Yaakov, después, de aprendizajes, dolores, enfrentamientos, huidas, establecimientos, viajes, duelo, amor y desamor, va a morir. Tal vez en el estado ideal, rodeado de hijos y nietos, después de tantos años de separaciones. Pero a su vez no tan ideal, porque va a morir en la tierra de Egipto. Anciano y debilitado, y no por eso menos sabio, reúne a sus hijos para despedirse, dejarles su legado, y pedirles que no lo entierren en Egipto, que lo vuelvan a la tierra de la promesa a su padre y a su abuelo y entierren en la tierra que Abraham compró para descanso eterno de la familia.
«Reuníos y escuchad, hijos de Yaakov; escuchad a vuestro padre Israel«. Bereshit 49:2
Y aunque después se sucedan palabras específicas para cada uno, cabe quedarse aquí. Éste es el contenido de todo su legado. Para sus hijos y para todos los que de alguna manera somos herederos de su mensaje.
Lo que va a garantizar la permanencia de este mensaje es estar juntos. La semilla de nuestros patriarcas fue plantada para que se despliegue una tradición con sentido comunitario, ético, fraterno. Ya lo probaron los hijos de Yaakov, con todos los «desastres» que hicieron, cuando no entendían el motivo por el cual una nueva idea de trascendencia surgía: se desmembraron, mintieron, humillaron, callaron, mataron… y sólo se hicieron merecedores de bendición cuando consiguieron estar juntos, reparados en sus vínculos.
Somos pueblo que se manifiesta en la re-unión. La separación nunca fue un fundamento. Somos un pueblo que juntos circundamos el valor de un mensaje trascendente, como los hijos de Yaakov que lo rodearon antes de su partida.
No hay mensaje posible si hay grietas insalvables, si hay distancias y silencios, si hay faltas de respeto y superioridades sobre inferioridades de otros… Este proyecto no nació así y aunque a veces las diferencias parecen insalvables, la parashat Vaiejí viene todos los años a recordarnos cuánto nos alejamos de nuestro proyecto original, del motivo fundante de nuestra tradición.
Y por el otro lado, escuchar.
Por supuesto que la escucha en este caso tiene que ver con recibir la sabiduría de la generación anterior, el padre habla, el ancestro habla, los maestros hablan… porque si bien cada nueva camada de hijos resignifica el legado, es importante entender que no hay resignificación posible si no hay recepción de este legado, si no hay legitimación de la palabra de los mayores.
En este tiempo tan evanescente parashat Vaieji nos pone en perspectiva: no hay herencia si no hay transmisión de unos a otros. Pero esa transmisión no es automática. Se necesitan mayores que sepan, que construyan, que solidifiquen y se necesitan generaciones que escuchen, que respeten, que den lugar a la palabra de la sabiduría de la vida.
Pero escuchar no es sólo entre padres e hijos, entre viejos y jóvenes. La capacidad de escuchar es uno de los pilares esenciales de nuestra tradición. No sólo porque nuestra manifestación más conmovedora de fe es el Shemá- Escucha Israel, sino porque la re-unión de la que habla esta parashá no tiene la pretensión de la homogeneidad. Todos iguales, todos lo mismo, todos alineados bajo una sola manera de comprender el mandato. No.
Cada uno de los hijos de Israel recibió un legado diferente. Todos reunidos y cada uno con su versión, bajo el pedido del padre de que se «escuchen»: Unidos y diversos. Unidos y con consensos y disensos. Unidos existencialmente por el amor a nuestra tradición y a cada uno de los seres que la habitan. Y por respeto a esa unión, el pedido es el de fortalecer nuestra capacidad de escucha que no es más que hacerle lugar al otro en nosotros. Aunque después sigamos cada uno su modo de interpretar la historia.
Reunámonos. Escuchémonos. Así seremos merecedores de una verdadera bendición.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.