Seguimos en el libro de Vaikrá, confrontándonos con pasajes complejos de adecuar a las lecturas de nuestro tiempo. Parashat Emor no es la excepción; la estricta y forzada vida que deben llevar los sacerdotes, la denostación de lo “defectuoso”, tanto humano para el culto, como el animal para el sacrificio y por último un episodio que pareciera inconexo: un hombre que maldice a Dios y es castigado.
Hubo muchos intentos de conectar todas estas secciones, a mi gusto un tanto forzadas. Pero no sé por qué este año, el episodio del blasfemo me atrapa, me busca para profundizar sobre él.
Leamos cómo está escrito en la Torá:
“En aquel tiempo el hijo de una mujer israelita, el cual era hijo de un egipcio, salió entre los hijos de Israel; y el hijo de la israelita y un hombre de Israel riñeron en el campamento. Y el hijo de la mujer israelita blasfemó el Nombre, y maldijo; entonces lo llevaron a Moshé. Y su madre se llamaba Shelomit, hija de Dibri, de la tribu de Dan. Y lo pusieron en la cárcel, hasta que les fuese declarado por palabra de Adonai. Y Adonai habló a Moshé, diciendo: Saca al blasfemo fuera del campamento, y todos los que le oyeron pongan sus manos sobre la cabeza de él, y apedréelo toda la congregación.” Vaikrá – Levítico 24:10-14
Varios temas que serían interesantes abordar. Este ser humano no tiene nombre, pero sí se ocupan de decir quién es su madre y a qué tribu pertenece y también dejan en claro que su padre no era del pueblo de Israel.
Otro aspecto para tomar en cuenta es que hasta que Dios no dice qué hacer Moshé no sabe cómo actuar con esta persona.
Y, además, lo que me llama la atención es que todos los que lo escucharon tiene poner sus manos sobre su cabeza para que luego la congregación lo apedree.
No puedo creer lo que estoy escribiendo, pero no podemos juzgar un texto sin su contexto cultural y legal. Pero más allá del escozor, me hizo pensar mucho el hecho de estas personas que escucharon su maldición participando de este ritual de castigo. Más allá de castigar al blasfemo, evidentemente están diciendo que sus palabras hacen mella en las personas que escuchan este mensaje.
Hoy se habla poco en estos términos. En verdad, algo que parecía escandaloso y castigable con la pena de muerte, hoy no reviste casi ningún tipo de asombro ni escarnio.
¿Cómo se define blasfemia?: “Palabra o expresión injuriosa que se dice contra Dios o las cosas sagradas.”
Contra Dios o contra las cosas sagradas. Si es contra Dios, quien debería estar ofendido -si se me permite- sería Dios. Pero la definición agrega “contra las cosas sagradas” y las cosas -creería yo- no son pasibles de ofenderse. ¿Quién es el que se perjudica con la blasfemia y a quién ataca realmente?
Todo el libro de Vaikrá – Levítico intenta sentar las bases de una vida de santidad. Y tengo la impresión de que este pasaje conectado a la perfección de los animales para el sacrificio y el cuidado extremo de la vida de los sacerdotes a la hora de disponerse a las actividades del culto nos viene a decir también acerca de la santidad a la hora de pronunciar nuestras palabras.
¿Qué significará maldecir a Dios o a las cosas sagradas?
Intuyo que tiene que ver con insultar, denostar o degradar aquellos aspectos innegociables que sostienen nuestras vidas, más allá de las necesidades básicas.
Es usar el lenguaje para corroer nuestras esperanzas.
Es dejarnos sin herramientas para anhelar nada bueno.
Es destruirnos la confianza y el deseo.
Es desmantelar la fe y la ilusión.
Por eso quienes deben participar del ritual contra el blasfemo son los que escucharon; son los receptores de los mensajes de desasosiego y fatalidad los que deben reconstruir las bases para querer seguir adelante.
Pero miren qué giro interesante da esta historia en el texto del midrash (Vaikrá Rabá 32:4-5) donde relata que la madre de esta persona Shlomit, fue violada por el capataz egipcio de su marido. Al día siguiente, su esposo se enfrentó al capataz, pelearon, Moshé los vio, supo lo que pasó y mató al capataz. Años después, el niño nacido de esta unión intenta armar su tienda con la Tribu de Dan. Como la afiliación tribal la determina el padre, un hombre israelita se opone. Van a la corte y Moshé acepta que por ley este hombre no tiene derecho a establecer un campamento en Dan. Sale de la corte y blasfema.
Y quizás este midrash nos dé otra perspectiva de una situación que fue entonces pero que, con otras denominaciones y escenarios, es parte de nuestra vida cotidiana.
En primer lugar, reconozcamos que un blasfemo es alguien que reconoce que existe Dios. Si no, no podría maldecirlo. No es un hereje, un ateo. Es alguien que tiene un fuerte reclamo de un ser del que esperaba algo que no le dio. Es la palabra de alguien que se siente abandonado, desprotegido, sufriente… que grita desde su fe herida. Si no, sería llamado “insurrecto”, “maleducado”, “rebelde”, pero blasfemo es otra cosa.
De acuerdo con el midrash esta persona, hijo de una madre con nombre y un padre del que sólo se conoce su pertenencia nacional, es fruto de una relación desigual y abusiva de poder, en un contexto en el que se debía callar la injuria y en el que la ley no lo protege.
Y con toda su historia a cuestas, intenta habitar con las personas que pertenecen a la tribu de su madre, la tribu de Dan. Quiere poner su tienda, quiere criar a sus hijos en medio de su familia, quiere ser parte, porque él es fruto de una violación y tiene derecho a rehacer su vida. No es el culpable.
Sin embargo, la ley, esa misma ley dictada por Dios -según nos narra el relator bíblico- no lo incluye. Lo deja afuera, con su vergüenza, la de su madre, frente a sus hijos, sin nombre propio -porque nadie lo menciona- fuera de toda posibilidad de ser incluido socialmente y culpabilizado por el contexto en el cual nació pero que él no eligió.
A partir de esta “historia no oficial” como lo es este midrash, puedo no sólo comprender sino abrazar el dolor de las palabras del catalogado “blasfemo” que, como tantas víctimas de contextos de violencia y abuso, terminan pagando con sus vidas por actitudes que tantas veces son la sin-salida de una vida sin sentido, sin ningún lugar donde poner su tienda y sin ninguna ley que los escuche ni contemple.
Quizás, entonces, los que lo escucharon más que ponerle las manos en la cabeza del “reo”, deberían ponerse las manos en sus corazones para preguntarse qué hicieron o dejaron de hacer para llegar hasta esa situación.
Ellos y nosotros.
“והמבין יבין- Vehamevín iavín”- se dice en hebreo; “Y el que quiera entender que entienda”…
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen