Con la parashá Jaiei Sará dejamos atrás las sagas personalísimas para dar paso a las generaciones que nacen de los personajes iniciales; generaciones que repetirán patrones de sus padres y abandonarán otros: herederos de una visión que se va modificando a medida que se la va apropiando.
Jaiei Sará comienza con la muerte de Sará y terminará con la muerte de Abraham.
Y con este marco que nos ofrece esta parashá podríamos comprender que para hablar de continuidad y vida, también tendremos que pensar cómo se tramita la muerte de los fundadores, y la prolongación de un mensaje.
Abraham se enfrenta a esta disyuntiva. Tiene que dejar huella del paso de su mujer Sará y por tanto adquiere una parcela para enterrarla y dejar allí una marca: acá yace su cuerpo y el testimonio de una historia que se hace memoria.
En esta misma parashá un criado de Abraham irá a buscar una mujer para Itzjak, la próxima generación. Y allí estará Rivká, quien decide irse de la casa de su familia para perseguir un sueño.
Itzjak se casará y volverá a sentir amor- quizás aquél que perdió cuando en la parashá pasada vio a su padre con el cuchillo levantado a punto de sacrificarlo.
Cuando muera Abraham; Itzjak e Ishmael- hermanos separados por las mezquindades de sus madres adultas- volverán a encontrarse para enterrar a su progenitor.
Volvamos a Abraham comprando la tierra para enterrar a su mujer. Al presentarse, le dice al dueño de la parcela: Guer vetoshav anoji imajem…, “Soy un “extranjero y residente” que vive por un tiempo entre ustedes; véndeme una tumba entre ustedes para enterrar a mis muertos aquí”. Bereshit 23: 4
Extranjero y residente no es un binomio imposible. Extranjero porque no había nacido en esa tierra; residente, porque la habitaba. Él, Sará y toda su gente hicieron un largo camino hasta encontrarse en la Tierra de la Promesa, y allí se asentaron, asumiendo esta doble definición de ser extranjeros y residentes a la vez. Y no hablo de legalidades y papeleos. Pienso que con ellos se inaugura un modo de percibir nuestro paso por la historia y por los lugares que habitamos, y el modo en el que los vivimos.
Ellos salieron de su regularidad y habitualidad porque entendieron que la vida es búsqueda. Y que en definitiva, el día en el que dejamos de buscar, de bucear, de intentar, de insistir, ese día, nos compramos una parcela de tierra, porque todo habrá terminado. Mientras tanto seremos guerím vetoshavím- extranjeros y residentes.
Así lo hizo el criado de Abraham que viaja a la tierra de la familia de su amo a buscar a la mujer indicada para continuar la descendencia en Itzjak. Abraham- extranjero y residente- sabe que hay que salir de los bordes conocidos para encontrar lo mejor- no solamente lo posible.
Y así también lo entendió Rivká, que al saberse buscada por el criado de su tío Abraham para unirse con Itzjak, también comprende que debe dejar su residencia y animarse a lo extranjero para cumplir su propósito: continuar la vida con quien valga la pena.
Rivká convence a su familia para que le permitan irse del lugar para casarse. Su familia la llama y le pregunta: «¿Irás con este hombre?» y ella responde: -Iré” (Bereshit 24:58).
“Iré” es la vocación y la voluntad de los fundadores de nuestra nación.
“Iré” dijo Abraham a la voz del llamado. “Iré” dijo Sará cuando escuchó a su marido. “Iré” dijo Lot, cuando supo de la travesía de sus tíos. “Iré” dijo el criado cuando salió a buscar mujer para Ytzjak. “Iré” dijo Rivká cuando dejó a su familia para encontrarse con el amor. “Iré” dijeron también Rajel y Lea siguiendo a su marido Yaakov y dejando la casa de su padre.
Y desde entonces nuestra historia está relatada por los “ires” de todos nuestros valientes que siguen buscando: de aquellos que buscan espacios para seguir creciendo, de los que sienten que tienen que abandonar un lugar de peligro, de los que “suben” a cumplir con el sueño de la patria recuperada… pueblo de caminantes que entiende que la quietud y el conformismo y la habitualidad no están en el mensaje de su origen.
Y esto no implica ni tranquilidades ni comodidades.
Ser hijos de los que se animan al “Iré” es aventurarse a dificultades, obstáculos, fracasos, desilusiones, amenazas, tristezas y abatimientos. Pero no sabemos ser de otra manera. Porque la historia la escribimos con la grafía de nuestros pasos y nuestras osadías.
Los de nuestra generación compartimos con nuestros hijos historias de migraciones; los abuelos que se escaparon, los que se tomaron un barco, los que vinieron a trabajar a este país, los que resistieron… tenemos baúles, maletas, cajitas con fotografías y documentos que relatan esa caminata que se eterniza a partir de Parashat Jaiei Sará. Y nuestros hijos se enorgullecen de la fortaleza de todos los que por elección o por necesidad se animaron a no quedarse y dijeron “Iré”. A veces fueron recibidos con los brazos abiertos, a veces sufrieron el rechazo y la negación. Así y todo no dejaron de amar, de buscar trabajar, de progresar, de construir escuelas, comunidades y cementerios para aquellos que irían a ser definitivamente “residentes”. Mientras tanto nos legaron a nosotros la libertad y la fortaleza de sostenernos en nuestras caminatas.
En un tiempo tan sedentario física y espiritualmente, en el que todo nos “viene a domicilio”: los objetos, el conocimiento y hasta las relaciones sociales y amorosas, me pregunto qué relato tendrán de nosotros, que épica podrán contar de nuestras osadías y riesgos los que nos sucederán. Y me cuestiono cuán buscadoras serán las generaciones que nos sigan. Qué consecuencias tienen estos paraísos de seguridad que nos inventamos, rodeados de rejas y candados. Cuándo supusimos que el horizonte era la comodidad y la poca problematización. Cuándo dejamos de angustiarnos por lo que no nos gusta, cuando dejamos de horrorizarnos cuando el entorno se hace irrespirable.
Yo comenzaría abriendo la ventana y mirando fuera de la casa. A ver si quedan caminos que nos desafían. A ver si nos animamos a decir “Iré” a cierta aventura que nos despierte de la somnolencia de sabernos “hechos”, de sentir que ya llegamos, de creer entenderlo todo y no tener más nada que aportarle a nuestras vidas y las de los demás.
Disfrutar de nuestras libertades es también ponerlas a prueba buscando nuevos desafíos. Lo aprendimos de Abraham y de su progenie.
Lo aprendimos de nuestros abuelos.
Ojalá dejemos esta misma enseñanza a quien nos suceda- como lo definió Ricardo Forster en su libro “El exilio de la Palabra”- ojalá que podamos sostener un caminar interrogativo sin dejarnos seducir por la infinita gama de iconos que intentan responder lo irrespondible.
El día que nos mintamos creyendo que tenemos todas las respuestas, vayamos a comprar nuestro lugar de eternos descanso.
Mientras tanto la vida nos llama a la caminata.
Shabat Shalom
Rabina Silvina Chemen