“El río que hacía una vuelta detrás de nuestra casa era la imagen de un vidrio blando que hacía una vuelta detrás de casa.
Después pasó un hombre y dijo: -esa vuelta que hace el río por atrás de tu casa se llama ensenada.
No era ya la imagen de una culebra de vidrio que hacía una vuelta detrás de casa. Era una ensenada.
Me parece que el nombre empobreció la imagen.”
Manoel de Barros, poeta brasilero s XX
Elegí esta semblanza de este poeta brasilero para darle pie al comentario de Parashat Shlaj Lejá, conocida fundamentalmente por el relato de la fracasada misión exploratoria a la tierra de Israel y su posterior consecuencia; toda esta generación estará condenada a no llegar a la tierra de la promesa.
Una parashá que no concluye con este episodio sino con la mitzvá de usar titziot en las puntas de las ropas.
Y todo esto tiene un denominador común; la mirada.
Vayamos por partes:
La misión es ir a explorar la tierra. Un jefe por cada una de las tribus. Moshé incluso les indica en qué prestar atención:
“Subid allá al Néguev y a la región montañosa, y ved la región, ¿qué es? ¿Las personas que la habitan son fuertes o débiles, pocas o muchas? ¿El país en el que habitan es bueno o malo? ¿Los pueblos en los que viven son abiertos o fortificados? ¿El suelo es rico o pobre? ¿Está arbolado o no? Y esfuércense por traer algo del fruto de la tierra. Ahora pasó a ser la temporada de las primeras uvas maduras.” Bemidbar 13: 17-20
Había mucho por mirar en esta nueva tierra que pronto sería su hogar.
Pero como en el relato del comienzo, cuando la mirada se narra pasan muchas cosas.
Así lo dice bellamente Jorge Luis Borges en el comienzo de su cuento Ulrica: “Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo.”
Mi primera reflexión se queda acá. En la conciencia que debemos adquirir de cómo transformamos lo que vemos en un relato; cuánto de ello contiene la imagen y cuánto nos contiene a nosotros.
Y esto es lo que les pasó a los que fueron a explorar la tierra. Vieron lo mismo. Pero esas imágenes estuvieron atravesadas por todo lo que convirtió a esas imágenes en dos relatos diversos. Unos volvieron desesperados por la imposibilidad de acceder a eso que vieron. Otros vinieron entusiasmados por la oportunidad de recuperar esas tierras.
Mismas llanuras, mismos montes, mismas ciudades, mismos frutos, mismos pobladores… dos relatos distintos.
Pero la mirada tiene en esta parashá otras funciones.
Sigamos escuchando a los diez jefes de tribus que se autoconvencían de su desgracia:
“También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos.” Bemidbar 13: -33
Vieron personas, se sintieron empequeñecidos al verse a sí mismos en relación a los pobladores de la tierra, y además agregaron cómo creían que eran vistos.
Acá la mirada no sólo es un relato de lo que creen haber visto, ni sólo una comparación con lo que ven de ellos mismos, sino que les atribuyen a las miradas de los demás, un contenido.
Ovadia Sforno (Italia s XVI) se pregunta cómo llegaron a esta última conclusión; cómo accedieron a saber cómo eran mirados si no interactuaron con ellos, y responde lo siguiente
“Ellos no se molestaron en hacernos daños porque pensaron que no representábamos una amenaza.”
Una construcción que nace de una concatenación de certezas que creen comprender a partir de lo que ven sus ojos, pero que realmente no lo es.
Atentos a las operaciones de la mirada y sus diferentes usos en el relato, los sabios de la época talmúdica que dividieron la Torá en secciones- parashot, decidieron no quedarse acá con este desarrollo, sino que adicionaron la porción que habla de la obligación de usar tzitziot- flecos en las puntas de las ropas (flecos que luego se reubicarán en las puntas del talit-manto ritual) Y ¿por qué? Leámoslo:
«Habla a los israelitas, e instrúyelos para que tanto ellos como sus descendientes se pongan unos flecos en las puntas de sus mantos, y para que aten a los flecos de cada punta un cordón de púrpura violeta. Ustedes llevarán esos flecos, y al verlos se acordarán de todos los mandamientos del Señor. Así los pondrán en práctica, y no seguirán los caprichos de su corazón y de sus ojos que los arrastran al desenfreno. Así se acordarán de cumplir mis mandamientos, y serán santos para su Dios. Yo soy el Señor, su Dios, que los hice salir de Egipto para ser su Dios. Yo soy el Señor, su Dios». Bemidbar 15:39-41
Y todo esto comienza a tener sentido.
La mitzvá de los flecos en las ropas no es bendecirlos, no es vestirlos, no es anudarlos sino es mirarlos. “Al verlos se acordarán…” Por eso se determinó que no se usa manto ritual por la noche, justamente por la imposibilidad de ver en la oscuridad.
Cada mañana al levantarnos y envolvernos con nuestro talit renovamos nuestro compromiso y responsabilidad con la mirada. Porque de ella depende cómo será nuestro día.
En estos tiempos tan exacerbadamente visuales, en los que todo debe mostrarse y todo queda expuesto al análisis y repetición hasta el hartazgo; nos han cegado la mirada y nos hicieron creer tantas veces que el relato es la imagen. Y cuando no podemos mirar con nuestros propios ojos y tercerizamos el relato de la realidad en los “exploradores/espías” de turno, nos quedamos empequeñecidos, debilitados y temerosos.
Así le pasó al pueblo de Israel. Arrastrados por la operación del lenguaje de diez jefes de tribus con actitud destituyente, se llenaron de miedos, de odios, de imágenes relatas de una tierra que aún sus ojos no habían tenido la posibilidad de mirar.
La Torá cuenta que habían traído frutos que eran tan bellos y grandes que tuvieron que cargarlos con una rama sostenida por los hombros de dos personas. También nos cuenta que tanto los diez como los otros dos que estaban convencidos de que era una tierra bendita, dijeron que era una tierra que manaba leche y miel. Y, sin embargo, la desazón le ganó a la ilusión y la rabia a la cordura. Todos en masa se abalanzaron contra Moshé, y sin poder comprender sus argumentos, preferían volver al Egipto esclavizador que intentar la nueva y prometida realidad en libertad. Porque la desesperación nos hace tomar decisiones erróneas, a veces fatales, desde donde luego es difícil recuperarse, como individuos y como sociedad.
Ante este cuadro desesperante, la Torá te propone un entrenamiento de tu propia mirada y de confianza en ti mismo. Son tus ojos, cada día, los que deben narrar las imágenes con las que se topan y decidir qué hacer con lo que están viendo.
Hipotecar la mirada es dejarles a los agoreros de turno que te manejen la tranquilidad y la inteligencia.
Una generación completa se perdió en el desierto a causa de este fatídico suceso. No hay libertad sin libre-mirada ni libre-pensamiento. No hay libertad sin autonomía para decidir sobre lo que vemos, vivimos y anhelamos. La tierra de la promesa se pobló con aquellos que se animaron a salir de esta trampa.
Que esta lección nos ayude a transitar esta época en la que todo parece poder mirarse, pero, en definitiva, vemos tan poco.
Shabat Shalom
Rabina Silvina Chemen