Parashat Lej Lejá: La fe de los audaces
“La audacia de la fe es lo que nos redime. Tener fe es adelantarse a los nuestros pensamientos ordinarios, trascender motivaciones confusas… El mero conocimiento o creencia es demasiado débil para ser una cura frente la hostilidad del hombre hacia el hombre… La única salida es el sacrificio personal: abandonar, rechazar lo que parece querido e incluso plausible por el bien de la verdad mayor; hacer más de lo que uno se siente preparado para comprender el deseo Dios. Se requiere un gran avance, un salto de acción. Es la acción que purificará el corazón… la acción es la prueba, la prueba y el riesgo.” Abraham Joshua Heschel, The insecurity of freedomEsto escribía el maestro Abraham Joshua Heschel insuflando esperanza a una sociedad diezmada por el odio racial, allá por 1963. Superar el odio histórico hacia la población negra, en una nación como la norteamericana, que había categorizado clases privilegiadas y clases humanas disminuidas en derechos y posibilidades precisaba de líderes que, además de librar la batalla en el ámbito político, trabajajaran desde lo profundo qué le sucede a un grupo social cuando decide optar por la segregación, la humillación y el desprecio por cualquier vida en la condición que sea.
Inspirado también por la lucha de Martin Luther King, Heschel entendía que lo que estaba pasando era también producto de la falta de fe. Y no una fe ritualista, cultica, performativa… sino una condición humana fortalecida que los hiciera mirar desde otra perspectiva el desafío de estar vivos y de construir una comunidad de seres humanos.
La hostilidad del hombre hacia el hombre es un germen que se va enraizando con el correr del tiempo, de generación en generación, cuando un padre no puede dejar de clasificar a las personas como de mayor o menor rango frente a sus hijos, cuando un gobierno no trabaja para conseguir igualdad de oportunidades de sus ciudadanos, cuando un maestro determina quiénes son merecedores de su estima y quiénes no, porque nunca conseguirán ser lo que él quiere que sean.
Hostilidad que se naturaliza. Que adquiere diferentes modos: humillación, abandono, indiferencia, estigmatización o naturalización.
Y si bien toda esta reflexión sería posible de ser leída a lo largo de las hostilidades que conocimos y que se viven actualmente, éste hoy es el preámbulo a la revolución que ha ocurrido a partir de esta parashá: Lej Lejá. Una revolución en el pensamiento y en la huella que heredamos como pueblo desde que Abraham comenzó con su camino de fe.
Y qué interesante.
Abraham ante el descubrimiento de ser hablado por Dios;
no prende velas,
no se arrodilla para rezar.
no construye un santuario.
En principio comprende- creo yo- que las formas son eso; formas, que expresan una vivencia superadora de todo formato. La fe es esa fuerza interior que te hace caminar, empujar hacia adelante… es ese instante en el que te das cuenta de que, aunque estés acomodado en tu sitio, tienes que tomar tus cosas e irte… porque estar vivo y conectado con lo trascendente de la vida te pide que sigas explorando otras tierras.
No que te instales ni te apoltrones.
“La audacia de la fe es lo que nos redime”, nos enseña Heschel.
Aunque los siglos de masificación del discurso religioso hayan hecho creer muchas veces que la fe es para los sumisos; no es esta la fe que nos propone Abraham. Sólo los audaces, los valientes y arriesgados tienen la verdadera experiencia de la fe; cruzar el límite de la posibilidad y aventurarse al asombro.
Por eso Abraham es el primer hebreo- ivrí – en hebreo – porque cruzó ese límite, se atrevió a ir un poco más allá. A decir verdad, la Torá no cuenta si estaba a disgusto con su familia y su entorno en Jarán. Sin embargo, descubre esa fe que lo hace escuchar la invitación de salir a caminar. De animarse a los escollos, a las pruebas, porque la fe no te deja quieto ni resignado, sino, muy por el contrario, la fe inquieta, provoca, e inspira a encontrar más allá de lo que estamos acostumbrados.
La acción es la prueba.
Hermosa manera de comprender esta experiencia de fe.
Abraham tendrá que hacer a cada paso: Se preguntará si Dios es justo, si la vida de un hijo tiene valor, si el amor es una condición para la vida… Los días de Abraham transcurren turbulentamente desde que abandonó Jarán. Y quizás nosotros también nos estemos preguntando, en momentos de zozobra, de qué nos sirve ser creyentes…
Tal vez creímos que la fe era la que nos iba a allanar la vida de todas sus incomodidades. Sin embargo, la fe es esa experiencia que nos pone de pie, para bailar de alegría o para caminar en busca del consuelo.
La acción es la prueba. Y la inacción es el fracaso de la prueba.
El conformismo no es el lenguaje de la fe. Al menos ésta que estamos inaugurando hoy: la fe de Abraham, de nosotros, los hijos e hijas de Abraham.
Es la fe del que lucha.
Del que sale de su casa para actuar por el bien de otros.
La del que se pelea con el status quo si no lo conmueve.
La del que se asombra por la maravilla de estar vivo.
La del que se angustia cuando ve que otro baja los brazos.
La del que no deja de probar otra salida cuando fracasa.
La del que se pone de pie cuando se deja abrazar por otro.
Somos hijos de una fe que se mueve y que hace. Que incomoda y se incomoda, porque siempre va por más.
Mientras estemos vivos, la tierra de la promesa siempre estará un poco más allá, para que sigamos caminando hacia ella.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen