“La familia de Nicki”, sobre un embajador de la esperanza
Preparen los pañuelos. Es imposible ver la película “La familia de Nicki” sin llorar, sin sentir un nudo en la garganta, sin querer correr hacia Nicholas Winton para abrazarlo.
“La Familia de Nicki” es una película que describe los días de enorme horror y de inmensa esperanza. Nicholas Winton es la prueba de que no sólo se veían terribles Hitler’s dando vueltas y regando esa tierra de sangre. Existía el bien, la ayuda mutua, la esperanza y Nicholas Winton es uno de sus grandes embajadores.
En 1938, él era un broker en la bolsa inglesa de Londres. Vivía su tranquila y exitosa vida, desvinculado de los temas de la guerra y la hostilidad creciente en Europa. Camino a sus vacaciones de esquí en Suiza se comunicó con un amigo de la embajada británica en Praga, que debía sumársele en los campos de esquí, pero tuvieron que suspender las vacaciones compartidas. “Algo malo sucede aquí” dijo el amigo.
Winton viajó a Praga para verlo con sus propios ojos. En la Checoslovaquia de esos días ya existían los campos de refugiados judíos. Las condiciones eran muy duras: carencias, frío, hambre. Allí, en los campos, el broker británico se convirtió en otra persona. Con rapidez llegó a la conclusión de que debía intentar salvar, ante todo, a los niños y que lo haría sacándolos de Checoslovaquia.
Falto de todo contacto, comenzó a dirigirse a países y organismos a lo largo del mundo solicitando ayuda. Incluso hasta llegó a la Casa Blanca en Washington, donde se encontró con una negativa tras otra. Solamente su patria, Gran Bretaña, aceptó absorber niños con la condición de conseguirles familias adoptivas. Nicholas no tenía dinero ni mecanismos o familias adoptivas, pero contaba con una voluntad de hierro y la convicción que el tiempo corría. El año que precedió al estallido de la guerra, Nicholas logró trasladar a Gran Bretaña a 700 chicos judíos.
Luego, retornó a casa. No le contó a nadie lo sucedido y retornó a su vida.
Pasaron 50 años en los que dedicó buena parte de su tiempo al voluntariado para los necesitados, enfermos, ancianos e, incluso, obtuvo el Diploma de Honor del Reino Británico por otros actos similares.
Ya era un anciano británico, ingenioso, travieso, lleno de valor, cuando un día, su mujer Greta subió al altillo y descubrió una carpeta vieja con documentos con el nombre de cientos de niños.
Solo entonces, Nicholas le contó sobre lo ocurrido en Checoslovaquia.
Nicholas no había mantenido relaciones con ninguno de los chicos a los que salvó. Con ayuda de una periodista de la BBC, su mujer Greta logró ubicar por el mundo a más de 250. Ya eran muy adultos, padres y abuelos y le organizaron a un Nicholas atónito el programa “Una vida de aquellas”.
La difusión llevó a que le otorgaron el título de SIR y un plus más extraordinario: según la cuenta realizada, en la actualidad viven en todo el mundo 5700 personas que le deben la vida a Nicholas Winton.
Pero más allá de ese dato, muchos (después de conocer cómo fueron salvadas las vidas de sus padres y abuelos) decidieron destinar parte e incluso la totalidad de su tiempo a la tarea de voluntariado y ayudar al prójimo. Circulan por el mundo, ayudan a las víctimas de terremotos, a los enfermos de SIDA, a los ancianos y necesitados y se ocupan de la tarea de hacer del mundo un lugar mejor.
Nicholas Winton llegó a los 103 años. Siguió siendo ingenioso. Enojaba a Greta al no cuidar el orden del hogar. Discutió con el gobierno británico por leyes que consideraba discriminatorias con los ancianos. Sus niños, “los 700 niños de Winton”, tal como son conocidos y sus descendientes agradecidos llegaron a visitarlo, de tanto en tanto y continúan dando vueltas por el mundo ayudando a quien lo necesite.
La película sobre éste maravilloso hombre sirve para convencerse que existe la esperanza. Un mundo en el que existe un Nicholas Winton es un mundo que no ha pedido la esperanza.