Un cuento sobre la Shoá

La editorial Nórdica Libros ha publicado «El huesped» un breve relato de Isaac Bashevis Singer acerca de la relación de dos hombres que viven juntos en Nueva York: un judío religioso que arrenda una habitación a otro que blasfema y descree de todo. A partir de ahí, se despliega ante nosotros el horror del mal radical -simbolizado en el Holocausto, la hora más oscura de Europa- y las formas en que el ser humano puede afrontarlo. En estas pocas páginas, encontramos las alabanzas y las maldiciones, la confianza en el Eterno Bendito, que según enseña la sabiduría hasídica no se separa jamás de nosotros, y el terror de la maldad humana que parece arrasarlo todo. ¿Cómo creer en él cuando todo se hunde? ¿Dónde está el Santo, cuya Gloria llena toda la tierra, cuando el hombre lo invoca?

Los hermanos Singer encarnan un momento dorado de la literatura yiddish posterior a 1945. La Shoah destruyó casi por completo a los hablantes de esta lengua desde Lituania hasta Rumanía. La tradición que alumbró a poetas geniales como Mordejai Gebirtig (1877-1942) y cuentistas fabulosos como Sholem Aleijem (1859-1916) sufrió un golpe terrible -casi letal- con el avance de los nazis sobre Polonia y el resto de la Europa ocupada. La destrucción que no habían logrado las Centurias Negras ni los antisemitas franceses y austriacos -ahí está el siniestro Karl Lueger, alcalde de Viena y judeófobo declarado- lo consiguieron las divisiones del III Reich. Las comunidades de Vilna, Cracovia, Varsovia, Kíev y otros tantos lugares emblemáticos de la vida judía fueron exterminadas. Como rezaba un poema en yiddish, “ya no juegan niños judíos en los bosques de Polonia”.

El antisemitismo nunca ha dejado nuestro continente. La Ilustración dio a luz al antisemitismo moderno, que fue reemplazando al medieval a medida que se impregnaba de los grandes temas de la modernidad desde la selección natural hasta el racismo cientificista. Los tópicos antisemitas se iban acumulando y superaban sus propias contradicciones. Los grandes mitos antisemitas -el crimen ritual, el deicidio- se iban ampliando con la conspiración judía mundial, las revoluciones obreras, el capitalismo y la plutocracia, la banca y el comunismo…

El camino a Auschwitz no comenzó con el ascenso del oscuro cabo Hitler a la cancillería del Reich, sino en círculos intelectuales antisemitas, redacciones de periódicos y asambleas de partidos políticos que crecieron gracias al odio. Hay un camino que va desde Pavel Krushevan (1860-1909) hasta Alfred Rosenberg (1893-1946) y el gran muftí Amin al-Husayni (circa 1895- 1974).

El Holocausto fracturó la vida judía dentro y fuera de Europa. En nuestro continente, el mundo judío quedó dividido por el Telón de Acero. En Polonia, la Unión Soviética, Hungría y otros países hubo oleadas antisemitas alentadas desde los propios gobiernos con acusaciones de “sionismo” y de “cosmopolitismo”. En Europa Occidental, el fantasma de la colaboración y la pervivencia de los estereotipos antisemitas engendró algunas de las obras más relevantes de la literatura negacionista de la Shoah.

Esa división se sintió también en los Estados Unidos, en Argentina y, naturalmente, en Israel. Hubo diversos choques entre religión y ateísmo, entre “viejos judíos” y “nuevos judíos”, entre el que invoca al Nombre y eleva bendiciones confiando en Su Bondad y el que pretende ser señor de su propio destino y desconfía de quienes rezaban, pero no combatían.

Esta fractura está presente en estas páginas y estas conversaciones entre Reb Berish y su inquilino Melnik, que se detestan, pero no pueden separarse porque los une la experiencia de un dolor insondable. Se diferencian en cómo lo afrontan. Dice Berish: “Existen los ángeles, los serafines, los querubines, los carros celestiales. En comparación con ellos, nuestro pequeño mundo no es más que una mota de polvo, o ni siquiera. Existen algunas chispas sagradas, pero están escondidas. Hasta en el barro, a veces, se encuentra un diamante”.

La cultura yiddish no ha desaparecido por completo. Pervive en algunos grupos de judíos que lo hablan en Nueva York y en Israel. Se intenta recuperar su cultura en Cracovia, Varsovia… El Museo Judío de Moscú, para cuya construcción el propio Vladimir Putin donó un mes de su salario, trata de poner en valor la cultura judía en la historia de Rusia. En España, vamos gozando de traducciones de joyas del yiddish como «De cin mundo que ya no está» (Acantilado, 2020), de Israel Yehoshua Singer, el hermano de Isaac Bashevis. Ese mundo que Isaac recordaba en su libro “En el tribunal de mi padre” cobra nueva vida en las páginas de su hermano. Es un mundo que ya no existe, pero sin el cual la historia de Europa quedaría amputada.

El antisemitismo no ha abandonado nuestro continente. Junto a sus formas más antiguas, ha cobrado vigor el antisemitismo de matriz islamista y yihadista. En estos días se cumplen cinco años de los atentados contra el Estadio de Francia, la sala Bataclan y otros lugares de París y Saint-Denis en los que los terroristas mataron a 131 personas e hirieron a 415. Hay una pregunta sobre el mal que cada uno ha de responder a la luz de su fe, si la tiene, pero hay otra que gravita sobre todos nosotros en cuanto ciudadanos: qué vamos a hacer. Depende de nosotros, los europeos de hoy, que la vida judía no desaparezca de nuestra tierra.

Autor: Ricardo Ruíz de la Serna