“Mishenijnas adar marbim besimjá”- desde que empieza el mes de Adar debemos aumentar la alegría. ¡Cuántas veces comenté esta frase alentando el poner luz a los momentos de alegría, a aumentar la capacidad de disfrutar lo que tenemos, a ver los aspectos más luminosos, a llenarnos la boca de palabras de aliento y belleza!
¡Cuántas veces recité el poema de Mario Benedetti: Defensa de la alegría:
Defender la alegría como una trinchera
Defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas…
Y otro adar más, otro mes más en el que no le encuentro sentido a esta prescripción de nuestra tradición. Como si nos hubieran robado el derecho a la alegría porque es tanto lo que nuestros ojos ven y leen, lo que nuestros oídos oyen, lo que nuestros cuerpos duelen, y nuestras almas sollozan que me pregunto si tendremos derecho a la alegría.
Me viene a la mente una sabia, sobreviviente de la Shoah, Tauba Cymrot, que daba testimonio ante cientos de jóvenes y terminaba sus palabras diciendo: -cuando los veo a Uds. tan jóvenes, tan llenos de vida, tan comprometidos con lo que me pasó y tan interesados por que esto no vuelva a ocurrir, miro al cielo y digo (haciendo un gesto de revancha con su brazo): – ¡Tomá Hitler! (¡no pronunciaba la hache fuerte así que se escuchaba “itler”!) ¡No nos venciste! ¡Estamos acá!
Y quizás, en medio de la tormenta de virulencias y odios, de imágenes que nos quiebran todos los límites de lo tolerable, la mejor resistencia sea defendernos de los ladrones de la alegría, la esperanza, el optimismo y la garra por seguir vivos. Sin perder nuestra humanidad. Sin regalar nuestros ideales. Sin transformarnos en monstruos como todos aquellos que han experimentado una metamorfosis de la cual es casi imposible volver. Porque del odio no se vuelve. De la pulsión a la destrucción del otro, no se vuelve. Y nosotros no queremos y no debemos estar allí.
Y vengo a esta parashá, en la que Dios indica las vestimentas de los sacerdotes. Con un detalle minucioso que ha llevado a lo largo de generaciones a interpretar cada una de las prendas como un mensaje.
La rabina y escritora Ilene Schneider analiza de este modo las vestimentas del Kohen:
«… entre las prendas que vestía el Kohen Gadol (Sumo Sacerdote) había una túnica que simbolizaba la expiación por los pecados que implicaban hablar mal de los demás. Su color (azul cielo) era un recordatorio de que nuestras palabras se elevan al Cielo y, por lo tanto, debemos tener cuidado con lo que decimos. El escote de la túnica era ajustado, pero nunca estaba roto, lo que nos recordaba que debemos apretar la boca cuando nos sentimos inclinados a decir palabras despectivas sobre los demás.
El abrigo también tenía cascabeles de oro que hacían ruido y cascabeles de tela que eran silenciosos, colgando de la parte inferior, indicando que hay momentos en los que debemos hablar y momentos en los que debemos permanecer en silencio.”
Hay muchas y variadas interpretaciones de cada prenda. De hecho, en la Torá no se menciona ninguna explicación. Me quedo hoy con éstas.
Una túnica que representaría el pecado de hablar mal de los demás. Hoy ese flagelo tiene otros nombres: la falsa noticia, la incitación a la violencia, la apología del delito, la brutalidad de un lenguaje que no permite ningún tipo de mediación. Hoy la palabra está profanada. Nos tenemos que volver a vestir de palabras que reivindiquen nuestras dignidades. Y esto no significa sumisión ni rendición. Significa resistencia. Nos vestiremos de palabras que busquen interlocutores para construir nuevamente este mundo roto. Lo haremos porque somos fuertes. Lo haremos porque el azul de la túnica del sacerdote nos recuerda que nuestras vidas tienen un propósito trascendente. Van más allá de saciar la sed de venganza, van más allá de ganar hoy una contienda desigual y deshonesta. Una trascendencia que por encima nuestro está en el cielo, pero que fundamentalmente está en quienes hoy están mirando cómo actuamos.
La Torá misma nos lo dice:
“Las vestiduras sagradas de Aharón pasarán a sus hijos después de él, para que sean ungidos y ordenados con ellas. El que de entre sus hijos llegue a ser sacerdote en su lugar, y entre en la Tienda de reunión para oficiar en el santuario, las usará siete días.” Shemot- Éxodo 29:29-30
Las vestimentas pasan a los hijos. Nuestros modos de accionar y reaccionar, nuestros estandartes y valores son los atuendos que legaremos a nuestros hijos. El bagaje simbólico y profundo que les permitirá afrontar momentos de tinieblas- ojalá que no más- con el alma limpia y la frente en alto.
Y como el sacerdote, nuestras vestimentas simbólicas tendrán cascabeles en sus bordes. Porque aún sin entran en su juego, haremos ruido. Dejaremos sentada nuestra presencia. Y ¿por qué no? También haremos música. Porque no vamos a dejar de cantar, ni de sonar con la armoniosa melodía de nuestra existencia que no se corrompe, que no entra en el juego del delirio que invita siempre al delito. Y también elegiremos cuándo quedarnos en silencio. Cuándo llorar nuestro dolor. Cuándo acompañar con palabra, con abrazo, con plegaria, con melodía, con el alma aún cuando no compartamos espacios.
“Mishenijnas adar marbim besimjá”- Nos vamos a volver a vestir de alegría. Y como el Mishkán en el desierto, recuperaremos nuestros santuarios. Y como pueblo atravesaremos el desierto con todas sus amenazas y alimañas.
Ésta es la única parashá que no nombra a Moshé y esto tiene muchas interpretaciones. Hoy elijo entender que no se lo nombra porque no dependeremos de un líder carismático para salir de este exilio al que estamos confinados. Exilio de la calma, de la esperanza, del respeto por el derecho de cada uno a ser y estar donde le place y le corresponde. Hoy somos todos los que tenemos que ponernos los ropajes que nos rescaten de esta locura. Y defender la alegría a la que volveremos, quizás no en adar, ni en nisán, pero volveremos, volverán todos y volveremos, porque habremos decidido no vulnerar nuestra esencia ni profanar nuestros santuarios.
Defenderemos la alegría como una trinchera, nuestra mejor trinchera. Allí somos invencibles.
Rabina Silvina Chemen
