Lamentable vigencia de una vieja fractura moral de la civilización occidental
Hasta 1879, el odio hacia los judíos no tenía siquiera un nombre especial. Ese año un tal Wilhelm Marr acuñó el término «antisemitismo» a fin de quitarle al fenómeno de toda connotación religiosa. El panfleto escrito por Marr que se llamaba «La victoria del judaísmo sobre el germanismo considerada desde un punto de vista no-religioso», proponía hostilizar a los judíos mas allá de sus inclinaciones religiosas.
Pero el vocablo que Marr eligió tiene varios defectos:
1. Los judíos no son una raza y por tanto hay muchos judíos que no son «semitas». Suponer que, por ejemplo, un judío caucásico y dolicocefálo de Holanda y uno negro de Etiopía pertenecen a la misma «raza semita» que un judío árabe de Marruecos, es a todas luces absurdo.
2. En segundo lugar, y más importante aún, personas contra los semitas, no sólo que no hay, sino que nunca hubo. Jamás se crearon partidos, publicaciones, o ideas que combatieran a los «semitas».
3. Es más, la voz se presta a juegos de palabras. En cierta oportunidad el excanciller egipcio Amer Musa respondió a una acusación preguntando: «¿Como vamos a ser antisemitas, si nosotros somos semitas?»
Lo lamentable es que el término acuñado por un judeófobo como Marr se difundió por doquier, aun cuando tres años después, en 1882, un prestigioso pensador judío, León Pinsker, sugirió la más apropiada palabra, «judeofobia», para caracterizar el encono hacia los judíos. Judeofobia es más precisa porque en el prefijo señala el verdadero destinatario de esta aversión, el judío, y en el sufijo alude a su carácter irracional.
La judeofobia no es una forma de la xenofobia, puesto que los judíos no son extranjeros de los países en los que viven. Y como tampoco son una raza, la judeofobia no es una especie del racismo. Es un fenómeno muy singular, y como tal debe estudiarse.
Hay motivos históricos, semánticos y lógicos que hacen más apropiado el uso del término «judeofobia» en lugar del usual «antisemitismo». Pero todavía hay un argumento más: El prefijo «anti» combinado con el sufijo «ismo» sugiere una opinión que viene a oponerse a otra opinión, como en antifascismo, anticomunismo o antiliberalismo.
Es cierto que en psicología «fobia» también responde a su origen griego, «miedo». Y se habla de agorafobia (miedo a los espacios abiertos), nictofobia (a la noche) o claustrofobia (a los lugares cerrados). Pero en ciencias sociales tiene un significado más cercano al odio como en «xenofobia» (odio a los extranjeros).
Pero la judeofobia NO es una idea, ni siquiera una opinión. Simplemente es odio, rencor o fobia, o sea un sentimiento irracional y subjetivo.
Jean-Paul Sartre, en su famoso libro sobre el tema, sugiere que “No le permitamos al judeófobo disfrazar su odio de «opinión». En la medida en que usemos «antisemitismo», los judeófobos podrán adornar a sus rencores con una aureola de criterio razonado, lo que impide entender el fenómeno de la judeofobia con la claridad necesaria.
Variantes de la judeofobia contemporánea según la ideología
La judeofobia contemporánea proviene, básicamente, de tres fuentes:
– Judeofobia de derecha (neonazismo),
– Judeofobia de izquierda o «progresista» (antisionismo globalofóbico) y la
– Judeofobia islámica: una mezcla de todas las formas de judeofobia.
De estas tres formas la primera, la neonazi, es la más cavernaria, la tercera, la islámica, es la más agresiva y peligrosa, pero la más extendida por el mundo es la segunda, la judeofobia de izquierda o «progresista». Esta ha llegado a influenciar a grandes sectores de la opinión pública internacional y del periodismo occidental, y hasta ha impactado en la ONU. La judeofobia progresista es la que impide la reacción de condena tajante a todas las formas de judeofobia, una condena sin atenuantes que la civilización occidental debería tener, para ser coherente con sus principios esenciales de libertad, de democracia y de tolerancia política y religiosa.
Una particularidad del antisemitismo actual es que podemos apreciar la generalización de los mismos argumentos descalificadores que, según el ángulo ideológico, asumirá distintos argumentos, pero con un eje único. Un ejemplo de esto es el surgimiento desde el antisemitismo de derecha de un movimiento pseudo-historiográfico con pretensiones de seriedad, autodenominado “revisionismo histórico” pero mejor conocido como el negacionismo histórico, por sus posturas antifácticas de negación del Holocausto judío.
Autor: Ricardo Ayestarán