PARASHAT HAAZINU 2025: ¿A dónde nos paramos para mirar la tierra de la promesa?

Parashat Haazinu llega después de la conmoción, la emoción y la profundidad de lo vivido en estos Yamím Noraím, a horas de haber terminado nuestro ayuno y con las noticias de la plegaria manchada por el terror en una sinagoga en Gran Bretaña. Aparentemente estos Yamím Noraím, días temibles, o terribles, como se lo traduce formalmente… parecen no haber terminado y no es justamente por lo que Dios “haría o no con nuestro destino en el cielo” sino por lo que estamos viviendo acá en nuestra tierra.

Haazinu siempre nos deja un sabor amargo, cuando necesitamos algo de esperanza. Nuestras vidas son minúsculas al lado de la grandeza de Moshé y sin embargo a él le toca dar su último discurso, antes de morir, injustamente, sin entrar a la tierra por la que tanto luchó. No va a entrar a la tierra, no va a acompañar a esta nueva generación que nació libre, no va a ver el fruto de su esfuerzo y su sueño.

Una gran parte de Haazínu consiste en una «canción» de 70 versos dicha por Moshé al pueblo de Israel en el último día de su vida.

Él llama al cielo y a la tierra como testigos, y le canta al pueblo «Recuerda los días de antaño / Considera los años de muchas generaciones / Pregunta a tu padre, y él te relatará / A tus ancianos, y ellos te dirán», cómo fueron encontrados en una tierra desierta, cómo Dios los hizo un pueblo, para legarles una hermosa tierra.

La parashá termina con la instrucción de Dios hacia el Monte Nevó, desde donde podrá mirar la Tierra Prometida antes de morir allí. Por tanto, sólo de lejos verás la tierra, pero allí no entrarás, a la tierra que doy a los hijos de Israel. (Devarím – Deuteronomio 32:52)

Todos estos días hemos apelado a la justicia divina, y hoy estamos leyendo una de las mayores injusticias de toda la Torá. Moshé no entrará a la tierra de la promesa. Un tiempo atrás en parashat Vaetjanán, Moshé rogó que sea modificado su destino. Dios accedió sólo en parte. Le permitió ver la tierra, aunque no entrar en ella.

¿Qué tenemos que aprender hoy de este relato?

Desde el punto de vista del rol que Moshé ocupó en la historia como líder nos deja una gran enseñanza:

«El trabajo de Moshé está realmente hecho– escribe Patrick Miller en “Moses My Servant” -. La gente tiene ahora la palabra de [Dios], que enseñó a Moshé y que será su guía en la tierra que [Dios] ha prometido. Israel vivirá ahora por la Torá que Moshé ha enseñado y en un sentido muy real, no necesita a Moshé».

Y más allá de parecer que esta postura es cruel con Moshé probablemente sea la que nos haga entender que un grupo de gente liderado por la potencia y autoridad de Moshé, guiados por una sola persona, con comunicación directa con el Creador, quien fuera instrumento para realizar los milagros propuestos por el Cielo, no hubiera podido jamás transformarse en pueblo.

Moshé va a morir para que la gente corra del centro a la persona y la reemplace por el texto. Más allá que luego vendrán otros líderes como Yehoshúa, los Jueces, los Reyes, los Profetas, los ancianos… La centralidad de Moshé será reemplazada, para siempre, por el texto. El vínculo del pueblo con Dios no es a través de un emisario, como lo había sido hasta entonces, sino a través de un texto que se lee y se relee, generación tras generación y más aún, año a año.

Gran enseñanza en tiempos en el que el mundo de los liderazgos ha vuelto a los caudillos, en este caso, no con conexión con lo Alto sino con lo más bajo de la experiencia humana: la violencia, la manipulación en pos del odio absoluto, el autoritarismo y la denigración.

Moshé se corre de la escena porque nos lega la autoridad de un texto.

Hoy vuelven a la escena los que quieren quemar todos los textos de la ética, de la buena fe, del buen vivir, de la convivencia… y nos dejan casi tiesos ante el estupor de lo que estamos viviendo.

Moshé no pudo traspasar el límite. Quizás intentó enseñarnos que somos nosotros, son nuestros pies, nuestras convicciones, nuestras decisiones las que nos van a llevar del otro lado del río, hacia la promesa. Seremos nosotros mismos los que deberemos empacar nuestros bienes (y lo digo en el doble sentido de la palabra) y encarar un camino que nadie hará por nosotros.

Hoy, con el alma nutrida de palabras de plegaria y de belleza nos pido que respiremos profundo y salgamos a cruzar aquel río, elevando nuestras voces por la justicia y por la paz, por el regreso de la cordura y de los liderazgos que les aporten a sus pueblos espacios de sosiego y realización.

Veremos que somos muchos los que, si nos animamos, podemos hacer tronar nuestras voces mucho más alto que aquellas que pretenden cubrir nuestros cielos de odio y estruendos.

Sólo juntos, sólo de a muchos, sólo con amoroso y pacífico coraje, quizás dejaremos de mirar “del otro lado” y nos animaremos a dar aquel primer paso que rompa con la naturalización de la locura y el terror.

La Torá está por cerrar su ciclo de lectura. Y nos pide a nosotros que iniciemos nuestro propio texto. El que lleve a la vida sus enseñanzas.

En eso estamos.

Rabina Silvina Chemen