PARASHAT SHEMOT 2024: ¿Quién nos salvará?

“Un hombre de la familia de Leví se casó con la hija de un levita. La mujer concibió y dio a luz un hijo; y viendo que era muy hermoso, lo mantuvo escondido durante tres meses. Cuando ya no pudo ocultarlo más tiempo, tomó una cesta de papiro y la impermeabilizó con betún y pez. Después puso en ella al niño y la dejó entre los juncos, a orillas del Nilo. Pero la hermana del niño se quedó a una cierta distancia, para ver qué le sucedería. La hija del Faraón bajó al Nilo para bañarse, mientras sus doncellas se paseaban por la ribera. Al ver la cesta en medio de los juncos, mandó a su esclava que fuera a recogerla. La abrió, y vio al niño que estaba llorando; y llena de compasión, exclamó: «Seguramente es un niño de los hebreos». Entonces la hermana del niño dijo a la hija del Faraón: «¿Quieres que vaya a buscarte entre las hebreas una nodriza para que te lo críe?». “Sí», le respondió la hija del Faraón. La jovencita fue a llamar a la madre del niño, y la hija del Faraón le dijo: «Llévate a este niño y críamelo; yo te lo voy a retribuir». La mujer lo tomó consigo y lo crio; y cuando el niño creció, lo entregó a la hija del Faraón, que lo trató como a un hijo y le puso el nombre de Moshé, diciendo: «Porque de las aguas lo he tomado -meshitíhu-” (De ahí viene el nombre Moshé). Shemot- Éxodo 2:1-10

Ésta es la narrativa del nacimiento de quien fue el salvador del pueblo hebreo en Egipto. Un texto lleno de matices e indicios que nos permiten – si nos permitimos- volver a creer que algún tiempo de salvación es posible.

Vayamos por partes.

En primer lugar, no tenemos los nombres de los padres de Moshé. Algunos dirán que el personaje central de la saga es él y no sus progenitores.

Encontré una explicación que me dejó pensado:

“Y fue un hombre de la casa de Leví y tomó por esposa a una hija de Leví… La razón por la que la Torá no menciona ni su nombre ni el de ella es para enseñarnos que cada hogar judío tiene el potencial de darnos nacimiento del redentor de Israel.”  Abraham ben Shmuel Zakuto (s. XVI) en Sefer Iujasín- el Libro de las Genealogías, donde expone la historia judía desde el principio del mundo hasta su época.

En medio de liderazgos que nos dejan atónitos, de políticas que diezman sociedades, de odios que se naturalizan y violencias que escalan hacia las peores bestialidades humanas, un pequeño atisbo de luz aparece en esta afirmación. Quizás la salvación venga de la mano de personas anónimas que han parido y educado hijos que se jueguen verdaderamente por la justicia y la paz, que se conmuevan con el dolor que quizás ellos no experimentan, que eleven una voz de cordura que frene la locura. Moshé es hijo de cualquiera, y entiéndase por cualquiera la posibilidad de todos; sin estirpe ni linaje, sin una formación particular. Cualquiera, o sea, todos, podemos hacer algo para salvar este mundo roto, desde su propio espacio. El día que sintamos que nuestras fuerzas no sirven y que nuestras capacidades están agotadas, habremos dejado definitivamente que el que mal se cierna sobre nuestro cielo hasta dejarnos en la oscuridad total.

Y de los “cualquiera” pasemos al poder.

Allí también hay un mensaje en esta narrativa del nacimiento del salvador.

La hija del Faraón, sin ninguna obligación de mostrarse compasiva con un bebé hebreo navegando a la deriva en una improvisada canasta, deja de lado los discursos del imperio, las banalidades de su vida aristocrática y asume una responsabilidad; rebelarse al mandato paterno de matar todo recién nacido hebreo y lo prohíja. Este gesto de inmensa humanidad tuvo en la tradición interpretativa un lugar de suma importancia. Leamos:

(Aclaración antes de compartir el midrash: En el último libro del Tanaj-la Biblia hebrea, aparece que la hija del Faraón se llamaba Bitia, que es la conjunción de dos palabras: Bat- hija y Ia- uno de los nombres de Dios; o sea, “hija de Dios”.)

“Estos son los hijos de Bitia, hija de Faraón”, (Divrei Haiamim I- I Crónicas 4:18):  El rabino Yehoshua D’Sakhnin en nombre del rabino Levi enseña: El Santo Bendito le dijo: ‘Moshé no era tu hijo, y sin embargo lo llamaste tu hijo. Así también tú no eres mi hija, pero te llamaré hija mía, como está escrito: Estos son los hijos de Bitia, Bat -Ia (hija de Dios).” Vaikrá Rabá–Levítico Rabá 1:3.

Una manera de iniciar un proceso de sanación entre tanto dolor es reconocer en el otro, un hijo, aún cuando no lo es, aún cuando represente algo con lo que no me identifico. Trascender aquello que nos separa. Dejar aflorar la pulsión del cuidado, de la protección, de la responsabilidad por el otro.

Una última reflexión:

“…la hija del Faraón, que lo trató como a un hijo y le puso el nombre de Moshé, diciendo: «Porque de las aguas lo he tomado.”

El rabino Ovadia Sforno (s.VI-XVI) lo explica de este modo:

“la razón por la que lo llamé así es para que él, a su vez, rescatará a otros de sus problemas, así como yo lo saqué del agua (en la cual se habría ahogado). …Moshé fue salvado sólo para que en su vida se convirtiera en instrumento de salvación de otros.”

Y así fue. Ese niño protegido por sus padres y hermana, adoptado por la hija del Faraón, no delatado por las parteras al nacer; esa persona que fue salvada aprendió a salvar; comprendió el valor de involucrarse con la necesidad de otros, porque su humanidad fue concebida de ese modo. Toda su vida giró en torno a su nombre: quien fue rescatado ahora tiene la misión de rescatar.

Trato de hacer este ejercicio en mi corazón; como dice el salmista: “Elevo mis ojos hacia las montañas, ¿de dónde vendrá mi ayuda?” (Tehilím – Salmos – 121) y me pregunto: ¿Dónde buscamos lo que necesitamos para salvarnos? Ya no buscamos el consuelo después de la devastación del 7 de octubre en Israel. Ya no. Necesitamos encontrar caminos de salvación. Estamos en una urgencia extrema. Y nada pareciera arrojar luz porque las puertas parecen todas cerradas. Y las esperanzas se diluyen. Ni las canciones, las manifestaciones, las conferencias en el extranjero, las entrevistas desgarradoras, los posts en las redes sociales: nada parece mover el amperímetro para empezar a creer que algo bueno puede pasar en medio de tanto ensañamiento. Ya son casi 3 meses que los secuestrados que aun sobreviven están allá en ese infierno. Y nuestros soldados en el frente. Y todo parece haberse paralizado en aquel fatídico Simjat Torá.

En medio de la opresión el pueblo clamó y Dios escuchó. Y le mandó a quien ni siquiera sabía que tenía dones para hacerlo. Quizás la ayuda venga de la gente que, como Moshé, decida aceptar esa misión; animarse a poner el cuerpo por aquellos que necesitan que alguien los salve. Y de gente como Bitia, que aun perteneciendo al bando del opresor se niega a ser uno de ellos y provoca el gesto más contundente de humanidad que devino en la recuperación de todo un pueblo y su libertad.

En esta parashá en la que nace Moshé y es nombrado así porque alguien decidió salvarlo del ahogo, recemos, roguemos, gritemos, pidamos que todos los que tienen que volver sean llamados así, Moshé, porque habrán sido rescatados de las aguas del ensañamiento y la violación de derechos. Que se llenen los ríos de personas como Bitia que se animen a proteger a quienes se les presentan delante en lugar de delatarlos y maltratarlos. Necesitamos creer que esta locura terminará cuando los nombres, los shemot -nombre que el libro que comenzamos a leer esta semana- que escuchemos no sean de muertos sino de liberados; no sea de perpetradores sino de protectores. No volverá nunca más un líder único y carismático como Moshé a salvarnos. Nos necesitamos a todos, juntos, unidos, para hacerle frente a la desidia de la política, a la manipulación de la opinión publica y a la inhumanidad que parece haberse puesto de moda.

¿De dónde vendrá mi ayuda?

Aún no lo sé. Pero no renunciaré a buscarla.

Silvina Chemen