Estoy escribiendo este texto el 18 de julio de 2024; rodeada de homenajes, discursos, semblanzas, recuerdos, actos, promesas, dolor y silencios como hace ya 30 años.
Y al mismo tiempo estoy escribiendo esta reflexión leyendo la historia de Balák, el rey de Moav, quien contrata a Bil’am, un profeta/brujo para maldecir al pueblo de Israel y quebrarlo en su caminata hacia la tierra de su promesa.
No entraremos hoy en la saga de este personaje y su burra; una fábula a modo de las que escribía Esopo, con animales que hablan y dejan grandes moralejas.
No.
Hoy quiero entrar en la cabeza de un líder como Balak, que paga lo que sea con tal de ver derrotado al pueblo de Israel.
En medio del dolor inconmensurable que nos habita a los que vivimos en la Argentina, por la tragedia y por la impunidad que se burla año tras años de las víctimas, de sus familias y de todo el pueblo argentino; tengo que comentar un pasaje que habla de un poderoso que nos quiere hacer desaparecer de la faz de la tierra y contrata a quien nos maldiga. Uno, de tantos…
“Ven pues, ahora, te ruego, y maldíceme a este pueblo, porque es más fuerte que yo; quizá yo pueda herirlo y echarlo de la tierra; porque yo sé que al que tú bendigas quedará bendito, y al que tú maldigas quedará maldito.” (Bemidbar- Numeros 22:6).
Así le pide el rey al brujo que haga su tarea.
“Maldíceme”, a este pueblo.
Su deseo es echarlo de la tierra. Herirlo. Diezmarlo. Pero no basta.
El odio siempre pide más y más y más… Somos testigos de ello en estos tiempos de horror, como lo fuimos en 1994 con la voladura de la AMIA.
Pero acá hay algo muy interesante.
Bil’am tiene el poder de bendecir y de maldecir. El que reciba bendición quedará bendito y el que reciba maldición quedará maldito.
Pues bien, la pregunta que me hago es: Si Balák, el rey poderoso tenía la posibilidad de recibir la protección de Bil’am a través de la potencia de sus bendiciones; ¿por qué no pide bendiciones para él que lo sostengan, lo hagan ganar la contienda, lo alejen del peligro? ¿Por qué, en cambio, elige el daño contra quienes él considera un peligro, una amenaza?
“Ay, esos otros sentimientos, debiluchos y torpes. – diría la poeta polaca Wyszlawa Symborska en su poema ‘El odio’:
¿Desde cuándo la hermandad
puede contar con multitudes?
¿Alguna vez la compasión
llegó primero a la meta?
¿Cuántos seguidores arrastra tras de sí la incertidumbre?
Arrastra solo el odio, que sabe lo suyo.”
Desde entonces y hasta hoy, pareciera que el impulso de ver derrotado a quien hemos signado como nuestro enemigo le gana a la posibilidad de estar plenos, serenos. La maldición atrapa, convoca y convence.
Balák no quiere estar bien ni él ni su gente. Sino que quiere ver que el otro esté destrozado.
En su obre “El Congreso», el escritor argentino Jorge Luis Borges reflexiona sobre el odio diciendo que «el odio es una especie de muerte, porque implica una exclusión radical y absoluta del otro».
Y me atrevo a agregarle al gran Borges; también se muere aquél que es habitado por el odio y su pulsión de muerte.
Y lamentablemente seguimos desde entonces viviendo un relato en el que la voracidad del odio se impone sobre la posibilidad de una humanidad con lugar para todos; de espacios de conversación y acuerdos, de una educación en pos de la bendición de cada uno.
Cuando las ganas de ver caído a otro, es más fuerte que la voluntad de querer estar de pie, nada bueno puede esperarse.
Seguiremos escribiendo, hablando y enseñando para que las maldiciones dejen de ser una opción para dirimir un conflicto. Para que podamos vivir en libertad nuestras identidades sin temor a que ningún brujo, ningún burro, ningún poderoso con intereses espurios, ningún terrorismo nos maldiga para que desaparezcamos de la faz de la tierra, para que no nos vuelen nuestras casas comunitarias, para que todos los pueblos puedan caminar en paz hacia sus promesas sin miedo. Sin maldiciones. Sin temor. Sin bombas. Sin impunidad. Sin tristeza.
Que la memoria del odio haga aún más fuerte nuestra lucha por el amor, el entendimiento y la paz.
Rabina Silvina Chemen