Parashat Behar: Lo divino, el trabajo y el monte
“El Eterno habló a Moshé en el monte Sinaí, diciendo: Habla a los Hijos de Israel y diles que cuando hayáis entrado en la tierra que Yo os daré, la tierra tendrá reposo para el Eterno. Seis años sembrarás tu tierra, seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos. Pero el séptimo año será para la tierra un completo descanso, shabat consagrado al Eterno. No sembrarás tu tierra ni podarás tu viña. No segarás lo que brote de por sí en tu campo segado, y no vendimiarás las uvas de tus vides no podadas. Será para la tierra un año sabático. Pero lo que la tierra dé durante su reposo será alimento para ti, para tu siervo, para tu sierva, para tu jornalero y para el forastero que resida contigo.» Vaikrá 25:1-6
Esta parashá habla del Shabat de la tierra: el año de shemitá que a grandes rasgos tiene las siguientes reglas:
Durante la shemitá se anula la propiedad privada del producido de los campos y de los viñedos. La cosecha es gratis para que los pobres e incluso los animales puedan entrar y servirse lo que quieran. El propietario puede comer de los frutos como cualquier persona, y traer a su casa todo lo que necesite para un día de comida, pero no debe acopiar cosecha.
Es un año de descanso del trabajo en la granja. Está prohibido sembrar, plantar, cortar y cosechar. Sólo se permite un mínimo de cuidado para evitar que las plantas mueran.
Los productos de shemitá no se pueden vender porque son considerados sagrados.
¡Qué lejos nos sentimos de esta realidad! Y no sólo porque no vivamos en el campo, sino porque estamos arrojados a una manera de consumo y apropiación que nada tienen que ver con lo sagrado.
Cuando el hombre bíblico comprendía el valor que tenía saber que la tierra no era del todo propia, que tenía derecho al descanso, que una porción de lo obtenido era obligatoriamente para otros, no cualquier otro, sino el que más lo necesitaba, lo que se generaba era otro vínculo con el trabajo, y con la misión de los seres humanos sobre la tierra. Que la “tierra sea de Dios” nos salva- de alguna manera- de la idolatría del consumo y de la adicción al trabajo como deidad. El estrés de hoy, la economía ecológicamente tóxica nos excluyen de cualquier tipo de profundización espiritual.
Y con esto no rehusamos de lo saludable e imprescindible que es tener trabajo, dedicarnos a un oficio, tener responsabilidades, problemas que resolver, logros que alcanzar, rutinas, compromisos… de ninguna manera. Se cuenta que en el verano de 1939, un periodista le preguntó a Sigmund Freud qué era para él una persona sana, madura e integrada en la sociedad. El periodista, que esperaba un largo discurso, se quedó sorprendido con la brevedad de la respuesta: “Amigo mío, cualquier persona capaz de amar y trabajar”.
Trabajar es una actividad sumamente importante. Pero una sociedad que nunca hace una pausa para recobrar el aliento y reflexionar sobre sus valores, nunca hace una pausa para el amor y la afirmación de la comunidad y la familia, escribió Rabbi Arthur Waskow, en “Radical Shabbat: Free Time, Free People”.
A veces disfrazamos nuestra alienación diciendo que es por amor a los nuestros. O al menos eso nos hicieron creer. Pero quien no se detiene para dedicarse al amor de los suyos, al amor propio haciendo lo que le da placer, el que no puede parar porque como una bola de nieve, se precipita sin freno hacia el vacío, ¿qué beneficios obtiene, en definitiva, de su trabajo? ¿Para quién acumula? ¿Cuál es su propósito?
Nuestra parashá se llama Behar, porque Adonai le habla a Moshé “behar Sinai” en el Monte Sinaí. Y lo primero que menciona son las leyes de shemitá – del Shabat para la tierra. ¿Por qué en ésta se vuelve a mencionar el lugar de donde emanó la palabra divina si todas las mitzvot fueron dadas en aquel monte?
¿Cuál es la conexión entre shemitá y Sinaí, entre un campo desocupado y una montaña?
¿Será quizás que en vano aspiramos a las alturas, al poderío y el reconocimiento si no tomamos la decisión de frenar la maquinaria enloquecedora del trabajo sin freno?
O quizás Sinai nos enseñe que toda actividad acá en el plano de la tierra tiene sentido si le damos un propósito trascendente, si nos agrega sentido a la vida, si no nos corroe el alma, la ética, la familia…
Quizás la shemitá fue una manera de educar el agradecimiento y el reconocimiento por lo que tenemos y la relación con el monte Sinai nos inspira a tomar conciencia de lo importante que es mirar hacia arriba, aprender a levantar la vista, dejar de mirarnos el ombligo y hacer de nuestras vidas un proyecto trascendente. Y a propósito de esta palabra veamos su etimología:
Trascender (de trans, más allá, y scando, escalar)
Juego de las casualidades o no… más allá de la voluntad de tener cada vez más, de parecer cada vez más, de mirar “desde allá arriba” cómo “los de abajo” no son nuestro tema, en esta parashá nos proponen poner al monte como marca que signifique nuestro accionar acá en la tierra. Un espacio que nos motive a aspirar otras alturas que no tienen que ver con los números ni los escalafones: la altura de una vida plena, comprometida, interesante, en la que todos tengan oportunidades; también nosotros.
Shabat shalóm,
Rabina Silvina Chemen.