PARASHAT NÓAJ 2024: detengamos el diluvio

Parashat Nóaj es un texto universalmente conocido, que se actualiza ante cada situación que vive el mundo. El diluvio, la destrucción de la humanidad, y la torre de Babel, la destrucción de la homogeneidad. Dos proyectos de fracaso. Dos desilusiones. Dos tragedias. Y lamentablemente, nada nuevo.

La Torá lo presenta a Nóaj como una persona que no se interesa más que por sí mismo. Si bien no lo especifica, lo podemos inferir. Dios le dice que destruirá una humanidad enferma de violencia, y que él y su familia se salvarán. Para ello debe obedecer las instrucciones: construir un arca, calafatearla de adentro y de afuera, llenarla de todas las especias, cuidar de ellas, y encerrarse a que la locura de afuera pase. Tantas imágenes interesantes que me regala el texto para hablar de este tiempo…

La tradición judía es sabia.

Esta historia no puede ser sólo la narrativa de alguien que, como tantos, hoy en día, se contenta con salvarse solo. Porque, de hecho, si bien Nóaj quedó vivo, el derrotero posterior de su vida no fue nada armonioso. Y lo que vendrá después en el relato es que la nueva generación que tampoco parece haber aprendido nada, quiso construir una torre y, en esa verticalidad, acceder al poder supremo en sus alturas. Nada nuevo había nacido.

Entonces recurrimos a la tradición oral, que es, muchas veces, la medida de conciencia que necesitamos para profundizar el mensaje. Leamos entonces qué dice el Midrásh Tanjumá:

“Hazte un arca de madera de acacia (Gen. 6:14). R. Huna dijo en nombre de R. Yosé: El Santo, bendito sea, advirtió a la generación del diluvio que se arrepintiera de sus malas acciones durante ciento veinte años. Cuando se negaron a arrepentirse, ordenó a Noé que construyera un arca de madera de acacia. Entonces Noé se levantó, se arrepintió de sus pecados y plantó cedros. Le preguntaron: “¿Para qué son estos cedros?” “El Santo, bendito sea, tiene la intención de provocar un diluvio sobre la tierra, y me ha ordenado que construya un arca para que yo y mi familia podamos escapar”, respondió. Se rieron de él y ridiculizaron sus palabras. Sin embargo, cuidó los árboles hasta que crecieron grandes. Una vez más le preguntaron: “¿Qué estás haciendo?” Repitió lo que les había dicho anteriormente, pero continuaron burlándose de él. Después de un tiempo, cortó los árboles y los convirtió en madera. Nuevamente le preguntaron: “¿Qué estáis haciendo?” Les advirtió una vez más lo que sucedería, pero ellos seguían negándose a arrepentirse. Entonces el Santo, bendito sea, trajo sobre ellos el diluvio, como está escrito: “Y fueron borrados de la tierra” (Gen. 7:23)”. Midrásh Tanjumá, Nóaj 5:6

Otra es la historia.

Los sabios judíos se preguntan si era necesario saber de qué madera estaba hecha el arca. Y de allí desenrollan un relato. Nóaj planta los árboles. Comparte con quienes le preguntan qué está haciendo y qué sucederá. Él les responde. La gente no lo escucha.  Los árboles crecen. Vuelve la pregunta. Nóaj insiste en alertarlos sobre la verdad que él ha recibido de Dios. La gente lo ridiculiza. No le creen. No les pasa nada. Y cuando tala los árboles, se repite la escena con resultado infructuoso. Y luego convierte cada tronco en madera, y a todos los que estaban a su alrededor, nada los movía de su propia verdad. Después de todos esos años- dirá el midrash- de todos los intentos, las alertas, los avisos, nadie se conmueve, nadie revisa su postura, nadie cambia de parecer, y lo peor es que no sólo fue la indiferencia sino la malicia lo que produjo que finalmente el diluvio se desatase.

Otra versión de la historia y la pregunta es si la interpretación la traiciona. No pretendo contestarla. Sólo me sirvo de ella en estas circunstancias para leer este tiempo como aquél de Nóaj. Son tantas las señales que este mundo está dando. Hace ya tanto tiempo que somos testigos de una degradación de lo humano, de lo social, de la ética… Y se nos ríen en la cara a los Nóaj de este tiempo, que hemos escuchado- porque los capítulos de la historia que nos han precedido nos han enseñado- que este monstruo de la confrontación, la desigualdad, el odio, la violencia, desatarán un catástrofe que nos hundirá a todos.

Hago un mea-culpa. Por muchos años he criticado a Nóaj. Acusándolo de egoísmo. Este año creo comprenderlo. No quiso salvarse solo. Nadie lo acompañó en su cruzada por salvar al mundo.

Y ya no importa si fue lluvia o no, si el arca existió o no… Ojalá supiéramos qué hacer para poder alojar a todos los que quieren construir algo nuevo. Y no son sólo animales. Nos necesitamos a todos los que componemos este mundo. Necesitamos alojar las diversidades de credos, de nacionalidad, de pensamiento político y “embarcarnos” en un proyecto nuevo. El de vivir en un mundo en el que unos a otros se crean, se respeten, se escuchen, con libertad y armonía.

Quizás el final de la historia sea un símbolo para terminar este comentario.

Dios celebra un pacto con Nóaj. Un arco iris. Un puente que une dos orillas, que aparece cuando los antagónicos como el sol y la lluvia se encuentran y que produce una belleza sin igual; la posibilidad de todos los colores, sólo porque la luz de uno se refleja en el espacio del otro.

Nóaj salió del arca cuando una paloma le trajo una rama de olivo.

Para él fue simplemente eso. Un ave que regresó con una hoja verde que anunciaba que ya podría bajar y alimentarse del producto de la tierra.

La humanidad, el arte y la poesía hicieron de ese pájaro un símbolo de paz, que -confieso- nunca me pareció demasiado atractivo ni significativo. Pero lo que anuncia este pájaro que vuela libre, es que no es suficiente con poder volar nuestro cielo, ni comer solos del fruto, sino que hay que volver a todos los que están allí encerrados y hay que decirles que hay cielo y tierra para todos.

El cielo está plomizo como el plomo de las balas que acechan la tranquilidad de todos. Sabemos que es posible que un fatal diluvio se desate si no escuchamos el mensaje que alerta sobre la degradación humana en la que estamos sumidos. Ya sabemos cómo termina la historia.

Ante tanta muerte, hemos matado a la paloma. Y el arca no va a salvarnos a nosotros mientras todo se cae.

Salgamos a juntarnos con quienes nos creen, con quienes nos escuchan, sumemos manos y voluntades, atendamos a otras visiones, busquemos caminos nuevos…

Frenemos el diluvio. Sigo creyendo que la paz es posible y no un mero símbolo. Y no depende del cielo.

Rabina Silvina Chemen.