PARASHAT SHEMINÍ- IOM HASHOÁ VEHAGUEVURA: Tragedia y silencio

La semana que está transcurriendo, en la que se lee Parashat Sheminí, nos confronta con la tragedia, el dolor y la sinrazón, porque conmemoramos de acuerdo con el calendario judío Iom Hashoá veHaguevurá- el día del recuerdo de la tragedia de la Shoá y la valentía de víctimas y protectores. En esta misma semana, la Torá relata la muerte de dos hijos del Aharón, a causa de un fuego extraño, inexplicable. Otra tragedia que se cierne sobre una familia, que no concibe explicación alguna.

¡Qué peligroso es ponerle contenido, argumento, fundamento a la muerte!

Así muchos sabios intentaron justificar la muerte de los hijos de Aharón, como muchos en el siglo XX pretendieron responsabilizar a las víctimas por su fatal destino.

La tradición judía, a través de la lectura semanal, cíclica y constante de la Torá no nos permite evadirnos de un texto que a veces agrada y tantas otras provoca y angustia. El volver a pasar una y otra vez por estas historias las perpetúan en el tiempo, las mantienen vivas y actuales.

La pregunta que me hago hoy es qué pasará si dentro de algún tiempo cuando la tragedia de la Shoá y las aberraciones del nazismo dejan de producir espanto y dolor en la humanidad; qué tipo de lectura cíclica sería necesaria para rescatarla del acostumbramiento y el olvido.

Ante la muerte de los hijos, Aharón tiene una reacción que a muchos desconcierta. “Vaidom Aharón”- “Y Aharón enmudeció” (Vaikrá 10:3)

Jamás me atrevería a juzgar la reacción de nadie ante la muerte de un ser querido (a pesar de haber encontrado un sinfín de interpretaciones que valoran positivamente ese silencio como otros que lo denostan).

Pero el binomio “tragedia- silencio” de la parashá me llevó a repensar la luz de la herida abierta que es la Shoá.

El silencio encubridor le permitió al nazismo avanzar con su plan macabro.

El silencio de la indiferencia evitó salvar miles de vidas.

El silencio de los cómplices apañó a los perpetradores.

El silencio de los países que no participaban de la guerra habilitó la agudización del plan de aniquilamiento más grande de la historia de la humanidad.

El silencio de la justicia permitió que los criminales nazis se esparcieran por el mundo y vivieran sin ningún remordimiento.

Silencios que socavaron y socavan la experiencia de sabernos humanos.

La ‘gramática de lo inhumano’, reflexiona el filósofo catalán Joan-Carles Mèlich,  permanece en silencio ante el Holocausto. Una gramática es «inhumana» si se encuentra incapacitada para nombrar lo absolutamente otro y para desmantelar los discursos del poder constituyente, para desenmascarar las formas totalitarias. La gramática es «inhumana» si es incapaz de sorprenderse ante el horror. Familiarizarse con el horror, convertir el horror en algo habitual, es una radical derrota humana”.

El totalitarismo salvaje socava la palabra, apaña al pusilánime y enmudece a la víctima que aunque grite, su voz no posee sustancia alguna.

Pero la barbarie no terminó con el fin de la guerra. El daño fue tan inconmensurable que de eso no se podía siquiera hablar.

Allí aparece el silencio de las víctimas que lograron sobrevivir. Por años y años no pudieron contar su historia por temor a no ser creídos, por miedo a hacerle daño a sus hijos, por necesidad de borrar las palabras que hablaban de un horror inenarrable.

Nosotros, los que nacimos en el siglo XX y los más jóvenes en el siglo XXI fuimos testigos de la transformación de los sobrevivientes cuando pudieron relatar lo que habían vivido. Atesoramos cada uno de sus relatos, de las imágenes que dibujaban sus palabras con sumo cuidado para no provocarnos demasiado dolor. Nos constituyen sus relatos de esperanza en la vida, sus mensajes de amor y la hidalguía de su misión: contar y contar para que nunca más la humanidad permita que suceda algo similar.

Pero hoy tenemos que hablar de otro silencio, peligroso y letal para la condición humana. El silencio del que niega, el silencio del que se “hastió” de hablar de temas del pasado, el silencio de los “hijos de la anestesia” social y cultural, que “no se meten” en temas que les producen displacer y los distraen de sus hedonismos.

Si la palabra desaparece,- escribe Paul Ricoeur en Tiempo y Narración- si la palabra no es capaz de reconfigurar la memoria, desaparece también la humanidad y la esperanza.”

Hoy somos nosotros, la generación de los hijos, los nietos y bisnietos de los que perecieron y los que sobrevivieron, los que asumimos el compromiso inclaudicable de no abandonar la gramática de lo humano que nos han enseñado aquellos que pasaron por el horror.

Hoy somos nosotros los que debemos no silenciarnos ante los primeros indicios de humillación y discriminación; los que debemos ponerle palabras de resistencia a los que pretenden convencernos con discursos totalitarios y salvíficos.

Hoy somos nosotros los que debemos evitar que el grito de los que están desesperados se diluya en el bullicio de la mediocridad y la indiferencia.

Hoy somos nosotros que todavía tenemos la voz fuerte los que debemos ampliar las ancianas voces de los que aún quedan con vida para pedir por la justicia y la dignidad de todos.

Hoy somos nosotros.

Hoy es nuestra voz.

Hoy decimos “mir zainen do”- estamos acá- presentes.

Con su muerte nos ordenaron la vida.

Con sus vidas nos ordenaron el compromiso de combatir el silencio y la apatía.

Sea éste mi homenaje y mi compromiso, con emocionada gratitud, a todos aquellos que con su palabra construyeron la gramática de mi humanidad y mi vocación en la sociedad.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen