SHABAT JOL HAMOED SUKOT 2025: LA IMPERTINENCIA DE LA ALEGRÍA (¿?)

 Pre-texto (un texto previo escrito a posteriori)

Ayer (8 de octubre) escribí lo que van a leer a continuación, con el alma estrujada, preguntándome si era pertinente celebrar la fiesta de la alegría. Una vez que entregué el texto, recibimos la noticia de un primer acuerdo para terminar con la guerra entre Israel y Gaza, recuperando a los secuestrados y planificando un cese el fuego.

Hoy tengo la serena dicha de poder decir que quizás- Dios quiera que sí- sea el último texto que escriba en este tono de congoja y dolor. Quizás empecemos a hablar de construcción y renacimiento. Quizás se transformen en realidad todas las palabras de fuerza y esperanza que nos dimos estos últimos dos años.

Los dejo con mis reflexiones, horas antes de las últimas noticias. Y verán que, en el final, mi corazón me decía que debíamos seguir intentando porque ese día habría de llegar…

LA IMPERTINENCIA DE LA ALEGRÍA (¿?)

Estoy escribiendo esta reflexión a un día del 7 de octubre. En medio de la festividad de Sukot- Zmán Simjaténu- el tiempo de nuestra alegría. Así lo prescriben las fuentes sagradas. Una festividad que en mi vida personal y familiar es, como dice la Torá: Hejag- LA FIESTA, por excelencia, porque nuestra cabaña multicolor alberga decenas y decenas de personas queridas que se acercan para compartir debajo de ese techo de hojas y cielo, un momento de amor y deliciosos sabores.

El martes 7 de octubre, familiares y amigos de argentinos secuestrados, muchos asesinados y algunos con esperanza de recuperarlos del infame cautiverio, nos citaron en un parque para darnos un abrazo.

Allí fuimos. A decir presente. Tomé uno de los carteles para poner un rostro y un nombre bien alto… con la ilusión (totalmente irreal pero necesaria) de que no se sienta tan solo. Por unos minutos pedí por Matán Zangauker de 24 años que aún- esperemos que así sea- sigue en los túneles del terror, en las condiciones más denigrantes de la condición humana. Cada uno un rostro. Y un lazo amarillo. Ni los que nos conocíamos nos saludábamos. Era impertinente cruzar palabra. Un silencio de hondo pesar, de desazón, y de amor nos envolvía. Un acto simbólico. Corto. Sólo para abrazarnos. Y decirnos que seguimos de pie. Que el amor nos salvará. Que somos familia, a pesar de las distancias y las diferencias.

Y todo esto, durante Sukot. La fiesta de la alegría.

Volvíamos para casa, porque teníamos ushpizín – invitados aquella noche, como todas las noches y mediodías de esta festividad- ¿tengo derecho a la celebración, al festejo, las risotadas y la comida sabrosa en este día?

Recordé un maravilloso poema escrito en idish por Arn Lutzki (1894-1957) y traducida por el entrañable Eliahu Toker.

El pueblo judío

Los sionistas quieren tener a todos los judíos,  

los comunistas quieren tener a todos los judíos,  

los socialistas quieren tener a todos los judíos,  

los anarquistas quieren tener a todos los judíos.  

Todos quieren tener a todos los judíos.  

 

Dice el pueblo:   —Despacito…
—Tal como es el mundo, así soy yo—   dice el pueblo.  

 

¿Cómo es el mundo? Así:  

Un poquito de tierra, un poquito de agua,  

un poquito de aire, un poquito de fuego;  

el resto, arena.


—Así soy yo —dice el pueblo—  

igual que el mundo.  

Un brote de sionismo,  

una chispa de comunismo,  

una gota de socialismo,  

un soplo de anarquismo;  

el resto, arena.


—De todo un poquito —dice el pueblo— 

igual que el mundo así soy yo. 

¡Ay de un mundo  

todo fuego, todo agua,  

todo polvo, todo aire!


Un poquito de ídish, un poquito de hebreo,  

un poquito de religión, un poquito de librepensamiento; 

el resto, arena.


El pueblo judío es viejo como el mundo  

y sabio como el mundo.

 

Y en esta complejidad, la sensación que tengo es que un “poquito de alegría” resiste a la abrumadora oscuridad y nos recuerda que las celebraciones no son fechas maníacas para desconectarnos de la realidad, sino que nutren nuestras vidas para llenarlas de sentido, para recordarnos de que no debemos perder nuestra humanidad ni olvidar los valores más sublimes que el calendario nos propone.

Sukot es la fiesta de la alegría porque su motivo principal es la paz, es la universalidad, es el contacto con el planeta y la empatía con los que viven todo el año en situación de fragilidad. Qué mejor signo de paz puede ser el abrir la casa, en las condiciones que sean, para recibir a todos. La paz como una Suká no es un símbolo arbitrario. Debajo de esas paredes tambaleantes y la brisa que entra por entre los intersticios que nos deja el sjaj (el techo de hojas) hay lugar para todos. Allí, probablemente, comience la paz. Cuando abramos la casa sin miedo, y veamos que cada uno de los que entra puede ser un emisario de lo alto- como lo interpretan los místicos.

 

No crean que he enloquecido o que soy tan ingenua como para no vincularme con las miserias más horrendas de las que somos testigos en medio de esta guerra interminable, inexplicable la que no nos llevará jamás a ninguna victoria.

 

El 7 de octubre mancillaron nuestras casas. Y dos años después nosotros seguimos construyendo casas abiertas para volver a creer que la paz es posible. Y la alegría no nos desconecta del dolor ni del reclamo. Pero le hace frente, nos da coraje, nos refuerza la postura para seguir mirando erguidos un futuro que por ahora se percibe en tinieblas.

 

Los dejo con un texto exquisito de Rabi Nájman de Bratzláv que compila Martín Búber en sus Cuentos Jasídicos:

“Las almas descendieron desde el reino de los cielos a la tierra por una larga escalera. De pronto, ésta fue retirada… Algunas no se mueven de su lugar porque ¿cómo puede uno llegar al cielo sin una escalera? Otras saltan y caen y saltan nuevamente, y se dan por vencidas. Pero están aquellas que saben muy bien que no pueden lograrlo, pero lo intentan una y otra vez hasta que Dios las toma y jala de ellas hacia arriba.”

Así somos nosotros.

Los que saltamos, y saltaremos incansablemente para llegar a esa escalera que, por ahora, parece haber sido quitada.

Por eso volví a casa.

Puse la mesa. Y recibí a todos con una sonrisa para hacerle frente a la tristeza. Había muchos niños alrededor de la mesa. Quería que no sólo sean conscientes de este 7 de octubre sino de que, a pesar de ello, nosotros no dejamos de celebrar. Por nosotros, por Matán, por cada uno de los que estamos esperando, por las familias de duelo, por un pueblo que en su mayoría no quiere la guerra y sufre los peligros cotidianos de vivir en ella, por los que tienen miedo de ser atacados por su identidad, y por los que aun así creemos en un mundo abierto y noble como la Suká de paz que esta semana nos está cobijando.

Seguimos saltando, quizás Dios en alguna de esas, nos toma de la mano y nos saca de este abismo.

Rabina Silvina Chemen