Destierro y añoranza (los sefarditas)

Dos mil años de historia de un pueblo, veinte siglos de vida y creación. Vida y creación que florecieron hasta alcanzar cumbres insospechables, así podría resumirse el increíble fenómeno sefardí, sin parangón en la historia de la humanidad.

Durante quince siglos, desarrolló el pueblo sefardí una cultura en España que fue la más importante en el mundo en su época para luego verse suprimida de un plumazo con la cruel expulsión de 1492. A lo largo de la historia, los judíos fueron expulsados de varios países de Europa, pero en ningún otro caso el impacto llegó a dejar en la conciencia colectiva del pueblo un impacto tan profundo y unos recuerdos tan arraigados como el drama de 1492. Esto puede sólo explicarse por la especial intensidad de la vida judía en España y por el carácter único del acervo de sus tradiciones y legado cultural.

La flexibilidad cultural, la libertad intelectual, la apertura y la tolerancia fueron siempre los signos distintivos de la actitud sefardí. Nunca permitieron tales características la coexistencia en una misma comunidad de tendencias divergentes, y tal es así que tradicionalmente los sefardíes nunca fueron separados en facciones ni movimientos rivales.

Tan notable cohesión se debe sin duda a su sentimiento de singularidad y hasta de superioridad. El gran Américo Castro lo definía con las siguientes palabras: «Conserva aún el sefardí cierta aristocrática altivez y suele alegar su origen hispánico como timbre nobiliario».

Conservaban los sefardíes sus fuertes lazos de solidaridad: desarrollaron sistemas de educación similares, reforzaron las relaciones de toda índole entre sus comunidades dispersas y preservaron una afinidad litúrgica fundamental. Estas comunidades supieron florecer sin sacrificar sus tradiciones y contribuyeron poderosamente a la cultura y prosperidad económica de los países que les acogieron, pero lo más asombroso para el que ahonde en este tema es la preservación del legado español. La conservación del judeo-español hubiera resultado inconcebible sin los sentimientos que mantenían los sefardíes hacia España y la necesidad de aferrarse a elementos comunes y distintivos de su identidad.

La manifestación más genuina del judeo-español la constituye el romancero, medi de expresión popular-literaria y religiosa, a menudo ligada a la nostalgia de la patria perdida. La creación folclórica abarca los más variados aspectos del canto, la danza, la leyenda, el refrán, la «conseja» (cuento), el chiste, la creencia supersticiosa, la tradición del homno religioso y así sucesivamente.

La creación folklórica sefardí, en oposición a la nota pesimista ashkenasí, abre una espaciosa ventana hacia el gran mundo, canta el amor, las hazañas caballerescas, el goce de la vida, la existencia placentera, la belleza de la naturaleza. Si canta tristeza es porque a menudo los desastres y las desgracias, las guerras y las persecuciones asolan a su pueblo, pero en regla general, el optimismo y la esperanza, valores anímicos típicamente sefardíes, inspiran su creación.

Tuvieron que transcurrir varias décadas para llegar al punto en el que nos encontramos hoy, el de una España democrática, que asume su pasado, porque la historia no se puede cambiar, pero que está firmemente decidido a emprender una nueva etapa de convivencia y a ahondar en sus enriquecedoras raíces judías para construir una España mejor, una España que mira confiada al futuro sin olvidar las lecciones de su trayectoria pasada.”

Autor: Samuel Toledano. Fuente: “Destierro y añoranza”.