PARASHAT NASÓ: cuando gana la locura

Cuesta seguir encontrando palabras que lean la realidad en la que estamos sumergidos y que nos ofrezcan algún respiro, algún hilo tenue hacia una pequeña luz.

Cuesta seguir siendo testigos de la distorsión y la banalización de la inhumanidad.

Tiempos de “posverdad” dicen algunos. Se entiende por posverdad (o mentira emotiva) “la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.”

¿Se entiende?

Lo que se muestra, no sucedió. Lo que se escucha no es verdad.

Ya no hay prueba porque la manipulación consiguió su objetivo. Construir una certeza que sin importar lo que se diga ni lo que se muestre, se defiende hasta el absurdo. Y de pronto nos vemos envueltos en discursos y supuestas realidades que sabemos que están tergiversadas y, sin embargo, ya echadas a rodar, son como una bola de nieve que nos aplasta en su derrotero.

Nos toca comentar Parashat Nasó que, entre otros temas, nos habla del ritual de Sotá: una práctica que se lleva a cabo hombre sospecha que una mujer ha cometido adulterio.

Léase bien. Cuando un hombre “sospecha”. No hay pruebas. Está en su imaginación, en su debilidad. En su perversión.

Y ¿quién es la castigada? La mujer, por las dudas, por si acaso, recibe un escarnio público, una humillación degradante.

La mujer es llevada al sacerdote, quien le da de beber un brebaje de agua, tierra del suelo del Tabernáculo y las palabras de una maldición escritas y luego frotadas en el agua.

El ritual no tiene que ver con la mujer sino con calmar los celos y la ira del marido, con el fin de restaurar cierta “paz” en su hogar.

Avivah Zornberg, comentarista de nuestro tiempo, escribe sobre esta parashá: “La mujer adúltera encarna la ansiedad de la sinrazón: la persona normativamente cuerda retrocede ante su locura. El miedo se convierte en desprecio y humillación, porque lleva consigo toda una gama de experiencias insondables, desde la insania hasta la locura.”

El miedo se convierte en desprecio y humillación. La locura se apodera de este hombre y lo lleva a proceder de la manera más impiadosa. Y recuerdo este detalle: sólo porque cree, le parece, supone que le fue infiel. Ya no la ve a ella, no conversa con ella, no la percibe, no interactúa, no busca comprender. No. Sospecha. Arma este estigma. Y ataca, sin piedad. ¿Por qué? Porque así lo construyó en su imaginación.

Miren qué interesante. El mismo tratado del Talmud que lleva su nombre: Sotá, aclara cómo este ritual perdió vigencia.

“Desde que proliferaron los adúlteros, la realización del ritual de las aguas amargas quedó anulada; no administrarían las aguas amargas a la ‘sotá’.”

Los mismos sabios del Talmud entendieron que no pueden aplicar sobre la víctima la locura del victimario. Y cuando se dieron cuenta de la barbarie que habitaba a esos maridos, recién ahí pudieron ver a las mujeres que sufrían semejante escarnio.

Hasta acá bien podría ser un comentario de defensa a la vulneración de derechos de las mujeres por sobre el poderío, lamentablemente aún vigente, de ciertos machismos recalcitrantes. La violencia contra la mujer en grandes proporciones tiene que ver con los argumentos, los fantasmas que alojan los agresores en sus mentes y que, más allá de toda explicación, ejercen su poder sometedor con el puño, la humillación constante y hasta la utilización de armas.

Hoy necesito ir más allá y entender esta nueva situación que estamos viviendo como pueblo judío.

No importa lo que digamos, lo que hagamos, lo que expliquemos, el estigma creado sobre lo judío y los judíos, vuelve a aflorar como un geiser dormido bajo la superficie que hoy explota en los lugares más inesperados e impredecibles.

Hay una violencia contenida que no admite ninguna racionalidad y a la que le urge la venganza extrema; la degradación pública, el goce por la deshonra.

Sólo así se comprenden las iniquidades perpetradas el 7 de octubre pasado. Sólo así se puede leer la virulencia y el desprecio por los judíos en tantas partes “civilizadas” del mundo. La defensa de una causa que, como al hombre del texto bíblico, le parece, cree, le contaron, sin tener información correcta, sin siquiera saber a ciencia cierta por qué nos están condenando.

El rescate de los cuatro rehenes la semana pasada, trajo aparejada una catarata de ridiculeces tales como demostrar qué bien que los trataron, qué “gorditos y alimentados” volvieron. No importa lo que relatan, con todo el pudor, intentando encontrar una narrativa a lo indecible. No importan las historias de abuso mental y físico que nos cuentan y que los médicos confirman. No importa. La posverdad; creo lo que quiero creer. Lo que me conviene. Lo que sostiene y justifica mis actos.

Una sobrina mía esta semana me dijo: “no sé hasta dónde llegará esto, pero estoy asustada”.

Estamos asustados, tristes, desorientados. Es mucho tiempo. No vemos la salida. La guerra nos devastó la esperanza. El odio nos metió en un túnel del tiempo del que habíamos creído haber salido.

El Talmud mismo anuló el ritual que culpabilizaba a la mujer “sospechada” de adulterio porque reconoció que los maridos adúlteros manipulaban esa realidad.

Necesitamos salir de las certezas de la manipulación en las que estamos inmersos.

Seguiremos buscando las voces que den vuelta la narrativa infame de este capítulo de nuestra historia.

Seguiremos pidiendo por paz más allá de todo juego político que sólo se mira las narices.

Seguiremos insistiendo. No bajaremos los brazos. No nos vamos ni a cansar ni a acostumbrar. No nos vamos a resignar. No es el destino de ningún pueblo en esta tierra vivir en semejante zozobra. Ningún pueblo debe vivir el miedo de un posible exterminio. Ninguno.

Seguiremos hablando de paz.

Seguiremos defendiendo el derecho de todos a vivir en paz.

Seguiremos.

Seguiremos.

Rabina Silvina Chemen