PARASHAT BEMIDBAR: La palabra en el silencio

Comenzamos el libro de Bemidbar, Bemidbar Sinaí, en el desierto. Un libro que relata por un lado las historias que siguen sucediendo en el desierto, desde que salimos de Egipto, pero que por otro lado representa quizás la definición más profunda de lo que el ser judío significa.

El pueblo judío tiene como lenguaje al desierto.

Y es la palabra desierto la que condensa esta idea:

Midbar: desierto.

Diber: Palabra.

Bemidar- el cuarto libro de la Torá y Devarim- el quinto- también de la raíz Diber, los últimos dos libros de la Torá, nos introducen al lenguaje que dio origen a este pueblo: el exilio, la nada, la arena, el silencio son nuestros ancestros, son nuestra memoria, nuestro presente y me atrevería a decir nuestra razón de ser como pueblo.

No es casual que allí donde no había sonido alguno, se reveló la palabra divina. Fue necesario el silencio del desierto para que la voz del cielo adquiriese su verdadera dimensión.

El libro de Bemidbar nos va a llevar por el desierto y también por la necesidad del silencio porque la palabra sólo existe en el silencio de las demás palabras.

El desierto es la metáfora de la intimidad, es una oportunidad a la intimidad. Fuimos arrojados al desierto y creo que somos arrojados al desierto fundamentalmente para encontrarnos a nosotros mismos.

Y sólo cuando no nos resistimos al silencio, es cuando podemos escuchar La Voz, con mayúsculas.

Porque ninguna palabra puede existir si no le dedicamos nuestra escucha, si no la arrojamos al terreno de la escucha.

Hoy vivimos asfixiados de palabras, en la hilarante fiebre de hablar sin importar ni para quién ni para qué. Habitamos el reino del decir. Hay que decir siempre. Hablamos para que nos vean. No para que nos escuchen. La escucha dejó de ser parte de lo que contamos de nosotros. Somos palabras emitidas al vacío. Y somos imágenes en búsqueda de quien nos mire y guste de nosotros- encarnado en la metáfora del famoso “like” al que muchos se han tornado adictos. Necesitamos gustar. Y para eso nos mostramos todo el tiempo.

Frente a esta parafernalia, hoy abrimos de nuevo el libro de Bemidbar- del desierto. Sólo allí encontraremos la revelación sin trampas y sin espejismos de colores.

El desierto está hecho para caminar, para trazar caminos, mientras que este tiempo es el tiempo de la «sentadez»- valga neologismo. Hoy pretendemos que los caminos vengan a nosotros, a través de las pantallas y los espectáculos 3D.

Y el desierto nos invita a dejar que las palabras guíen nuestros pasos porque esencialmente, como pueblo, somos caminantes. Lo aprendimos de Abraham cuando se lanzó a la caminata. Y desde entonces, lo venimos haciendo.

La era de la imagen multimedia tiene una pretensión: completar el sentido. Todo está allí y cuanto más real mejor: por eso la High Definition, Full Ultra… Casi no hay necesidad de ver la realidad, porque su representación es perfecta.

Mientras que el espacio de Midbar- del desierto- de ausencia de imágenes y de pura posibilidad de palabra es una construcción constante. Nosotros, como pueblo de Israel nos fundamos una y otra vez, cada vez que elegimos caminar las palabras- los Devarim, del midbar- del desierto. Y por eso cuando no encontramos una definición acabada de nosotros mismos- que si la consiguiéramos acabaríamos CON nosotros mismos- decimos que somos una tradición interpretativa- y no porque somos unos rebeldes sin causa, que no nos conformamos con nada, sino porque hemos sido creados como pueblo en el territorio del silencio, de la escucha, de la revelación, las palabras y de la promesa como horizonte. Por eso interpretamos, porque a cada paso, la palabra vuelve a revelarse de otro modo.

Mientras que las imágenes que nos atiborran nos dan certezas, las palabras son la tierra fértil para nuestras interrogaciones.

“La palabra soberana –escribe Edmond Jabès, un escritor judío egipcio– es palabra del desierto. Palabra del silencio. Es advenimiento de verdad, en medio de nuestras palabras pulverizadas”.

Me encanta imaginar a los granos de arena del desierto como milenios de palabras pulverizadas sobre las que caminamos para encontrarnos con nuestras palabras.

La realidad del desierto no es una realidad física sino que es nuestro idioma: un idioma que no le exige al tiempo inmediatez porque tenemos toda la vida para seguir estudiando, preguntando y descubriendo lo que significa ser caminantes permanentes de la historia.

Y aunque vivamos en la ciudad, la invitación a volver al desierto año a año es una verdadera oportunidad; porque allí nos reencontramos con los significados más profundos. Todos necesitamos ese silencio existencial que el desierto nos propone, sabiendo que no estamos solos. Porque estamos caminando juntos. Lejos de pensar al desierto como una dimensión del pasado, precisamos volver al desierto para revisar nuestras certezas, volver a recibir la palabra y sobre todo recuperar la esperanza en la caminata.

El puerto de llegada, en el desierto, siempre se desvanece: nunca llegamos y ésa es nuestra fortaleza, porque somos un pueblo que jamás se rinde ante la caminata. No estamos a la deriva, como algunos piensan, elegimos ser errantes, porque allí donde no hay bordes encontramos nuestra libertad.

Por eso parashat Bemidbar antecede a la festividad de Shavuot: porque es allí a donde vamos a retornar cuando nos encontremos a estudiar en el Tikún Leil Shavuot.

Vamos a retomar nuestra marcha voluntaria hacia al desierto. Y como dice Edmond Jabes, vamos a ir al encuentro de una palabra renovada convertida en su origen.

Vamos a escuchar los 10 mandamientos, que no serán los del año pasado, ni los que escucharon los hijos de Israel entonces.

Vamos a permitirnos no venir a buscar verdades sino suelos de palabras pulverizadas que nos devuelvan la libertad de escuchar sin cerrazones, de caminar sin destino fijo y de volver a decirnos las palabras que nos reúnan con el cielo.

Shabat Shalom y Jag Shavuot Sameaj!

Rabina Silvina Chemen.