PÉSAJ: La noche de las preguntas

¡Cuán diferente es esta noche de las demás noches!

Es tradicional caracterizar a los judíos como los que responden una pregunta con otra. Hasta incluso hay una festividad fundamental en la cual las preguntas parecen ocupar un lugar privilegiado, la fiesta de Pesaj.

¿Por qué Pesaj es la noche de las preguntas? ¿Por qué los sabios decidieron pasar las arbá kushiot -cuatro preguntas- del final del Seder para su comienzo? ¿Por qué los cuatro hijos del Seder son personas que interrogan, y los definimos según su relación con el conocimiento expresado en duda? ¿Por qué son los menores del hogar los encargados de hacer buena parte de los cuestionamientos?

En resumen: ¿por qué preguntar?

Una respuesta sería, porque preguntar es uno de los ingredientes de la libertad material, en tanto que preguntar-se es componente indispensable de la libertad espiritual (que complementa y completa la anterior).

Preguntar es ejercer el libre albedrío.

Al preguntar, con ánimo de aprender, nos encontramos siempre con múltiples opciones. Las respuestas a veces son complicadas, contradictorias, tal como la vida, se teje de infinitos hilos que nos llevan a nuevas preguntas, a matices, a la maravilla de reconocer la complejidad.

Al preguntar, con honestidad, nos percataremos de que las opiniones son variadas, en tanto que la Verdad (Dios) es única.

Rabí Wolf de Zhitomir enseñaba: «Para el creyente no hay preguntas; para el no creyente no hay respuestas.»

Para el judío que quiere ser libre, sabrá que no llegará nunca a alcanzar la completa Verdad, ni la total redención, pero, el esfuerzo bien vale la pena.
En ese esfuerzo es que se fabrica y sostiene la libertad, tan mentada, y tan poco vivida y reconocida.

La Hagadá nos invita a que nos aproximemos a nosotros mismos, a partir de preguntar. Somos quienes hemos sido, lo que vivimos en la actualidad, y nuestras expectativas. Somos también, nuestras relaciones. Somos quienes preguntan, responden, y si somos sinceros, sabremos volver a preguntar en una espiral de crecimiento constante. Somos aquellos esclavizados, que intentan clamar nuestras preguntas, para zafar de la opresión, para gozar de la libertad.

Y, somos los adultos los que preguntamos, crecemos, y debemos acompañar el crecimiento de los menores. No es casual, entonces, el que los pequeños pongan en práctica lo que (seguramente) tanto han ensayado, mientras las sonrisas de la familia los acompañan y alientan a desembarazarse de los últimos resabios de timidez.

Con mayor o menor pericia cantan las cuatro preguntas habituales: «¿má nishtaná halaila hazé?«. Quizás (muy probablemente) no comprendan el significado de lo que cuestionan. Quizás el simple hecho de ejercer la «libertad de cuestionar» no les inspire ninguna emoción. Quizás sólo gocen de ser el centro de la atención, (al menos) una noche en el año, una noche que es diferente a todas las noches.

Es la noche que obligatoriamente debemos hacer un cambio que atrape la atención de los chicos. Es la noche de los niños, porque se están instruyendo (entre juegos, cantos, premios, estudio, etc.) en ser libres. Están ejerciendo su libre albedrío y entrenándose para ser judíos conscientes de sus responsabilidades para con Dios, su Pueblo, la Sociedad y ellos mismos.

¿Y si no hay niños presentes? «Veafilu haiu julan jajmim» (incluso, si todos fueran sabios entendidos) deberíamos preguntarnos, porque, en el momento que las preguntas se extinguen, en el instante que surge la plena certeza, es la muerte, la esclavitud, la que ha triunfado.

Preguntemos para vivir. Preguntemos para ser libres.