PARASHAT SHEMOT: Lo trascendente

Hemos dejado atrás las historias de Bereshit, relatos de personas, familias y tribus para pasar a los del libro de Shmot, un relato que nos descubre como pueblo. Y un pueblo que se constituye alrededor de un tipo de liderazgo, con el líder más emblemático que hayamos tenido en nuestra historia nacional; Moshé. Un ser humano que fue construyendo su rol desde una perspectiva interesante.

Su vida se inicia sorteando a la muerte a la que estaba condenado por el solo hecho de ser varón dentro de los hijos de Israel. Salvado por una princesa egipcia, es obligado a separarse de su familia. Y luego, consternado por la injusticia, comete un asesinato que lo obliga a huir del lujo del palacio y comprender que las emociones más nobles no pueden devenir en violencia. Moshé queda errante. No es de aquí ni de allá. Aún no sabe su lugar en el mundo. Se une a Tzipora hija de un sacerdote midianita. Pero ése tampoco será su destino. Cada tramo de su existencia debe a batallar para saber quién es, por qué suceden las cosas, y cuál es el camino indicado.

Finalmente tiene el encuentro con la zarza ardiente. Un arbusto desde donde se develarán todos los significados.

A Moshé le llevó un tiempo reconocerlo. Estaba siendo elegido, o mejor dicho, se había hecho visible la misión de su vida y esto le costó darse cuenta de que tenía un motivo trascendente que definirá su vida con un gran compromiso y conciencia.

«Y apacentaba Moshé el rebaño de Itró, su suegro, sacerdote de Midián, y guió el rebaño más allá del desierto, y vino a Jorev, el monte de Dios. Y se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego, en medio de una zarza; y miró, y he aquí la zarza que ardía en el fuego, y la zarza no se consumía. Y dijo Moshé: ‘Pues me desviaré para contemplar este gran espectáculo, ¿por qué no se consume la zarza?’ Y viendo el Señor que se desviaba para mirar, lo llamó Dios de en medio de la zarza, diciendo: ‘¡Moshé! ¡Moshé!’, y él respondió: ‘Heme aquí’.» (Shmot 3:1-4)
Hasta aquí el texto. Si uno tuviera que explicarlo en una sola frase diríamos que a Moshé se le reveló la presencia divina y le indicó su destino.

Sin embargo, descubrir el sentido profundo de nuestra existencia y el rumbo hacia donde nos encaminamos no es una cuestión a abordar en una simple frase. Tampoco la revelación de Dios a Moshé fue repentina. Hubo un proceso gradual para que los acontecimientos pudieran ser leídos como Moshé, tal como fueron los hechos.

La revelación de lo trascendente, el descubrimiento de la esencialidad de nuestras vidas no depende sólo de la inteligencia cognitiva sino fundamentalmente de nuestras aptitudes sensibles. ¿Cuán conscientes somos de nuestros sentidos? ¿Cuánto espacio les damos a las percepciones? ¿Cuánto o no gobierna nuestra mente el campo de interpretación de la realidad? Moshé estaba abierto con todo su sistema sensorial a descubrir su misión en la historia:

Primero mira. Pasó por al lado de la zarza ardiente: y miró, y he aquí la zarza que ardía en el fuego…Aparentemente la revelación comienza con un acto de profundizar la mirada, de hacerle lugar a lo que nuestra mirada decodifica. Animarnos a ver más allá de nuestras cerrazones nos hace registrar hasta la presencia del mismo Dios.

Pero con el impacto de la mirada no es suficiente. A veces lo que vemos nos sorprende pero después recuperamos la marcha y continuamos con una rutina, caminando a tientas… Moshé no se amedrentó con lo que vio. Y no sólo abrió sus ojos, sino que dispuso también de sus oídos, de su sentido de la escucha para intentar comprender qué está sucediendo.

“…lo llamó Dios de en medio de la zarza, diciendo: ‘¡Moshé! ¡Moshé!’, y él respondió: ‘Heme aquí’

El mensaje no fue ni más ni menos que su mismo nombre: Moshé, Moshé… Cada uno de nuestros nombres tiene un sentido, un objetivo, habitamos nuestros nombres para que queden inscritos en algún capítulo de la historia… y no sólo en las grandes epopeyas que quedan plasmadas en los grandes relatos… sino a ese instante en el que nuestros nombres le pudieron cambiar la vida a alguien, cuando nos damos cuenta que estar presentes en este mundo tuvo cierto sentido. El nombre de Moshé ahora sonará distinto, porque está ligado a la conciencia de la vida que desde ese momento le dará sentido a su nombramiento. Y Moshé reaccionó dando cuenta de tal conciencia: Hineni- aquí estoy, íntegramente para escuchar mi nombre que es además un significado.

La vista, el oído y por último el tacto.

Entonces Dios le dijo: «No te acerques aquí. Quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa.» (Shmot 3:5)
La comprensión culmina cuando uno se atreve a hacer tangible aquello que ha percibido. Cuando puede “tocar” aquello que se le ha revelado y hacerlo su propio camino.

Moshé abrió sus sentidos a la maravilla trascendente del encuentro con Dios. Ahora deberá transitar ese mensaje con sus propios pies, anclado en la tierra.

Porque cuando hablamos de misiones, poco tienen que ver con estructuras que nos exceden o con objetivos rimbombantes. Más bien tienen que ver con tomarse la vida en serio. Hacernos cargo de lo que somos, de lo que hacemos, de lo que generamos en los demás, de lo que podríamos influir en los demás, de lo que elegimos para nosotros, de la pequeñez o la grandeza de nuestras actitudes.

Moshé fue un grande. No sólo porque fue el líder que pudo guiar la redención de la esclavitud a la libertad del pueblo de Israel, sino porque se animó a impregnarse de todos los estímulos que la historia le dio para hacer de su vida un trayecto intenso, profundo, del que seguimos hablando hasta el día de hoy.