El eslabón encontrado (volver a la raíz)

Nuestros abuelos bajaron del barco con los bolsillos vacíos y las maletas repletas, un diccionario implacable y los recuerdos del resplandor de la casa europea. Los afortunados, los que lograron saltar el mar del abismo para empezar desde cero, no tuvieron más opción, desde ese mismo amanecer, que trabajar para sustentar al cuerpo.

Sus hijos, que hablaron dos idiomas y se sentaron a estudiar en la mesa de la cocina mientras la madre lavaba los platos, se recibieron de ingenieros o de abogados, y le pudieron ganar la batalla al intelecto.

Eslabón
Y nosotros, los hijos de los hijos, gracias al estómago lleno y a la cabeza atiborrada, tenemos la fuerza de reabrir la puerta espiritual, esa que se entrecerró cuando se construyeron sinagogas y no casas de estudio, provocando que se olvide el sentido y el gusto de la religión (excepto el del guefilte fish de la abuela).

Las mitzvot tienen la función de conectarnos con el origen. Son una cadena que nos enlaza con el punto original. La mitzvá de kibud orim (honrar a nuestros padres), nos conecta con nuestro origen más inmediato. Y protege ese eslabón con uñas y dientes. Sean quienes sean, nuestros padres merecen ser honrados, no por lo que nos dan o nos darán, sino por lo que ya nos han dado.

Es como no reconocer que la flor se debe al esfuerzo de la raíz, al del tallo, al de las hojas. Es como creer que nos hicimos a nosotros mismos, como creer que de alguna manera nos hubiésemos arreglado para existir, más allá de nuestros padres.

Nuestro concepto de libertad nos incita a romper esa cadena, pero no nos damos cuenta de que en este caso, liberarnos significa encadenarnos.

Autora: Judy Lerner