PARASHAT MISHPATIM: la letra de la ley

Esta podría ser definida como un “mazazo de realidad” a la cadencia de relatos, historias y fantasías que venimos transitando desde que comenzó la Torá. Hasta Itró, podríamos decir que las imágenes poderosas de los milagros, la voz de Dios en la montaña, el estremecimiento del pueblo… son de alguna manera invitaciones a una escena que está alejada de nosotros. A partir de esta parashá comienza el duro tránsito por la letra de la ley, la normativa, las responsabilidades y los punitorios en caso de no cumplirse.

Del cuento a la realidad. De las historias de otros, a nuestra propia vida. Del mito al rito. En términos judaicos: de la agadá (la leyenda) a la halajá (preceptiva).

Si se pudiera hacer un ejercicio de imaginar qué contenido elegiríamos para la primera ley concreta que debe dársele al pueblo hebreo, después de escuchar los 10 mandamientos, seguro de que jamás optarían por el texto que leeremos ahora:

Éstas son las leyes (Mishpatim) que les propondrás delante de ellos. Si compras un siervo hebreo, seis años servirá, pero al séptimo saldrá libre, de balde. Si entró solo, solo saldrá; si tenía mujer, su mujer saldrá con él. Si su amo le dio una mujer, y ella le dio hijos o hijas, la mujer y sus hijos serán de su amo, y él saldrá solo. Pero si el siervo dice: “Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos; no quiero salir libre”, entonces su amo lo llevará ante los jueces, lo arrimará a la puerta o al poste, y le horadará la oreja con lezna. Así será su siervo para siempre.” (Shmot 21:1-6)

Acaban de salir de una esclavitud insoportable y ¿dan por supuesto que van a seguir esclavizando gente, dentro de su propio pueblo? Si hubiera que formular una ley respecto de la esclavitud ¿no debería haber sido su prohibición?

Están los que interpretan que la única posibilidad de instaurar una ley es a partir de la generación de la conciencia sobre la realidad en la que estuvieron sumidos por tantos siglos.

Si la sociedad que construyes mantiene la institución de la esclavitud, entonces la ley para cuando seas amo, deberás contemplar que debes liberarlo al cabo de cierto tiempo. La esclavitud era una historia que fue diseñada por otros sobre el pueblo de Israel. Esa es la agadá- la narrativa.

Ahora, cuando es parte del propio diseño, viene la halajá, la ley: Tomar control de la narrativa y dejar de ser un personaje manejado por otros para pasar a ser el actor responsable sobre lo que está decidiendo.

La halajá corre el riesgo de hacernos dejar de lado la narrativa. De creer que las historias, parábolas, ejemplos, los lenguajes de la emoción y la fantasía no nos constituyen como pueblo.

Por el contrario, la agadá- la narrativa- es lo que le da sentido, identidad y propósito a nuestro pueblo. Sin historias, no habría judíos. Y las leyes devienen de nuestro protagonismo en las historias.

A diferencia de la primera parte de la Torá, en el que aparentemente el único autor de la historia era el Creador, el resto vivía como en una sucesión de hechos dados: Dios creó el mundo en seis dice y lo destruyó en cuarenta. Dios le habló a Abraham y le elogió un descendente de Sara. Dios mandó plagas sobre los egipcios, dividió el mar, escribió los Diez Mandamientos, prometió a su pueblo una tierra…

Hechos en los que los que los vivían oscilaban entre la prueba y el enojo, entre el temor y la rebeldía.

Pero pasar a ser pueblo es hacerse cargo del relato de la historia. Y hacernos responsables por la legalidad de nuestros vínculos y el compromiso ético que supone pertenecer a este colectivo, fundado en estas historias. No puede haber halajá si no reconocemos el poder de la agadá. Y no tiene sentido la historia si ésta no produce aprendizajes que nos lleven a regular nuestras vidas hacia un propósito trascendente.

La historia es lo que somos, lo que decimos, lo que creemos y lo que hacemos. Nuestras historias son las lentes a través de las que miramos para ver cómo es la realidad. La halajá transforma en caminos comunes las narrativas particulares de las personas. Cuando la halajá se aleja de las personas es porque dejó de centrarse en ellas y busca otros fines.

Éste fue el camino que transitó el pulso de la Torá:
De la agadá a la halajá.
De la historia personal a la normativa comunitaria.
De la emoción a la ley.
De la vida a la letra.

Es una conversación de dos mundos que se alimentan y se necesitan mutuamente.

Shabat shalóm,

Rabina Silvina Chemen.