el reclamo de los sufrientes.
En Argentina, los judíos están transitando la semana de la conmemoración de un nuevo 24 de marzo; fecha en el calendario que evoca simbólicamente una tragedia que azota a la historia de ese país todos los días y las imágenes de horror, miedo, muerte y silencio me desvían la mirada y mi mente a este párrafo de la Torá que estamos comentando. (Fue el día del atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aíres).
Hay silencios cómplices; silencios de terror, silencios de prácticas del olvido; silencios de dolor sin nombre; silencios que requieren volver a comprenderse.
Ante las tragedias humanas los únicos que tienen derecho a quedar en silencio son las víctimas, los que sufren la pérdida, la sinrazón del accionar deshumanizado de algunos poderosos.
Para el resto, el silencio no puede ser una opción.
Lo que se necesita es el clamor:
De justicia.
De presencia.
De memoria.
De involucramiento.
De educación.
De actualización.
El paso del tiempo no puede ni debe borrarnos las palabras. Aunque incomoden a algunos, aunque fastidien a otros, aunque a ciertos no les convenga.
La historia se cuenta con sus sombras y sus luces. La memoria es la garante de que lo vivido sea la lección para decidir cómo seguir adelante. La humanidad perderá su última oportunidad si elige el olvido y la negación ante las consecuencias de sistemas de opresión.
Tragedia y silencio.
Tragedia y voz.
Necesitamos definir el camino. Y no sólo por nosotros. Se juega mucho en la decisión que tomemos.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen