“¿Qué es peor: morir gaseado en Auschwitz o de hambre en Transnistria?“. Es una pregunta para la que puede no haber respuesta. Tampoco Mijail la da: “Uno fue un genocidio de proporciones industriales; el otro, un salvaje Holocausto”.
Él no es ni historiador ni taxista, sino ingeniero. Sin embargo, me asiste como chofer a través de Chernivtsi, una ciudad ucraniana de 240.000 habitantes junto a la frontera rumana, en una zona llamada Bukowina.
Mijail y yo hablamos sobre el Holocausto que alcanzó a esta pintoresca localidad dos semanas después de la invasión alemana a la Unión Soviética, iniciada el 22 de junio de 1941.
Lo que hacía especial al lugar es que la comunidad judía era mayoritaria dentro de su gran colorido cultural, religioso y lingüístico. El propio Mijail es judío, pero su familia no llegó aquí hasta después de la guerra , como la mayoría de los 3.000 judíos que actualmente viven en la ciudad.
Mijail me deja en el Museo Judío, donde me reúno con Josef Bursug, nacido en 1931. Él sobrevivió a lo que mi amable conductor llamaba “salvaje Holocausto”. “Mi familia tuvo suerte de no ser asesinada durante los primeros días, de que no nos atraparan en el gueto y de que no nos capturaran en las redadas”. Bursug tenía diez años cuando las tropas alemanas y rumanas ocuparon su tierra natal.
El Holocausto de Transnistria
Rumanía era en esos momentos un régimen fascista bajo el liderazgo del general Antonescu. Para que apoyara su campaña contra la Unión Soviética, Hitler le cedió una extension de tierra entre el río Dniester y el Bug. En septiembre de 1941 los rumanos empezaron a deportar judíos a su nuevo territorio, al que bautizaron como ‘Transnistria’: literalmente, “más allá del Nistru [‘Dnjestr’ en rumano]”.
“De todas las ciudades de la zona, sin excepción, enviaron allí gente a pie. ¿Cuántos murieron ahogados en el Dniester, cuántos fusilados en las marchas de la muerte, cuántos no llegaron a Transnistria y cuántos murieron allí? Es algo que no saben exactamente ni siquiera los historiadores, pero serían unas 410.000 víctimas”.
Solo de las inmediaciones de Chernivtsi, que había sido un paraíso para los judíos desde el siglo XIX, los rumanos enviaron a cien mil de ellos a Transnistria, me dice Josef Bursug. Él ha ayudado a recopilar los testimonies de los supervivientes para que no se pierdan.
El sufrimiento, de primera mano
Los supervivientes de Auschwitz o Dachau han descrito en sus memorias, de forma retrospectiva, hasta dónde llegaba el sufrimiento en los campos de concentración. Pero sobre lo que estaba ocurriendo en los campos de Transnistria tenemos testimonios de primera mano que describen el sufrimiento en presente, mientras estaba pasando.
En los archivos de la ciudad de Chernivtsi, el historiador Serhiy Osatschuk hizo un sensacional descubrimiento: 213 cartas escritas en las postrimerías de 1941 por los prisioneros de Transnistria. Desesperados gritos de auxilio llevados de contrabando, capturados por las autoridades rumanas, archivados… y olvidados. Las cartas han sido ahora publicadas por el historiador Benjamin Grilj con el título “Leche negra”.
“Sabíamos lo que estaba pasando en Transnistria, familiars de Bessarabia estaban allí. Nos llegaban cartas, no por correo, por supuesto. Recuerdo a un oficial alemán que nos las traía a casa a cambio de dinero”, dice Bursug, que me ofrece más papeles y documentos.
“Sacudidos por las noticias que llegaban de los campamentos de Transnistria, nos esperábamos lo peor. El 11 de octubre de 1941 se dio la orden de que todos los judíos de la ciudad fueran confinados en su barrio más pobre, donde vivían unas cinco mil personas, en 24 horas. Quienes no encontraron un techo para cobijarse, tuvieron que dormir bajo las estrellas”.
Un papel decide sobre la vida y la muerte
Pero el gueto era solo un punto de recolección: solo dos días después comenzaron las deportaciones. “Cada día se llevaba gente del gueto a la estación, se les metía en trenes y se les enviaba a Transnistria”, recuerda Josef Bursug.
La decision la tenía el gobernador de Chernivtsi, el general Calotescu, que se puso en contacto con el alcalde de la ciudad, el abogado Trajano Popovic. “Él sostuvo que si todos los judíos eran enviados lejos, no quedarían ni zapateros, ni sastres ni fontaneros”. Por eso se decidió dejar como reserva a 15.000 de los 50.000 judíos que quedaban”, aclara Bursug.
Con la debacle sufrida por la Wehrmacht en Stalingrado en 1942-1943, se aflojó el cerco contra los judíos. Dejó de haber deportaciones y la persecución y el acoso se calmaron. En marzo de 1944, el ejército soviético conquistó Transnistria, llegando al final del mes a Bukowina.
“De 150.000 judíos que había en la ciudad y sus alrededores, se les permitió quedarse a 15.000 personas. De Transnistria volvieron 10.000 personas. Por lo tanto, murieron unas 120.000”, calcula Josef Bursug. Aunque el número exacto, por supuesto, nadie lo sabe.
Autor Birgit Görtz (lgc)