«Es difícil reconocer que la vida puede ser distinta cuando se ha desarrollado una aceptación de que no puede ser de otra manera. Y no fue de otro modo cuando Moshé, con todos sus reparos y limitaciones, va a hablar con el pueblo de Israel y ellos no lo escuchan. Moshé se desespera.
“Pero Moshé habló delante del Señor, diciendo: He aquí, los hijos de Israel no me han escuchado; ¿cómo, pues, me escuchará Faraón, siendo yo torpe de palabra?” Shemot – Éxodo 6:12
Si los destinatarios de su epopeya no lo escuchaban, ¿cómo se podría suponer que el Faraón le prestaría algún tipo de atención?
Recordemos que Moshé reconoce que tiene dificultades para hablar. Sin embargo, leí una interpretación que me dejó pensando:
“Ya hemos explicado que es porque Israel se negó a escuchar que tiene estos «labios incircuncisos». El profeta profetiza por el poder de quienes escuchan.” Sefat Emet, Shemot Vaera 26:2
No es que el problema lo tenía a priori Moshé, sino que sus labios dejan de fluir porque no hay nadie que lo escuche. Me pareció tan revelador. La dificultad es no tener quién te escuche. Es que lo que tienes para decir caiga en saco roto. El problema es que nadie haga lugar a tus explicaciones. Que nadie te crea.
De todos modos, los israelitas estaban demasiado golpeados como para aceptar cualquier vaticinio positivo sobre el futuro. Qué cercano me suena todo esto, ¿verdad? ¿Cómo imagina una realidad distinta después de presenciar tanto odio y violencia?
La Torá nos habla de esta situación de cerrazón como “kotser ruaj”, aliento cortado, espíritu agotado, impaciencia, cerrazón de alma…
La rabina Rajel Barenblat escribió algo alentador al respecto:
“Nuestra historia de la Torá llega esta semana para recordarnos que kotser ruaj no es el final de la historia. Estar en una situación desesperada (incapaces de respirar, incapaces de concentrarse, corazones y almas incapaces de tener esperanza) no es el final de la historia. Al contrario, es el primer paso hacia la liberación.”
De hecho, fue la angustia espiritual que comenzaron a experimentar la que los hizo gritar y de allí ser escuchado por Dios quien envió a Moshé.
En medio de la tormenta indescriptible que estamos viviendo como pueblo judío, nos sentimos como aquellos ancestros con el espíritu acortado y el entendimiento aturdido. Los sucesos que parecen no terminarse jamás nos van cercenando la esperanza y la visión. Pero no podemos permitir que ese kotser ruaj nos inmovilice. Como decíamos: es desde allí que nos hicimos fuertes para gritar al mismo Dios que nos salve del infierno. Necesitamos clamar. Y más fuerte. Y sin tapujos. Las veces que sea necesario. Nos sentimos agotados, los días siguen pasando, y nuestro espíritu se siente cansado. Pero no. De esa pequeña porción de ruaj -de espíritu- que nos queda, desde allí, se oirán nuestras voces amplificadas por el mundo.
No va a venir ningún Moshé. O quizás está, pero silenciado. Creyendo que no puede hablar. O que lo que tiene que decir nadie pudo escucharlo.
El clamor se convirtió en proceso de salvación que finalmente los hizo salir de Egipto. Los que me conocen saben cuán crítica soy a la narrativa de las plagas, que aparecen en esta parashá, como modo aleccionador al poder opresor. Porque sufrieron todos, no sólo los esclavizadores. Esa sensibilidad la aprendí de chica, al quitar de mi copa de Kidush de Pésaj, diez gotas del vino que representa alegría, porque ésta no podría ser completa ante el sufrimiento de tantos para mi liberación.
Tampoco hoy puedo regocijarme con lo que estamos viviendo en esta guerra que no acaba, que no devuelve a los secuestrados, que se lleva la vida de tantos, que deja heridas incurables, y una memoria de horror que será difícil tramitar en el corto plazo.
Con kotser ruaj, con nuestros espíritus aplastados, sentimos que nos falta el aliento y la vida. Y es por eso que, aunque sé que lo necesitamos, me es difícil hablar y encontrar las palabras que nos liberen.
Estamos de vuelta viviendo un Mitsraim – Egipto, un espacio tan estrecho, que nos es casi imposible ver la salida (NT: mitsraim tiene la raíz de metsar que es angostura). El espíritu se achica y la carga del dolor nos va dejando sin aliento y sin palabra.
Mitsraim que es nuevamente la cizaña del terror. El odio a este pueblo acusado de los males de la historia. Mitsraim que es el duelo permanente. Y la desesperación por saber algo más de los cautivos. Y las nauseas de escuchar los relatos de los recuperados. Y los rezos para la recuperación de los heridos. Y el gran signo de pregunta: ¿cuándo se termina todo esto? Y ¿cómo quedaremos luego de que esto de algún modo culmine?
El rabino Shimshon Raphael Hirsch explicando por qué los esclavos judíos no podían escuchar a Moshé nos enseña:
“La generación del éxodo estaba emocional e intelectualmente bloqueada, sufrieron fallas de imaginación y de fe, … Sólo querían sobrevivir, pero parece que ya no sabían por qué era importante sobrevivir o en qué estaban sobreviviendo para llegar a ser.”
Me niego a que ése sea el destino.
No estamos en la historia para sobrevivir.
No seremos los sobrevivientes de la masacre del 7 de octubre.
Seremos y somos los vivientes de una tradición que nace con la liberación del odio y el sometimiento. Que se gesta con una conciencia de que el acostumbramiento al hostigamiento no es el camino. Que aprende a recuperar la imaginación y la fe. La escucha y la voz. Somos vivientes del derecho a vivir. Y existir. Y ser. En cualquier lugar del mundo.
Nos vendaremos las heridas. Lloraremos nuestras pérdidas. Saldremos en busca de los Moshés que vuelvan a guiarnos en caminos de entendimiento y de paz, con herramientas para fortalecer a todos en el derecho a la identidad y a la libertad.
Hablando del horror representado en Auschwitz y qué se hace con él, Yehuda Amijai escribió:
“Después de Auschwitz no hay teología:
de las chimeneas del Vaticano sube humo blanco
señal de que los cardenales eligieron un papa.
De los crematorios de Auschwitz sube humo negro
señal de que los dioses todavía no eligen
al pueblo elegido.
Después de Auschwitz no hay teología:
los números sobre los antebrazos de los prisioneros de exterminio
son los números de teléfono de los dioses
números de los que no hay respuesta
y ahora están desconectados, uno por uno.
Después de Auschwitz hay una nueva teología:
los judíos que murieron en el Holocausto
se volvieron semejantes a su dios
que no tiene la figura del cuerpo y que no tiene cuerpo.
Ellos tampoco tienen la figura del cuerpo ni tienen cuerpo. –
Yo no fui uno de los seis millones
que murieron en el Holocausto y ni siquiera estuve entre los sobrevivientes
ni entre las sesenta miríadas que salieron de Egipto
pero llegué a la tierra prometida desde el mar,
yo no estuve entre todos ellos pero el fuego y el humo
en mí permanecieron, y las columnas de fuego y las columnas de humo me indican
el camino de noche y de día, y se quedó en mí la loca búsqueda
de salidas de emergencia y de lugares tiernos,
de zonas indefensas para fugarme en la flaqueza
y en la esperanza y se quedó en mí la avidez de buscar
el agua de la vida susurrando a la piedra …” Dos poemas (Fragmento)
Está en nosotros la avidez de buscar el agua de la vida susurrando a la piedra…
Vamos a encontrarla. Vamos a encontrarla.
Rabina Silvina Chemen
