Estamos en el capítulo 12 de Génesis. Hace 12 capítulos que comenzó todo y sin embargo, la intensidad de las historias no nos da respiro. Intensidad y fracaso, o ensayo y error si lo queremos mirar de una manera más optimista.
No se puede leer Lej Lejá sin volver a Bereshit y a Noaj. Y no podremos empezar el capítulo 12 si no volvemos al final del 11.
Iniciemos el camino hacia atrás…
Venimos de una humanidad que no acierta en sus decisiones.
Venimos de una pareja que al cometer una transgresión, se acusan mutuamente en lugar de reconocer sus actos.
Venimos de los primeros hermanos que no saben convivir en su diferencia y uno de ellos cree que matando al otro alcanzará el reconocimiento de Dios (y en el fondo, de sus padres)
Venimos de una humanidad que creció desde sus comienzos, corrupta; y de un intento de empezar todo de nuevo. Noaj fue el elegido. Nuestro nuevo héroe pretendió salvarse solo y nada hizo ni para evitar el diluvio ni para modificar la conducta de sus prójimos.
Venimos de los descendientes de Noaj, supuestamente mejores que la generación del diluvio, que construyen una torre, para llegar ambiciosamente más allá de sus posibilidades. Venimos del fracaso de la torre y como consecuencia: Babel – la gran confusión.
Acusaciones, asesinato, corrupción, egoísmo, arcas para huir, torres para codiciar… no es un panorama alentador para este comienzo humano.
En este contexto llega Abraham, en realidad, por ahora, Abram. Dios será quien le cambie el nombre más adelante.
El capítulo 11, o sea, el final de parashat Noaj comienza así:
“Y vivió Téraj setenta años, y engendró a Abram, y a Najor, y a Harán.
Estas son las generaciones de Téraj: Téraj engendró a Abram, y a Najor, y á Harán; y Harán engendró a Lot.
Y murió Harán antes que su padre Téraj en la tierra de su naturaleza, en Ur de los Caldeos.
Y tomaron Abram y Najor para sí mujeres: el nombre de la mujer de Abram fue Sarai, y el nombre de la mujer de Najor, Milca, hija de Harán, padre de Milca y de Isca. Mas Sarai fue estéril, y no tenía hijo.
Y tomó Téraj a Abram su hijo, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai su nuera, mujer de Abram su hijo: y salió con ellos de Ur de los Caldeos, para ir á la tierra de Canaán: y vinieron hasta Jarán, y asentaron allí.
Y fueron los días de Téraj doscientos y cinco años; y murió Téraj en Jarán.”
Bereshit- Génesis 11:26-32
El proyecto de ir a Canaán, a la tierra de Israel fue de Téraj, el padre de Abram. Se asentaron en Jarán y allí falleció el padre de nuestro patriarca. Es decir, que el famoso “Lej Lejá”, el llamado trascendente que escuchara Abram de la voz de Dios, la misión que asumió, en realidad ¿eran la continuación del viaje que inició y planeó su padre?
Jizkuni (Jizkiahu ben Manoaj S. XIII, Provence) nos trae en su interpretación que Téraj se dirigía a Canaán con su familia en búsqueda de las tierras que como descendiente de Shem le correspondían. Él sabía perfectamente a dónde iba. Una tierra concreta, con nombre: Canaán.
Luego Abram escucha la voz:
וַיֹּאמֶר יְהוָה אֶל-אַבְרָם, לֶךְ-לְךָ מֵאַרְצְךָ וּמִמּוֹלַדְתְּךָ וּמִבֵּית אָבִיךָ, אֶל-הָאָרֶץ, אֲשֶׁר אַרְאֶךָּ.
“Y Dios le dijo a Abram: Vete de tu tierra, de tu patria, de la casa de tu padre, hacia al tierra que te mostraré.” Bereshit- Génesis 12:1
Fíjense la diferencia. Uno va a Canaán. El otro, hacia un destino incierto: la tierra que Dios le mostrará. Ambos caminan. Pero cada uno sale en su viaje con un propósito distinto. Uno es el destino, ya fijado. Otro es el camino y la promesa. Uno va a reclamar lo que le pertenece. Otro va a descubrir su lugar en el mundo, llevando consigo los aprendizajes de la travesía.
Para uno, el viaje hubiera tenido su fin, si no hubiera fallecido antes de llegar.
Para el otro, el mandato fue la trascendencia.
Todos nosotros, hijos de Abram seguimos caminando con la voz en nuestras almas que nos recuerda no olvidar la promesa y no renunciar al horizonte.
Abram es quizás el primer ser humano que no aspira a una conclusión. A diferencia de sus antepasados, de vidas lineales, binarias: vida o muerte, culpable o inocente, castigado o salvado, gobierno o sumisión… él no se fija, no se estanca, sino que concibe su historia, y sin quererlo, “la historia” desde su complejidad y su movimiento. Y fundamentalmente con una gran dosis de esperanza y confianza- lo que muchos de nosotros llamamos fe.
Quizás sea la mayor riqueza que nos da la experiencia de seguir insistiendo en elegir el camino de la fe: saber sostenerse en las complejidades de un caminar que nos sorprende a cada paso y nos desafía a encontrar motivos para seguir adelante, porque no nos sentimos solos.
Eso es lo que lo diferencia de sus antecesores. Por eso no es en vano que en la Torá él es llamado muchas veces “ivrí”, el hebreo, en castellano, como por ejemplo en el capítulo 14, versículo 13.
וַיָּבֹא, הַפָּלִיט, וַיַּגֵּד, לְאַבְרָם הָעִבְרִי; וְהוּא שֹׁכֵן בְּאֵלֹנֵי מַמְרֵא הָאֱמֹרִי, אֲחִי אֶשְׁכֹּל וַאֲחִי עָנֵר, וְהֵם, בַּעֲלֵי בְרִית-אַבְרָם.
“Y vino uno de los que escaparon, y lo denunció a Abram el Hebreo (ivrí), que habitaba en el valle de Mamre Amorreo, hermano de Eshkol y hermano de Aner, los cuales estaban confederados con Abram.”
Muchos explican que “ivrí” es quien cruzó “avar” el río Eufrates. Es verdad. Pero también el calificativo “ivrí” habla de una posición en la vida. Estar del otro lado, atreverse a cruzar, abandonar los recorridos muchas veces impuestos, optar por no dejarse llevar por la manada que desdibuja nuestros ideales, para acceder a la tierra que elegimos, que siempre está por revelarse. “Ivrí” es aquél que no le teme a la caída porque confía en su capacidad de cruzar la dificultad para seguir adelante. Ser “ivrí” es no esconderse ni avergonzarse por lo que uno piensa y defiende, por lo que uno elige y se juega.
Por eso la tierra que te mostraré no tiene nombre, porque el día que obtuviera un nombre dejaría de ser promesa y compromiso.
Somos descendientes de un ser humano que no culpó a otros, que no huyó para salvarse solo, que no quiso torres que dominen al mundo, sino que eligió la tarea ardua, pequeña y cotidiana de salir a caminar la vida, con el asombro y la atención puesta en la revelación cotidiana. Que se atrevió a cruzar los escollos, los límites y ponerse de la orilla de en frente, defendiendo sus convicciones y sus sueños.
Que se equivocó en sus intentos pero aun así no dejó de intentar. Porque la verdadera fe es la que te quiere en movimiento, que es búsqueda, pregunta, duda, pruebas y certezas. Dudo de las fes quietas, silenciosas, obedientes, resignadas…
Temo las explicaciones en nombre de la fe que cierran toda posibilidad de pregunta.
Somos hebreos, y con nuestras fortalezas y flaquezas a cuestas caminamos este momento que estamos pasando como humanidad.
No nos quedamos quietos, tiesos esperando que pase.
Nos movemos en nuestros aprendizajes acerca de quiénes somos, cómo vivimos nuestros vínculos, con qué recursos contamos, quiénes tenemos cerca, a quiénes descuidamos… Nos movemos al buscar sostenes y apoyos que nos permitan pisar fuerte aunque el suelo parezca fangoso. Nos movemos porque creemos en una humanidad que aprenderá a no hacerse más daño. Nos movemos cuando nos duelen los discursos del odio y la violencia y no nos hacemos cargo de ellos.
El modo de vivir la fe que nos legó Abraham nos da la valentía de seguir la marcha.
¡Shabat Shalom!
Rabina Silvina Chemen