La parashá de esta semana inicia un libro completo de detalle puntilloso de una ritualidad que ya no existe; los sacrificios animales y vegetales. Podemos quedarnos con eso y decir que ya es historia pasada. Sin embargo, con otros lenguajes, simbologías y procedimientos, estamos constituidos como pueblo a través de una ritualidad que nos identifica.
Siento que es un momento propicio para preguntarnos acerca del valor que tienen para nosotros estos ritos. Quizás nuestros modos de celebración estén íntimamente conectados con los significados de aquellas prácticas.
Hagamos el intento.
Una de las características generales de todos los sacrificios era la obligatoriedad del uso de la sal. Y sobre este elemento hay mucho de qué hablar.
“Y sazonarás con sal toda tu ofrenda de comida, y no quitarás de tu ofrenda la sal del pacto de tu Dios; con todas tus ofrendas ofrecerás sal.” Vaikrá 2:13.
Hay toda una perspectiva que explica la inclusión de la sal en nuestra ritualidad que tiene que ver con la diferenciación con los pueblos idólatras, como lo explica Rambam en More Nevujim (III:46)
“Porque los idólatras no ofrecían pan, sino levadura, y optaban por ofrecer cosas dulces y hacían sus ofrendas pegajosas con miel. Ninguno de sus sacrificios incluía ni una pizca de sal. Por tanto, Dios prohibió la ofrenda de cualquier levadura o miel, y en su lugar ordenó que la sal estuviera siempre presente…”
Si nos quedamos acá, podríamos aventurar una primera función del ritual. Darnos herramientas particulares que nos distingan de otras prácticas.
Y sinceramente, no quiero fundar mi pertenencia a este pueblo sólo para diferenciarme de otros. Mis rituales no me alejan… debo encontrar otra explicación.
Shmuel David Luzzato (Shadal siglo XIX) lo explica de otro modo:
“Hasta el día de hoy, los príncipes árabes, al forjar un pacto, traen un recipiente con sal y juntos comen pan bañado en sal. Era una costumbre muy conocida, en la antigüedad, en las tierras de Oriente, que se forjaba un pacto con sal. Y dado que todo sacrificio está destinado a despertar el favor y apaciguar a Dios, y crear un pacto entre Él y nosotros, Dios ordenó que se agregara sal a cada sacrificio, y él llama a esa sal «la sal del pacto de tu Dios». – porque por medio de esto forjas un pacto con tu Dios.”
La sal, usada junto con el pan es señal de pacto y de bienvenida. Hacemos un pacto con Dios, y también es signo de pacto con los seres humanos. Recuerdo una hermosa experiencia que tuve con alumnos de una escuela armenia que nos recibieron con pan y sal como señal de recibimiento.
Probablemente la explicación de Shadal me acerque más a mi vivencia con la simbología de los rituales: una experiencia de pacto, de cercanía como mensaje. Todos estaremos evocando nuestras mesas festivas en los que nos reunimos familiares y amigos alrededor de la bendición de los panes y la sal sobre ellos.
Pero, ¿por qué sal? ¿Dónde aparece la sal en nuestro texto bíblico? Y ¿qué representa? Algunos estarán pensando como yo en la mujer de Lot, que como castigo se convierte en una estatua de sal…
Si uno va a buscar en el Tanaj, la connotación de la sal es negativa:
«… y que toda su tierra es azufre y sal y ardor, que no se siembra, ni da vegetación, ni hierba crece en ella – como la destrucción de Sdom y Amorá…» Devarím 29:22.
«… Habitará en lugares áridos en el desierto, tierra salada que es inhabitable» Yirmiyahu 17:6.
La sal representa la aridez, el espacio en el que nada puede crecer ni suceder. De hecho en el libro de Shoftím, en una guerra que ganó el rey Avimelej está escrito:
“Y Avimelej peleó contra la ciudad todo aquel día, y tomó la ciudad, y mató al pueblo que en ella estaba; y asoló la ciudad, y la sembró de sal.” Shoftím 9:45.
La sembró de sal para que nada pueda ser sembrado ni cosechado. La sembró de sequía e infertilidad.
Pero a su vez, en el libro de Melajim II, encontramos un ritual con sal realizado por el profeta Elisha en el que la usa para revertir una situación hostil:
“Y los hombres de la ciudad dijeron a Elisha: He aquí, el lugar en donde está colocada esta ciudad es bueno, como mi señor ve; mas las aguas son malas, y la tierra es estéril. Entonces él dijo: Traedme una vasija nueva, y poned en ella sal. Y se la trajeron. Y saliendo él a los manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Adonai: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad. Y fueron sanas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Elisha.” Melajim II 2:19-22.
Y acá me quedo.
Justamente utilizamos un elemento que inhabilita, que limita, que se vuelve hostil, amenazante para los momentos más sagrados; las ofrendas de entonces y nuestras ceremonias rituales hoy. Y no es una contradicción. Quizás sea ésa la función primordial de la sal en nuestra tradición. Hacer presentes nuestras debilidades, nuestros impulsos de destrucción en los momentos más sublimes, y revertirlo dándole el mejor lugar en nuestras mesas.
Hay que hacerle lugar a aquello que nos corroe el alma para poder sanar. El ritual no acaba cuando uno termina las palabras de bendición o la ingesta; son capas de conciencia que nos van forjando nuestro modo de ver y ser en el mundo; son tiempos de conexión con lo trascendente que sólo tienen sentido si luego se reflejan en nuestras acciones y decisiones.
Con orgullo verteré la sal sobre mi jalá este Shabat, teniendo en cuenta que la sal, sobre una herida duele, que la comida con mucha sal se echa a perder y que debo comprender su significado más allá del gesto habitual de salarla antes de bendecir. La sal me recuerda todo lo que potencialmente puedo dañar, castigar, destruir… para hacer de mis bendiciones un compromiso con el abrazo, la ternura y la construcción.
El ritual me acerca a la mejor versión de mí misma, al vínculo profundo con Dios, a la gente con la que comparto mi mesa y a la gente que me espera para compartir la vida. Me recuerda que siempre es posible revertir la aridez en fertilidad, la ausencia en presencia…
Elijo que mi religiosidad no me aparte de nadie, no invalide a nadie y no destruya ningún lazo, porque todo lo que se define a partir de la negación del otro nos ensucia el alma.
Elijo definirla por lo que posibilita, embellece y engrandece.
Elijo una vida con rituales cuando ellos me liberan del yugo de la , la cual nos achica la perspectiva.
Necesitamos rituales, formas poéticas de significar la vida que no es monotonía, sin sentido y sin salida.
Necesitamos volver a preguntarnos por lo que hacemos, y buscar incansablemente significados que nos aporten santidad a nuestra existencia.
Shabat Shalom umevoraj,
Rabina Silvina Chemen