El último Shabat del año se acerca

La penitencia y el arrepentimiento dependen de nuestra relación con nosotros mismos. La oración es parte del diálogo que intentamos con el Eterno. La beneficencia determina nuestra relación con el otro.
Ya aprendimos a rectificar nuestra conducta, y lo intentamos cada vez más. Entendemos la necesidad de ayudar al necesitado y muchas veces logramos rescatar a personas que se encontraban en difícil situación y gracias a ello pudieron rehabilitarse.

Orando
Pero, para muchos la oración se ha vuelto difícil. Se nos complica conectarnos con el servicio de la sinagoga o con nuestras propias oraciones. Hemos perdido algo del fervor, del entusiasmo, de la intención, del fuego interno y de la pasión. Las oraciones nos resultan largas y complicadas. No nos hablan y cuando no las oímos como propias, es casi imposible saber que estamos ante la Presencia divina y que buscamos el diálogo con el Eterno. Nuestros labios no siempre se unen a nuestro sentimiento.

Desembargar nuestros bocas para que puedan expresarse, es una de las introducciones a la oración.
No en vano se redactó y se sigue diciendo. Cuando conversamos con D-os en la oración, entramos en una relación con la fuerza que mueve el universo, con la voz que habló a nuestros antepasados, la misma que dio forma a nuestra historia como pueblo. Lleva consigo la presencia que nos da fuerza en nuestras esperanzas y miedos, el coraje de soñar y la fuerza para seguir adelante.

La plegaria es nuestra manera de dar gracias por lo bueno en nuestras vidas y de incorporar la ayuda de D-os cuando nos enfrentamos con las menos agradables. Es nuestra memoria de todo el universo que está más allá del yo y de los ideales y aspiraciones de nuestro pueblo.

Cuando rezamos regresamos a las palabras de nuestros antepasados, uniéndose a la gran sinfonía coral del pueblo judío a lo largo de los siglos y los continentes. La plegaria nos permite percibir claramente que “aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno porque Tú estarás conmigo”.
Si deseamos que nuestras oraciones sean contestadas, y sean positivas para cada uno, las familias, y el pueblo judío, y se traduzcan en un nuevo año dulce y bueno, deberemos esforzarnos para depositar en ella nuestro corazón y alma. Sentir que estamos conversando con D-os.
Una relación sin palabras, es casi imposible.

Recordemos que D-os no necesita de nuestras palabras, pero que sin ellas nosotros no podremos comunicarnos ni con el otro ni con Él.

Parafraseando el conocido relato atribuido al Baal Shem Tov, cuando todas las llaves para abrir los portones del Soberano no se encuentran a mano, y las ganzúas fallan, sólo queda tomar el hacha y partir a golpes el pesado portón para ingresar a través de él nuestros pedidos y agradecimientos. El hacha que tenemos es la palabra, y a ella deberemos recurrir una vez más para ingresar al Palacio.

Iom Kipur nos convoca a intentar redescubrir que todavía podemos usar las palabras y darles sentido. Con ellas nos transformaremos y contribuiremos a optimizar nuestra suerte y la del Universo. Con ellas lograremos ser confirmados en un año de bien, de vida, y de esperanza.

Rabino Yerhamiel Barylka