Comenzamos la parashat diciendo: “Y habló Adonai á Moshé, diciendo: Habla a Aharón, y dile: haz de modo que las siete lámparas alumbren hacia la lámpara central del candelabro. Y Aharón lo hizo así; encendió las lámparas de modo que alumbrasen hacia la lámpara central del candelabro, tal como ordenó el Eterno a Moshé” Bemidbar 8:1-3
Aparentemente este comienzo no tiene nada de especial. Dios le ordena a Moshé que le hable a Aharón, su hermano, el Sumo sacerdote y le diga que cuando encienda las luces de la Menorá, las lámparas deberán mirar hacia la que está en el centro del candelabro. Y así cumplió Aharón lo que Dios le indicó a Moshé que le pidiera.
Algunos de nuestros jajamim se preguntan acerca del motivo por el cual Aharón debe ser quien encienda la luz de la Menorá – tarea aparentemente poco distinguida y delegable a otra persona de su misma tribu. Muchos tratan de explicarlo diciendo que la única tribu que no ofreció sus ofrendas en la inauguración del Mishkán – texto estudiado la semana pasada – fue la tribu de Leví, y que Aharón estaba compungido por ello. Por esta causa Dios comanda que sea él mismo el que encienda la Menorá.
No llama la atención el hecho de que sea Aharón el que la encienda sino una afirmación que aparentemente es innecesaria: “Y Aharón lo hizo así… tal como ordenó el Eterno a Moshé.” ¿Acaso Aharón no cumplía al pie de la letra lo que Dios o Moshé le indicaban? ¿Qué es lo novedoso para remarcar acá que Aharón lo hizo tal como le fuera ordenado? Aharón trabajaba de obedecer las órdenes que recibía de Dios y de Moshé, porque era el responsable de poner en marcha el funcionamiento de la Tienda de Reunión, el Santuario, el Tabernáculo, la misma morada de Dios. Cumpla con lo que debía hacer. Entonces, ¿qué agrega esta manera de hablar del cumplimiento de Aharón?
Rashi nos contesta que está escrito que Aharón lo hizo así, para loar a Aharón, porque Aharón, durante todos los años del desierto asumió el encendido y la permanencia de las luces de la Menorá. Y en todos estos años, no modificó nada. Hizo tal cual Dios le indicara por boca de Moshé desde el primer día hasta el último.
Por su parte el jajam Sfat Emet (Yehudah Aryeh Leib Alter (Polonia, 1847–1905) agrega en su interpretación que esto indica que el entusiasmo de Aharón no decayó jamás durante los años que estuvo a cargo de las luces del candelabro. Nunca disminuyó la emoción. Era fresca y vigorizante como el primer día.
En primera lectura apresurada, buscando algún concepto que deslumbre, parecía que el comentario de Sfat Emet no aportaba demasiado. ¿Puede haber entusiasmo en una tarea tan poco destacable como prender fuego y luego, limpiar el hollín, recargar de aceite, agregar mechas? Podría haberlo sido el primer día, apenas culminaron las ofrendas del día inaugural, pero ¿entusiasmo continuado?
La etimología de la palabra entusiasmo procede del griego “enthousiasmós”, que significa ‘rapto divino’ o ‘posesión divina’, formado sobre la preposición “en” y el sustantivo “theós” ‘Dios’. La palabra entusiasmo “tiene a Dios” dentro de ella. Y hace que nuestra vida cotidiana pueda ser concebida con cierta conciencia divina, con asombro y reverencia.
No se trata de buscar exaltación casi ficticia de los sucesos de la vida, sino de una lección para nuestro vivir cotidiano. A veces nos aburrimos rápidamente por aquello que es parte de una rutina repetitiva. Y no sólo en el trabajo. Levantar a los chicos todos los días a la mañana, es como estar a cargo del encendido de la Menorá. Y podríamos hacer una lista de acciones- casi la mayoría- de las cuales nos quejamos, y no nos dan brillo frente a los demás, nos provocan aburrimiento, y hacemos con desgana: el cuidado de nuestro cuerpo, la protección de la familia, el resguardo de nuestras parejas, la atención a nuestros viejos, nuestras obligaciones como ciudadanos de esta sociedad, como responsables en nuestros trabajos… nadie nos va a aplaudir cuando preparemos una cena o acompañemos a un hijo a sus partidos de fútbol. Es cotidiano. Es rutina, como si lo cotidiano no fuera la vida misma.
Es allí, mucho más que en una sinagoga o en un evento esporádico de alto impacto, donde tenemos que tener conciencia de lo divino que hay en nosotros y en la tarea a la que nos encomendamos. No importa la opinión de los demás. Cada pequeño gesto puede ser el que deje nuestra huella en la historia.
Entusiasmo es no renunciar a la oportunidad de traer un poco de cielo a la tierra en la vida de todos los días. Es no negarnos la esperanza. Es aprender a valorar lo que hacemos y lo que somos y tomar conciencia de ello.
Aharón encendió la luz, con entusiasmo. El entusiasmo enciende luz allí donde actuamos con esa energía. Hay sinónimos de la palabra entusiasmo que la desvirtúan: frenesí, enardecimiento, locura, apoteosis. No, los entusiastas no estamos locos. Estamos convencidos que cada paso es una oportunidad sagrada en este mundo. Y no deberíamos desaprovecharla.