PARASHAT MISHPATIM: El antídoto ante la desazón

Me es inevitable buscar en los textos sagrados alguna punta para desenredar el ovillo de la perplejidad en la que estamos sumidos como humanidad; virus que mutan y personas que se matan como si fueran virus… a destajo, sin mediar ningún tipo de conciencia.

La pérdida de rumbo, la incertidumbre de no entender cómo todo aparenta caer en un agujero negro que pone fin a todas nuestras estructuras tiene que tener una contrapartida en nuestro texto sagrado; que vio escenas similares a las que estamos viviendo desde tiempos remotos; que se espanta con la virulencia y la falta de cuidado, que repele las discriminaciones y las injusticas, que alerta contra la explotación desenfrenada de los recursos naturales.

Y en el medio de esta zozobra aparece parashat Mishpatim. Una especie de reglamentación y detalle después de la majestuosa revelación de Dios y la escucha de los Diez Enunciados. Para hacernos pueblo santo necesitamos mucho más que formulaciones generales; debemos comprender profundamente cuál es el camino a seguir en todos los órdenes de la vida.

Se establecen leyes que habla de nuestra responsabilidad en el correcto trato a los esclavos; las obligaciones conyugales; las distintas sanciones por causar lesiones físicas o morales, las indemnizaciones económicas por daños a la persona o la propiedad, de forma voluntaria o involuntaria; las retribuciones y devoluciones de objetos sustraídos o extraviados; el derecho inalienable a la defensa propia, aun en caso de robo. La Torá establece los procedimientos adecuados para los jueces en sus Cortes y el respeto extremo a la dignidad de los extranjeros, las viudas y los huérfanos, entre otros.

Parecieran ser normas inconexas, una enumeración arbitraria de leyes civiles, penales, religiosas, dietéticas… sin embargo, este abanico de temáticas y reglamentaciones nos indican que no hay posibilidad de vivir una vida de santidad (y léase santidad como el modo que tenemos de decir una vida en la que no nos matemos unos a otros, como está sucediendo hoy en día), repito; no hay posibilidad de vivir una vida de santidad si no tomamos en cuenta todas las aristas que componen nuestra existencia; la casa, la familia, nuestro cuerpo, la sociedad, los gobernantes, el planeta, los más débiles… somos un entramado interdependiente; y si no nos duele el dolor del otro, la carencia del otro, la desfachatez del otro… caemos en la apatía, la anestesia y la desazón.

Parashat Mishpatim nos recuerda que hay una legalidad que debemos respetar para que cada uno ocupe su mejor lugar y aporte su mejor versión en esta construcción colectiva que llamamos mundo, planeta, humanidad, sociedad…

Y como muestra reparemos en este precepto, tan conocido como ignorado: “Al extranjero no maltratarás ni oprimirás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.” Shemot 22:21

El rabino Shimshon Raphael Hirsch, un rabino alemán del siglo XIX, escribe: Veinticuatro veces, cuando y en todos los casos, donde la Torá establece la ley sobre los derechos de las personas y las cosas, el «extraño en la tierra» se coloca bajo la protección especial de la ley. El grado de justicia en una tierra se mide, no tanto por los derechos otorgados a los habitantes nativos, a los ricos, o las personas que tienen, en cualquier caso, representantes o conexiones que cuidan sus intereses, sino por qué justicia se aplica al «extraño» completamente desprotegido. La igualdad absoluta a los ojos de la ley entre el nativo y el extranjero constituye el fundamento muy básico de la jurisdicción judía.

Recalco; una sociedad, y por tanto nuestro comportamiento se mide por cuánto nos ocupamos de aquél que no entra en nuestro mapa de relaciones; aquél que ponemos en el lugar de lo extraño. A través de este lente, cada ley es tan valiosa para la sociedad como lo es para sus miembros más débiles.

Los invito a leer los diarios, a mirar los noticieros a partir de esta máxima: la desigualdad, la falta de derechos, la poca intervención para que exista equidad entre las personas nos está haciendo matar los unos a los otros: muertes físicas, reales e irrecuperables y muertes simbólicas; las de nuestros ideales y sueños, las de la confianza y la alegría.

La desigualdad activa la xenofobia, el odio, el prejuicio y la sensación de aquél del que no me ocupo es absolutamente prescindible y descartable.

De lo que nos olvidamos, y la parashá lo trae con fuerza, es que nosotros estuvimos en ese lugar: el de los borrados del mapa: esclavos de un Faraón que no nos miraba.

En el Europe Bridge, un puente que cruza el Rhin a la altura de la localidad francesa de Estrasburgo y la alemana de Kehl; -regiones fronterizas que el pasado enfrentó a sangre y fuego-; hay una cita de Jean-Pierre Vernant -un historiador y antropólogo francés que participó además en la resistencia francesa en la Segunda Guerra- con la que quiero terminar mi comentario:

«para ser uno mismo hay que proyectarse en lo que nos es extranjero, prolongarse en ello y por ello. Permanecer encerrado en la propia identidad equivale a perderse y a dejar de ser. Nos conocemos y nos construimos gracias al contacto, el intercambio y el comercio con el otro. El hombre es un puente».

Parashat Mishpatim; una de las tantas porciones de la Torá que nos ayudan a visualizarnos como puentes; imprescindibles para tener una vida con sentido y esperanza. Todos fuimos o somos extranjeros. Todos necesitamos vivir en paz. Y ser nosotros mismos. Y no perdernos el disfrute de estar vivos.

Shabat Shalom

Rabina Silvina Chemen