PARASHAT EKEV: los nombre del mal

En este mundo multidisciplinar, acelerado y autosuficiente, las” llamadas religiones”, en general, se conciben en el imaginario de muchos como un aspecto atávico, pequeño e inconsistente de ciertas personas que persisten en adherir a sus improbables concepciones.

Sin embargo, las “llamadas religiones” han formulado desde el comienzo de los tiempos las preguntas más existenciales que hacen de lo humano, creado a imagen de lo divino, un misterio, una incógnita que no se resuelve con la razón.

La vida y la muerte, la ley de la recompensa, el bien y el mal… entre algunas de sus cuestiones.

Y sí, por más robótica e inteligencia artificial y física cuántica, aún hoy nos azora visualizar la potencia del mal en la condición humana; encarnado en los grandes movimientos o políticas de exterminio, en liderazgos sangrientos, y en discursos plagados de odio que nos envenenan la conciencia habilitando cualquier desmán so pretexto de calmar a la fiera del descontento buscando un culpable.

¿Somos malos? ¿Somos buenos? ¿La bondad o la maldad están en la naturaleza humana? Pero… ¿qué es la naturaleza humana?

Algunas creencias o cosmovisiones lo resuelven poniendo a la maldad o a la inclinación a cometer el mal como una fuerza exógena a la persona que lo tienta, lo incita y lo lleva por el camino de lo destructivo.

A quienes pertenecemos a la tradición judía, quizás nos pese lo que dice el profeta Isaías en nombre de Dios (y que con cierta variación rezamos todas las mañanas):

יוֹצֵר אוֹר וּבוֹרֵא חֹשֶׁךְ עֹשֶׂה שָׁלוֹם וּבוֹרֵא רָע אֲנִי יְהוָה עֹשֶׂה כָל אֵלֶּה.

“Yo creo la luz y creo la oscuridad; hago la paz y creo el mal. Yo, el Señor hago todo esto.” Isaías 45:7

Sin embargo, el profeta continúa diciendo en el versículo siguiente (8): “Rociad, cielos, desde arriba, y las nubes destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salvación y la justicia; háganse brotar juntamente. Yo, el Señor lo he creado.”

Hay bien y hay mal y reconocerlo nos permite asumir un compromiso; optar por la salvación y la justicia.

Y si todo el potencial está en nosotros, el trabajo de la responsabilidad individual de conocer sus impulsos y elegir aquello que haga prevalecer la bondad sobre la maldad requiere de un análisis mayor.

¿Cómo tramitar la tendencia a la maldad? ¿Cómo neutralizarla? ¿Cómo sofocar nuestras opciones de violencia y arrebato? ¿Cómo priorizar o iluminar nuestros aspectos más positivos? ¿Cómo elegir el bien en un contexto de competencia constante y ponderación del más fuerte en la ley de la selva?

Nuestra parashá trae una pequeña pista y el Talmud la va a tomar como parte de una serie de aproximaciones a este tema que desde siempre nos ha quitado el sueño. Porque más allá de los tiranos de turno, el alma humana jamás ha podido elaborar la maldad como actitud hacia el prójimo, sin embargo, ha fracasado y sigue fracasando.

“En el tratado de Suka 52b “Rabí Avira, y algunos dicen que Rabi Yehoshua ben Levy, enseñó que la inclinación al mal (Yetzer hará) tiene siete nombres…”

Uno de sus nombres es “mal”, como lo mencionó Dios después del diluvio diciendo: “Porque el corazón del hombre es malo desde su juventud.” (Génesis 8:21).  Podríamos inferir que desde el comienzo más remoto se nos da a entender que abandonemos los discursos de la bondad absoluta y que nos hagamos cargo de que portamos en nosotros la posibilidad del mal.

Otro de los nombres- y ésta es la razón por la que hablo de esto hoy-, está en nuestra parashá. Moshé va a identificar el mal con lo “incircunciso”. Como está escrito:

וּמַלְתֶּם אֵת עׇרְלַת לְבַבְכֶם

 “Y circuncidad el prepucio de vuestros corazones.” (Devarím-Deuteronomio 10:16).

El mal tiene que ver con el ocultamiento, con no quitarnos la coraza que amordaza a nuestro corazón. Habla de una pose y una resistencia a quitarnos todo lo que inmoviliza nuestras tendencias a hacer el bien.

El rey David, en Tehilim 51:12 identificará al mal con la “impureza”. La inclinación al mal en definitiva es una opción por una vida impura, sucia, no apta, si se quiere, para la construcción de un proyecto trascendente.

Shlomó, el rey Salomón en el libro de Mishlei – Proverbios – 25:21–22 va a hablar del mal como un “enemigo”. Y aunque a corto plazo los que propician el mal pareciera que salen victoriosos, no hay peor enemigo que el que cultiva la maldad como modo de vincularse, el que le muestra a sus hijos el desprecio por los demás, la intención de dejarlos caer, o de proferirles una infamia.

El profeta Isaías- Yeshaiahu lo va a llamar “piedra de tropiezo” (Isaías 57:14); porque la opción de elegir la maldad en lugar de permitirnos caminar nos lleva por una vida de tropiezos y accidentes que terminan hiriéndonos.

El profeta Ezequiel- Yejezkel lo llamará simplemente “piedra” (Ezequiel 36:26), “corazón de piedra” es aquél que no late con y por el otro, sino que se basta a sí mismo y se agota en la indiferencia y la desidia hacia los demás.

Los sabios interpretan el versículo del profeta Joel- Yoel 2:20, como una referencia al mal como lo “escondido” en el corazón del hombre. Lo escondemos porque mentimos y mientras simulamos ciertos actos que podrían parecer digno, ocultamos la pasión por destruir, de conseguir nuestro cometido sin ninguna piedad por quien quede en el camino.

Tiene siete nombres porque no conseguimos identificar- quizás por el espanto y la desilusión- esta característica humana con una sola denominación.

Lo cierto es que también tenemos de “lo otro”:

– cuando prevalecen en nuestras elecciones los gestos de amor y generosidad,

– cuando somos responsables de circuncidar nuestros corazones de las armaduras que lo aprisionan,

– cuando purificamos nuestras miradas y elegimos con ese mismo criterio nuestras compañías,

– cuando buscamos amigos de los que sostienen nuestros buenos propósitos,

– cuando limpiamos nuestros caminos de todo aquello que nos puede llevar a dar pasos en falso que nos hagan caer en la trampa,

– cuando elegimos la sensibilidad y la ternura,

– y cuando la sinceridad le gana a los ocultamientos y disimulos.

No son sólo palabras ni metáforas de tiempos pretéritos. No son sólo propuestas del deber ser de las “llamadas religiones”.

Es un mandato urgente de nuestro tiempo -que ha naturalizado las conductas del mal, que ha bajado los brazos, para seguir insistiendo en nuestro deber; el de posicionarnos fuertemente hacia la bondad, la misericordia y la justicia.

Estamos en emergencia humana y social.

Incircuncisos todos- como dice nuestra parashá- con el corazón petrificado.

No renunciemos a seguir creyendo que podemos con esto.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.