Llegamos al momento cúlmen de nuestra conformación como pueblo. Somos nación, pueblo, porque en esta parashá escucharemos el contenido celestial de nuestra carta magna: los diez mandamientos.
El monte que tiembla, el pueblo que se estremece, las voces que se ven, todo vibra en nosotros cuando leemos el contexto que acompañó semejante suceso fundacional. De un grupo de esclavos escapando, a un pueblo con un propósito: hacer de la palabra de Dios nuestro proyecto acá en la tierra.
Pero quizás para comprender cabalmente el contexto deberíamos ir un poco más atrás en este relato que, no arbitrariamente, fue inserto por nuestros sabios en una parashá que comienza en el capítulo 18 del libro de Shemot- Éxodo. Y que, además, lleva por nombre Itró, aludiendo al suegro de Moshé, sacerdote midianita.
Es decir: ¿la revelación comienza con el monte tembloroso, o quizás comienza con un vínculo que deberemos comprender entre Moshé y alguien que no pertenece al pueblo de Israel?
Veamos cómo se inicia este texto:
“E Itró, sacerdote de Midián, suegro de Moshé oyó todo lo que había hecho Dios por Moshé y por Israel su pueblo, y cómo el Eterno había sacado a Israel de Egipto.” (Shemot- Éxodo 18:1)
Itró, el padre de la esposa de Moshé, Tzipora, escucha los portentos acaecidos sobre el pueblo de Israel; su liberación y los milagros que debieron suceder para que esto ocurra.
Y ¿cuál es la reacción?
“Y se regocijó Yitró (וַיִּחַדְּ- vaijad) por todo el bien que el Eterno había hecho a Israel, a quien libró de manos de los egipcios.” (Shemot- Éxodo 18: 9)
Mi primera búsqueda fue en los exégetas clásicos. Y me llevé grandes sorpresas.
Rashi (s.XI) va a decir, de acuerdo con la Mejilta de Rabí Yishmael 18:8 que Moshé le contó a su suegro todo lo que el Señor le había hecho “con el fin de seducir su corazón para que pudiera adherirse a la Torá”.
Y me empiezo a sentir incómoda. ¿Acaso no es legítimo compartir las propias visiones con otros/otras que viven otras realidades y saber que seremos escuchados/valorados/recibidos más allá de sus propias convicciones? ¿Es necesario armarse murallas de pseudo- protección encerrándonos sólo con los que piensan como nosotros?
Pero más grande fue mi incomodidad cuando seguí leyendo:
Rashi: “Y se regocijó Yitró” (וַיִּחַדְּ- vaijad) -Éste es su significado literal. Un comentario midráshico dice que su carne se llenó de espinas (חדודין -jidudin- su carne se erizó de horror) – se sintió afligido por la destrucción de Egipto. Eso es lo que dice la gente (lo que dice el proverbio común): un prosélito, aunque su ascendencia pagana se remonta a la décima generación, no hable con desdén de un arameo (cualquier no judío) en su presencia (Sanedrín 94a).”
La palabra “vaijad”- “se regocijó”, de acuerdo con Meir Leibush ben Yejiel Michael Wisser, más conocido como Malbim (s.XIX), deriva de la palabra “jedvá” que significa regocijo- alegría, pero específicamente después de momentos de dolor.
Y, así y todo, gran parte de los comentaristas no toleran la genuina alegría de alguien que no ha sido protagonista de esta gesta y que, sin embargo, al ver que otros pueden liberarse de su yugo, se pone en su lugar, lo valora y celebra.
¡Cuánto nos han enseñado a sospechar! ¡Cuán poco sabemos compartir legítimamente! ¡Cuánto habremos sufrido para no poder confiar en nadie!
Comencé escribiendo este comentario con otro objetivo. Quería contarles que cuando leí la parashá en hebreo, la leí sin vocales y la misma palabra וַיִּחַדְּ- vaijad, puede leerse “vaiajed” que vendría de la palabra “iajad”, que significa juntos, unidos. Y me lo imaginé (en mi optimismo) a Itró, un sacerdote que adoraba otros dioses, escuchando atentamente a Moshé y a su emoción, contándole de su Dios y uniéndose a él en su palabra y su vivencia.
Entonces pensé que quizás la antesala de la revelación es la tranquilidad de saber que tenemos a quienes pueden escucharnos despojadamente y compartir con nosotros nuestros logros, creencias, tropiezos y desafíos sin juzgarnos, sin competir, ni intentar convencernos.
Quiero creer que no es casual que ambas palabras: unirse y regocijarse tengan modos parecidos. Porque una unión verdadera lo único que trae es alivio al alma y contento al corazón. Nos permite descansar con confianza en nuestras decisiones sabiendo que no sufrimos la amenaza de no ser queridos o de ser vulnerados o vilipendiados por otras posiciones.
Busqué bibliografía para comprender qué es lo que dificulta las relaciones empáticas y por otro lado qué es lo que facilita el inmediato enfrentamiento, el odio y en el “mejor de los casos” la indiferencia.
Y encontré el término “La aritmética de la compasión”, desarrollado por el psicólogo e investigador norteamericano Paul Slovic quien decidió estudiar por qué somos tan cruelmente indiferentes ante el sufrimiento masivo.
Y cuando leemos compasión, lejos estoy de comprender el término como clemencia o lástima sino todo lo contrario; sentir con-pasión lo que el otro está viviendo, ponerse en sus zapatos, intentar hacerle lugar en nuestro mundo, aunque ajeno al suyo, para alojar lo que está viviendo.
El desvanecimiento de la compasión nos hace cada vez menos empáticos y cada vez más convencidos que sólo con los “sí mismos” estamos seguros porque todo lo demás vive equivocado y es por definición: culpable.
Las diferencias sociales, políticas, económicas, religiosas se agreden, se combaten, se insultan o se ignoran.
Es insoportable vivir sin un Itró que nos escuche y se alegre. Porque es insoportable creer que cualquier Itró es, porque no es como nosotros queremos, nuestro enemigo y hay que atacarlo hasta hacerlo pedazos.
Sin esta antesala, me atrevo a decir, aun a riesgo de ser considerada una hereje, que Dios no se hubiera manifestado.
Desde el minuto cero de nuestra historia como nación aprendimos que hay quienes piensan y creen de otros modos pero que tienen la capacidad amorosa de regocijarse con nuestra alegría.
“La solidaridad- escribió Eduardo Galeano- es la ternura de los pueblos.”
En la ternura entre Itró y Moshé nacieron los diez mandamientos y nacimos a la historia como pueblo.
En el compromiso por un mundo solidario y la responsabilidad por el respeto y el cuidado del otro, nacimos a la historia como pueblo.
Que sea éste el mejor contexto para recibir la palabra de Dios que habla todos los idiomas y que necesita de corazones más expandidos para volverlo a escuchar.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.