Esta parashá llega con nuestro último aliento de haber recorrido las peripecias de un grupo de hermanos que no terminan de encontrarse. Y nos pasa con la lectura de la Torá como en nuestra vida; en algún lado recóndito de nuestro corazón, necesitamos encontrarnos con nuestros hermanos, aunque a veces nuestras argumentaciones racionales digan lo contrario.
Necesitamos que se devele el misterio.
Ya tiraron a Iosef al pozo. Ya lo vendieron. Ya le mintieron a su padre. Ya los encontró Iosef en Egipto, devastados por el hambre. Ya los angustió lo suficiente: los acusó de ladrones, los hizo traer a su hermano menor bajo amenaza.
Y una nueva trampa: Biniamín irá preso.
¿Hasta cuando Iosef se regocijará cobrándoles a sus hermanos por el daño que le propinaron?
En esta parashá la tensión se resolverá.
Y ¿cuál fue el punto de inflexión que torció la historia?
Que Iehudá se va a acercar a Iosef (Vaigash- se acercó es el significado del nombre de nuestra parashá), le va a pedir que libere al hermano menor y que lo tomé a él prisionero.
Pero lo más interesante es que Iehudá, por primera vez desde aquellos sueños de un Iosef joven, pretencioso e inexperto, pondrá palabras a lo que les pasó como familia.
Le contará del dolor infinito de este padre que perdió ya a un hijo y ahora está a punto de enterarse que el segundo hijo de su mujer amada, el único que le quedaba vivo, está preso en Egipto:
“Entonces tu siervo mi padre nos dijo: Vosotros sabéis que dos hijos me dio a luz mi mujer;
y el uno salió de mi presencia, y pienso de cierto que fue despedazado, y hasta ahora no lo he visto.
Y si tomáis también a éste de delante de mí, y le acontece algún desastre, haréis descender mis canas con dolor al Sheol.” Bereshit 44:27-29
Iehudá le confiesa al vicefaraón (todavía sin saber que es aquél hermano que además de la crueldad con la que fue tratado ha sido sepultado por el silencio de una historia y una presencia que jamás volvieron a nombrar) que su padre no resistirá una pérdida más.
Avivah Zornberg en su libro “The Murmuring Deep: Reflections on the Biblical Unconscious” escribe lo siguiente:
“Solo volviéndose hacia la propia herida, la herida de la realidad, solo desde dentro de esa herida, el evento puede ser accesible… Sin embargo, para que funcione el poder testimonial del lenguaje, se requiere un Otro que escuche. La historia de un trauma… solo puede tener lugar escuchando a otro».
Iehudá habla por primera vez. Abandona el pacto de silencio. Y sus palabras son testimonio. Y así, en una escena que imagino de mucha cercanía física, casi como hablándole al oído, Iosef escucha que su relato tiene palabra y registro en la conciencia de sus hermanos.
Continúa escribiendo Zornberg:
“Un largo silencio, el silencio de la supervivencia, se derrumba, y Iosef da su único testimonio del pasado: «Yo soy Iosef su hermano a quien vendisteis a Egipto». (45: 3) Éstas son las únicas palabras en las que Iosef da testimonio de ese día en el pozo.”
Aquella palabra exiliada, aquella historia silenciada comienza a sanarse cuando aparece el lenguaje. Iosef resume todo el dolor diciendo: Soy Iosef, su hermano a quien vendisteis a Egipto.
Y acá me quedo. Con el poder demoledor del silencio. En las familias, en los relatos de la historia, en los genocidios, en las víctimas que mueren dos veces cuando no les es permitido o no pueden hablar.
La historia de la Shoá fue otra para las víctimas y sus familias a partir de la posibilidad de hablar de lo que vivieron. Y así podemos recorrer otros genocidios, víctimas y familias con la misma herida, cuando las circunstancias los sumen en silencio y no le pueden decir a nadie: Yo soy… el/la que ….
Víctimas de violencias en sus hogares, violaciones de derechos que nadie escucha, relaciones autoritarias- domésticas e institucionales que amordazan- provocan dolores interminables que no se ahogan ni desaparecen cuando se elige el silencio.
El silencio no cura. No alivia. No borra.
“No es en el silencio que los hombres se hacen, más en la palabra, en el trabajo, en la acción-reflexión.” decía Paulo Freire.
La historia de los hermanos se repara cuando dejan de esconder la memoria de lo sucedido; la transforman en palabras y gestos de cercanía, para poder iniciar otro capítulo.
Así Iosef se abraza con sus hermanos y lloran un largo llanto contenido por años, por la mentira, por la cobardía, por la soberbia que nos les permitió resolver de otro modo sus diferencias.
El padre volverá a verlo.
Un nuevo capítulo de nuestra historia como pueblo comenzará a escribirse.
Y un nuevo mandamiento por generaciones: Nunca más el silencio.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen